LECTURAS DE JULIO (2022)

En una Edad Media estilizada y simbólica como extraída de una pintura mural, Herman Hesse traza la historia de amistad entre dos personajes diametralmente distintos, Narciso y Goldmundo, representación de dos formas de afrontar la existencia. Narciso es un monje ascético y riguroso, que vive con rectitud el apartamiento del mundo y de las pasiones. Encarna el intelecto, la espiritualidad, el control frente a los apetitos. Goldmundo es un joven que intenta seguir la vida monacal pero fracasa. Es impulsivo, sensible, conectado con la realidad material, proclive a la aventura y a los amoríos: es un vividor y un artista. Mientras Narciso permanece en el monasterio, entregado a la penitencia y el estudio, Goldmundo vaga por el país, entrando en contacto con la infinita variedad de matices de la vida humana, desde el deslumbramiento del amor hasta los horrores de la peste. Un firme hilo conecta a ambos amigos a pesar de su larga separación. Su relación a prueba de ausencias le sirve a Hesse para construir un fuerte entramado ideológico que se desarrolla especialmente a través de los diálogos entre ambos. Pero, lejos de quedarse en el terreno de la abstracción, Narciso y Goldmundo es también una emocionante historia sobre la amistad y su valor como asidero frente a los azotes de la vida, sobre la importancia de saber mirar al otro para reconocerse a uno mismo. Todo ello está envuelto en una prosa clásica y elegante, con bellísimas descripciones sobre la naturaleza y las emociones que esta suscita. He disfrutado mucho de la lectura de este libro inteligente, demorado y hermoso. De vez en cuando, hay que volver a leer a los clásicos. Está claro que lo son por algo.

La primera vez que tuve noticias de la existencia de la pintora Sofonisba Anguissola fue gracias al precioso libro de Ángeles Caso Las olvidadas. En él se pasa revista, entre otras mujeres a las que la historia ha negado el puesto que se merecen, a la trayectoria de esta artista prolífica y rebosante de talento, dotada de la habilidad de captar la vida que latía bajo los encorsetados modos de la corte española del segundo Renacimiento. Quince años después, el mismísimo Museo del Prado compensó tan largo e injusto olvido organizando una exposición de las obras de dos autoras de la segunda mitad del XVI, la propia Anguissola y Davinia Fontana. Al parecer, somos muchos los atraídos por esta figura tan fascinante desde el punto de vista artístico y vital: José María Merino se cuenta en este grupo de admiradores y, como tal, ha tomado como punto de partida la figura de Anguissola para crear su última obra, La novela posible. Pero la cosa no queda ahí. La novela posible es, en realidad, un trío de novelas. Es, en primer lugar, la experiencia del propio escritor en un tiempo tan cercano, reconocible e incómodo para todos como el del confinamiento. Merino vertebra su relato autobiográfico hilando sensaciones fácilmente reconocibles: el desconcierto, el miedo, la expectación, el anclaje en las pequeñas cosas que dieron sentido a esa extraña existencia limitada en el espacio de una forma que antes de esa circunstancia excepcional nos habría parecido inconcebible. Merino sobrelleva como puede esos días atípicos, con sus pequeñas rutinas, con sus comunicaciones cibernéticas con amigos, familiares y colegas. Y también con la preparación de lo que será su recreación de la vida de la pintora que tanta atracción ejerce sobre él, y que conforma el segundo hilo de este tejido narrativo a tres voces. Una tercera puerta se abre cuando el autor-narrador observa a una vecina que, sentada en la terraza, parece trabajar con su ordenador y un libro que, para su sorpresa, resulta ser la biografía de Sofonisba Anguissola. Las vivencias de esta joven desconocida, su tortuosa relación sentimental con un pintor y su amor al arte constituyen el tercer pilar sobre el que se asienta esta novela múltiple, que habla de los tiempos difíciles, los de antes y los de ahora, y de la posibilidad de superarlos del ser humano apoyándose en la capacidad de imaginar, de crear belleza o de apreciar la que ha sido creada por otros.

Hasta el presente no había leído nada de Jo Nesbø, lo cual es sorprendente teniendo en cuenta mi afición al género negro. Una recomendación de mi querido ―y ya añorado, por desgracia― Domingo Villar me ha llevado a su última novela hasta la fecha, la titulada El reino. Me confieso fascinada por la capacidad de Nesbø para adentrarse en la compleja psicología de sus personajes y para crear una trama policiaca alejada de los cánones al uso, hasta el punto de que el lector olvida que se encuentra frente a una novela negra. Tal vez porque en realidad no lo es, o al menos no se limita a ser eso. El reino es un viaje alucinante al interior de la mente del protagonista, Roy, un hombre solitario que vive en el caserón familiar, volcado en su trabajo en la gasolinera del pueblo. El afán de protección hacia su hermano menor, Carl, ha marcado su vida hasta límites inconcebibles, y la seguirá marcando cuando Carl regrese al pueblo tras unos años de ausencia, acompañado por su joven esposa y con un proyecto urbanístico que pondrá en jaque a toda la comunidad. El reino al que alude el título es la estrecha relación entre hermanos, forjada a base de penalidades y turbias relaciones familiares, y que tiene su sede en la casa heredada de los padres, situada al final de una carretera tortuosa con una curva cerrada que es un punto fundamental en la trama policiaca, pero también un símbolo de la inaccesibilidad, de la hermética relación familiar, del peligro al que se enfrenta cualquiera que pretenda tener acceso a ella. Y eso incluye al lector.

Como sucede en todas las obras de Graeme Macrae Burnet que conozco, el punto de partida de Caso clínico sitúa al lector en un punto de incertidumbre entre la realidad y la ficción. En la primera página, el autor relata cómo un desconocido se pone en contacto con él para hacerle llegar un material que le parece interesante: el diario de una joven pariente suya, en el que esta refleja su relación con un famoso ―y controvertido― psicoterapeuta. La joven en cuestión se había acercado a la consulta de tan peculiar personaje intentando esclarecer el misterio de la muerte de su hermana, que se suicidó tras acudir a una serie de sesiones de terapia. El comienzo, pues, no puede ser más intrigante. Y el desarrollo lo será aún más si el lector no cede a la tentación de investigar y arrojar luz sobre la veracidad de lo narrado. ¿Existió el polémico A. Collins Braithwaite, feroz dinamitador de los métodos de la psicología de los años sesenta? ¿Burnet se apoya para construir su trama en una historia real, en uno de esos “casos clínicos” que el propio Braithwaite usó como material para sus libros? Créanme los lectores primerizos de este autor: mejor no saberlo hasta el final (si me apuran, mejor no llegar a saberlo nunca). Dejemos a este maestro de la ambigüedad desarrollar una trama por la que desfilan personajes reales del Londres de la época, en un constante juego entre lo que sucedió de verdad y lo que podría haber sucedido, y que supone una brillante reflexión sobre la identidad y sus fluctuaciones, sobre el engaño y la locura.

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