NIEVE EN OTOÑO
Una
de las señales inequívocas de haberse hecho mayor es descubrirse a uno mismo
afirmando, con la autoridad que da llevar una trayectoria importante a las
espaldas: «Nunca hasta ahora había visto…»,
e incluir a continuación un hecho que está sucediendo en esos instantes y que
queda así elevado a la categoría de extraordinario. No olvidemos cómo en
telediarios y programas televisivos de variada índole se acude con frecuencia
al testimonio de los más viejos del lugar, que nunca recuerdan haber sido
testigos de algo semejante al suceso que es objeto de atención. Cuando era
jovencita, estaba convencida de que esos ancianos locales estaban desmemoriados.
Tal vez ahora sea yo la que haya entrado en la fase del olvido y la mitificación.
Esta mañana, al salir a la calle, me he encontrado
con que estaba nevando. Los medios de comunicación llevaban anunciándolo
incansablemente desde el día anterior. Los paneles luminosos de las autovías
habían alertado de la presencia de máquinas repartiendo sal. Yo no estaba
demasiado convencida; cómo iba a estarlo, si mi experiencia me aconsejaba
desconfiar: nieve en otoño en estas latitudes; qué disparate. Pero cuando me he
encontrado en la calle aún en sombras y he visto el aire surcado por las
ráfagas de color blanco, me ha asaltado un sentimiento de gozo ―sigo siendo la
misma niña que se encharcaba los guantes de lana, camino del colegio, a base de
atesorar copos de nieve― y ha acudido a mi mente un pensamiento tajante: jamás
había visto nevar en noviembre. Se trata de un mes muy ligado a mí por
cuestiones personales, y creo guardar un recuerdo preciso de las condiciones
climatológicas de esta época del año. Lluvia, frío a veces, con frecuencia últimos
restos del calor. Pero nieve, nunca.
Alguna vez he escrito en este blog sobre la belleza
del color blanco en la pintura. Hoy quiero referirme a la fotografía y a la
presencia en ella de esa capa que embellece las realidades más vulgares y las
convierte en objetos de excepción. Porque una de las primeras cosas que me ha
venido a la cabeza esta mañana al contemplar el paisaje nevado camino del
trabajo ha sido una imagen del fotógrafo francés Édouard Boubat titulada Primera nieve, Jardín de Luxemburgo, París,
precioso repertorio de figuras infantiles y vegetales que se recortan con
nitidez sobre un fondo inmaculado. Hasta el desordenado montón de sillas
apiladas en primer término se transforma en una maravillosa filigrana, por obra
y gracia de la nieve. Un último dato: descubro en Internet que la foto fue
tomada en enero de 1956. Está claro que sus protagonistas, esos pequeños que
juegan olvidados de sus obligaciones escolares, sienten tanto gozo como yo esta
mañana, pero no similar asombro, ante esa primera nevada que cubre su ciudad.
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