MATISSE EN BLANCO Y NEGRO

Si me llegan a decir hace una semana que me gustaría una obra de Matisse privada de los vibrantes colores característicos de este autor, me habría parecido una idea chocante. Pero entonces no había visitado aún la exposición Matisse grabador de la Fundación Canal de Isabel II. En ella se reúnen más de sesenta ejemplos de esta faceta no muy conocida del artista, casi todos ellos creaciones en las que la única presencia del negro sobre blanco o viceversa obliga a fijar nuestra atención en el juego de las líneas, en la expresiva y eficaz simplicidad del dibujo. 


El primer atractivo de la exposición es el espacio en sí, en el que se ha instalado una sencilla decoración de papel que imita los diseños del artista. El color blanco predominante crea una sensación de limpieza y claridad, de estar inmerso en el universo de Matisse, en el que una simple línea cobra extraordinaria relevancia. Las tiras de papel recortadas al estilo de un juego infantil son un recurso de una ingenuidad y una eficacia deliciosas. La luz se filtra por los agujeros y proyecta los diseños sobre el suelo. El visitante se encuentra en un espacio desligado del mundo, vuelto hacia la maravillosa libertad creadora de la infancia. Una excepción a este ambiente luminoso es la sala pequeña donde se exponen grabados del artista sobre fondo negro y en la que este color se ha erigido como dominante. Un espacio oscuro, íntimo, que invita a la introversión. Todo un viaje al interior de la mente del artista.


Pero pasemos a los grabados. Con Matisse se puede aprender la célebre máxima que afirma que menos es más. El mejor ejemplo, esta litografía titulada Desnudo sentado, visto desde detrás. Me resulta complicado expresar la emoción que me transmiten estas escuetas líneas que conforman un cuerpo tratado por Matisse con la mayor de las delicadezas. La realidad está reducida a lo esencial, pero eso no descarta la presencia de detalles: la mano apoyada en el muslo y el doble moño que confiere a la anónima modelo un aire aniñado. Nunca antes había dedicado tanto rato a contemplar una obra de arte formada por un número tan limitado de líneas. Juego a eliminar cualquiera de ellas, incluso la de menor longitud, y siento que algo se desequilibra en la composición. Me parece el mayor triunfo de un artista, conseguir una creación en la que nada falte ni sobre nada.

Otro de los puntos de interés de esta muestra es la información que proporciona acerca de cuestiones técnicas; llega un momento en que hasta el visitante más profano en estos temas es capaz de distinguir de un golpe de vista un aguafuerte de un grabado a punta seca. Tres cabezas está realizado con la técnica, desconocida para mí hasta entonces, del aguatinta al azúcar. Lleva el subtítulo de Por la amistad y es, en efecto, un delicioso canto a la fraternidad, ya que estos tres rostros son los del propio Matisse y sus amigos, los poetas André Rouveyre y Guillaume Apollinaire. La estilización, la ingenuidad y un indudable aire travieso confieren un encanto especial a esta obra que podría ser tildada de tosca. Qué mejor forma de celebrar la amistad que apelar al niño juguetón que todos llevamos dentro.

Gran odalisca con calzón de bayadera es una de las piezas más impresionantes de la muestra. No es casualidad que frente a ella esté situado uno de los pocos bancos que hay en las salas. Supongo que no soy la única que ha pasado un buen rato allí instalada, contemplando a sus anchas esta sinfonía de grises. Se trata de un tema muy querido de Matisse y que este abordó en varias ocasiones. Liberado del foco de atención del color, el que contempla este grabado se ve cautivado por lo sinuoso de la composición, por el hermoso estampado del asiento, por el rostro hierático de la modelo en contraste con la sensualidad de su cuerpo, que de cintura para abajo se resuelve en lo que a primera vista parece una cola de sirena. Lo más curioso es que tengo la sensación de que los rojos, verdes y amarillos están ahí agazapados, jugando al escondite, y que solo hay que dejar volar la imaginación para descubrirlos. ¿Será porque estoy hecha a otras obras con el mismo tema en las que se despliega el vivo colorido de Matisse? ¿O compartirán otros espectadores esta sensación mía? Es más: ¿de qué color serán para ellos el sillón floreado y las rayas del pantalón? Lo que está claro es que nunca antes había visto una obra en blanco y negro tan llena de colorido.

Comentarios

  1. Tienes una forma tan atrayente de comentar lo que ves que dan ganas de ir corriendo a disfrutar de la exposición. Y tanto las rayas como la decoración del sillón son de color rojo brillante. No me las imagino de otro color.
    Sharon, la anteriormente conocida como Charo.

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    1. ¡Qué alegría leerte por aquí, Sharon-Charo! (Lo mismo voy a tener que hacer una entrada para explicar la doble naturaleza de tu nombre.) Gracias por tu comentario. En cuanto a la odalisca, para mí las rayas del pantalón son también rojas, pero el sillón es verde, ese verde intenso de los fauvistas. Sería interesante conocer otras versiones de este colorido agazapado tras los grises.

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