EL MAR EMPIEZA AQUÍ

La poesía no siempre está donde esperamos. En la localidad gallega en la que estoy pasando este final de verano, es posible encontrarla junto a los sumideros de las alcantarillas. Ahí abajo, a los pies de los transeúntes, en las bocas del mundo subterráneo, aparece repetido un mensaje que sorprende por su inesperado lirismo: A ría comeza aquí.

No creo que se pueda expresar de forma más concisa y eficaz la vinculación entre la vida ciudadana y su bello entorno natural. La ría que tanto nos gusta admirar, con sus reflejos cambiantes a lo largo del día, con sus subidas y bajadas de nivel al ritmo de las mareas, con sus criaturas que surcan las aguas o las sobrevuelan, está a merced de los humanos que deambulan por las calles, dejando en ocasiones tras sí un rastro de desechos. La ría comienza donde no la esperamos: en la plaza central, entre el bullicio de las terrazas y la chiquillería; en la zona comercial, en el callejón apartado desde el que ni siquiera se adivina el agua. La ría está en perpetua exposición a nuestros actos y bebe lo que le hacemos llegar a través de los sumideros. Podemos herirla de muerte con nuestra irresponsabilidad y nuestra desidia.

Sé que hay muchas poblaciones en las que se ha puesto en marcha una campaña semejante que tiene como objetivo preservar la limpieza del mar. El eslogan de dicha campaña, aparte de su indudable utilidad práctica, me parece un hermoso verso, un heptasílabo en el que reconozco mi amor por la espuma y las olas, los grandiosos horizontes acuáticos, los crepúsculos sobre el agua. Si fuera el protagonista de una novela de caballerías, lo llevaría como emblema en el escudo. Siendo como soy una mujer de letras, mejor escribiré estas cuatro palabras cerca de mi corazón: El mar empieza aquí. Por mucho que me encuentre tierra adentro.

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