CUADROS RECUPERADOS (VII): LUNAS

Cuenta el mito griego que Endimión era un pastor de cuya belleza se enamoró perdidamente la diosa lunar, Selene. Esta observaba a su amado mientras él dormía, y dicha arrobada contemplación selló el destino del mortal: los dioses le concedieron la vida y la juventud eternas mientras permaneciera en el mundo de los sueños. Tal es la escena que plasma con infinita delicadeza el pintor italiano Ubaldo Gandolfi (1728-1781) en Selene y Endimión. No es ni mucho menos el primero en elaborar su visión de la vieja leyenda, que ha dado origen a innumerables cuadros que nos muestran a la aérea divinidad y al terrenal objeto de su veneración unidos para siempre por la amorosa mirada de ella. A mí me gusta especialmente esta versión que conjuga la elegancia de las poses de los personajes con el carácter escultórico de sus figuras. No parece haber diferencia entre la liviandad de las vestimentas o de las nubes y el peso de las piedras sobre las que descansa el joven; la diosa está tan firmemente asentada en su lecho de nubes como Endimión lo está sobre la sólida tierra, en una hábil plasmación gráfica de la ruptura de fronteras entre lo celestial y lo humano. Gandolfi triunfa de forma especial en la difícil tarea de representar una escena nocturna: la envolvente oscuridad azulada y la mágica luz de la luna crean un ámbito misterioso en el que todo es posible, incluso una historia de amor que burle a las barreras del tiempo.

(Los cuadros de abril. 2014)

 


Luna y sol del pintor mexicano Rufino Tamayo (1899-1991). Las distancias astronómicas y los movimientos de los cuerpos celestes, simplificados por la mágica perspectiva de un juego infantil. El cielo es un cuadrado perfecto en el que dos contendientes han trazado, casi se diría que con tiza, una línea oblicua: a la derecha queda el amarillo luminoso del día; a la izquierda, el azul profundo de la noche. Los dos jugadores son esos astros humanizados que clavan sus ojos en los del rival, sonrientes pero sin perder detalle del próximo movimiento de la partida estelar que están disputando. Los misterios básicos del universo, el día y la noche, el paso del tiempo, quedan reducidos al duelo amistoso entre estas dos criaturas que se reparten cordialmente el firmamento. El tercer vértice del triángulo, el de la Tierra, recae fuera del lienzo, del lado del espectador, que contempla la escena, seguramente también sonriendo.

(Los cuadros de octubre. 2011)


Al visitar la exposición de Alphonse Mucha en el madrileño Palacio de Gaviria, era consciente de que allí iba a encontrar la siguiente obra para comentar en esta sección. Me costó elegir entre varias, algunas representativas del estilo más conocido de su autor y otras sorprendentes, que me llegaron acompañadas por hermosas historias en torno a las circunstancias en que fueron concebidas y a su destino posterior. Pero todas fueron finalmente desbancadas por esta imagen grácil y de encantadora ingenuidad. Esta representación de la Luna pertenece a la serie titulada La Luna y las Estrellas, en la que el pintor checo encarna los cuerpos celestes en figuras femeninas llenas de elegancia y poder de sugerencia. La reproducción no le hace justicia al precioso juego de los azules de la acuarela, una envolvente recreación del misterio y la fascinación del cielo nocturno. Esta Luna que se tapa la boca en un delicioso y espontáneo gesto parece observar desde su lugar de privilegio las evoluciones de los mortales. Lo hace con expresión a medias benévola y divertida: sin duda le parecemos pequeños e insignificantes, anclada como está en las alturas, bella e inmutable, joven para la eternidad.

(Los cuadros de febrero. 2018)


Llevaba tiempo pensando en traer a esta sección una de las maravillosas cartas del tarot diseñado por Salvador Dalí. Me ha costado elegir entre su repertorio de sugerentes imágenes; me he decantado al fin por la que se corresponde con el arcano mayor número dieciocho, La luna. He de decir que el tarot ejerce sobre mí una atracción muy poderosa ya en sus versiones más arcaicas. Es fácil verse reflejado en sus ilustraciones, en las que se plasman nuestras pulsiones más profundas, los prototipos de comportamiento humano, nuestros deseos y temores: todo está contenido, en definitiva, en esta baraja de origen enigmático. Con su poderoso mundo visual y su imaginación onírica, Dalí es el artista ideal para darle una nueva vuelta de tuerca a esta colección de sabiduría ancestral. Los elementos tradicionales de la iconografía de este arcano están presentes en esta audaz revisión: las torres se han transformado en emblemáticos rascacielos de Nueva York y, en una curiosa divergencia, los perros que ladran a la luna quedan reducidos a dos figuras diminutas, perdidas en la inmensidad, mientras que el cangrejo que en la carta original acechaba bajo el agua desborda los límites de esta para convertirse en una figura descomunal y amenazadora. Lo nocturno, lo acuático, lo secreto y lo prohibido siguen estando aquí, en una imagen que aúna lo antiguo y lo nuevo para reflejar con eficacia los rincones ocultos de nuestro inconsciente.

(Los cuadros de enero. 2020)

Comentarios

  1. Hermoso ver los colores y las historias en tu escrito. Gracias

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  2. Hermoso contar con tus palabras. Tan lejos y tan cerca, compañero cómico.

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