VOCES INTERMITENTES

Las redes sociales han propiciado, entre otras muchas modificaciones de los contactos interpersonales, una doble posibilidad a la hora de terminar una relación: desaparecer sin dejar rastro y no terminar de irse nunca. No voy a detenerme hoy en la primera, que la mayoría de los que empleamos estas nuevas formas de comunicación hemos experimentado ―e incluso sufrido― alguna vez. Solo diré que ese fulminante desvanecimiento de quien en realidad era una presencia a medias fabulosa, amparada por las sombras de la perpetua nocturnidad que conceden las redes a nuestra vida social, me hace pensar en un gigantesco baile de carnaval en el que se siente atracción, amistad o incluso amor por un enmascarado que con las luces del alba desaparece sin dejar rastro. Nunca llegamos a saber lo que hubo de realidad y de fantasía en lo que nos inspiró ese personaje misterioso. Se fue sin darnos la oportunidad de conocerlo, dejándonos tan solo su máscara, o lo que es lo mismo, su nombre de batalla, ese con el que seguirá surcando las olas de Internet.

Pero hoy voy a hablar de esas voces del pasado que periódicamente, y siguiendo con la imagen marítima, la espuma del mundo virtual deposita en nuestra costa. Compañeros de estudios que nos localizan a través de las redes, viejos conocidos que prueban suerte por si seguimos estando al otro lado de una dirección de correo que, en el peor de los casos, continúa surcando el espacio como una nave abandonada que hace mucho que pisamos por última vez. Hace un par de semanas me ocurrió esto último con una antigua colega de lides docentes cuya trayectoria se separó de la mía hace algunos años, pero de la que me acuerdo a menudo. Por lo que veo, ella también de mí. La recuperación de su voz amiga no pasaría de ser una agradable anécdota de carácter personal, de no ser porque su correo, muy breve, contenía dos hermosos añadidos: sendos poemas de la recién laureada poeta Ida Vitale, que, según me decía concisamente mi querida compañera, le habían recordado a mí. Uno habla de gatos; el otro, de libros. Dos textos intensos y concentrados, cargados de contenido y provocadores de sugerencias, pertenecientes ambos al libro que lleva el significativo título de Reducción del infinito. Doble regalo de una de esas voces intermitentes del pasado que, por fortuna, no terminan nunca de desaparecer:

GATOS

Como tras los mullidos ves tres gatos
a su trisagio erótico ceñidos,
saltar por los tejados, aguerridos
como otros d'Artagnan, Porthos y Athos,

pasas a depender, no de insensatos
pensamientos ajenos repetidos
ni de tu larga deuda de descuidos
sino del paso de estos gatos gratos.

El primero te quita de lo humano
sin llevarte por eso a lo divino;
el segundo te anima la sonrisa;

con el tercero, piensas, de la mano,
más cabal, de la cola del felino:
¿a qué, no siendo humanos, tanta prisa?


OTOÑO

Otoño, perro
de cariñosa pata impertinente,
mueve las hojas de los libros.
Reclama que se atienda
las fascinantes suyas,
que en vano pasan del verde
al oro al rojo al púrpura.

Como en la distracción,
la palabra precisa
que pierdes para siempre.

Comentarios

  1. Es verdad. Aparecemos y desaparecemos. ¿Por qué? Yo he tenido la necesidad de volver a este blog porque necesito mantener el contacto, no privarme de tus comentarios, de tus aportaciones ... y quizá, de modo infantil, que tu lo sepas.

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  2. Pues celebro mucho tu regreso; ya estaba echando de menos tus comentarios. También de forma un poco infantil, me gusta tener constancia del paso de los lectores por este espacio.

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