TARJETAS DE NAVIDAD
Los
que me conocen bien saben de mi poca afición a la Navidad y de la escasa
paciencia con la que sobrellevo las aglomeraciones en zonas céntricas, los
villancicos en el supermercado y los extraños adminículos dotados de cuernos y
espirales con que los humanos de todas las edades suelen adornar sus cabezas en
lugares públicos. No en vano el sombrío y gruñón Mr. Scrooge es uno de mis
personajes favoritos.
Aun así, hay algo en las demostraciones de buena voluntad que tanto abundan estos días que toca mi fibra más sentimental. Por eso, desde que creé este blog que nació precisamente hace dos Nochebuenas, no puedo evitar la tentación de felicitar a mis lectores estas fiestas, como quiera que cada uno de ellos las conciba. El año pasado lo hice con un hermoso cuadro del pintor francés Louis Le Nain que representa a un grupo de campesinos reunidos en la humilde casa de la abuela. Este año lo hago con dos viejas tarjetas de Navidad que vienen unidas a sendas historias.
Corrían las Navidades del año 1843, y el polifacético Sir Henry Cole -inventor, fundador del Victoria and Albert Museum y figura básica en la evolución del sistema educativo británico- se encontró con que había recibido tantas felicitaciones que la tarea de responder personalmente a todas ellas le desbordaba por completo. Concibió entonces una idea que tendría una enorme fortuna en la posteridad: la creación de la primera tarjeta navideña comercial. Encargó la ilustración al artista John Callcott Horsley, al que encomendó plasmar la imagen de una familia acomodada en plena celebración, flanqueada por imágenes de personajes humildes recibiendo actos de caridad. Era, qué duda cabe, un bienintencionado intento de apelar a la solidaridad de los ricos hacia los menos afortunados. La tarjeta causó un gran escándalo en su época por presentar a niños de corta edad bebiendo vino. Nadie se indignó, al parecer, por el tono paternalista y condescendiente con el que abordaba el tema de los desfavorecidos y la injusticia social.
Aun así, hay algo en las demostraciones de buena voluntad que tanto abundan estos días que toca mi fibra más sentimental. Por eso, desde que creé este blog que nació precisamente hace dos Nochebuenas, no puedo evitar la tentación de felicitar a mis lectores estas fiestas, como quiera que cada uno de ellos las conciba. El año pasado lo hice con un hermoso cuadro del pintor francés Louis Le Nain que representa a un grupo de campesinos reunidos en la humilde casa de la abuela. Este año lo hago con dos viejas tarjetas de Navidad que vienen unidas a sendas historias.
Corrían las Navidades del año 1843, y el polifacético Sir Henry Cole -inventor, fundador del Victoria and Albert Museum y figura básica en la evolución del sistema educativo británico- se encontró con que había recibido tantas felicitaciones que la tarea de responder personalmente a todas ellas le desbordaba por completo. Concibió entonces una idea que tendría una enorme fortuna en la posteridad: la creación de la primera tarjeta navideña comercial. Encargó la ilustración al artista John Callcott Horsley, al que encomendó plasmar la imagen de una familia acomodada en plena celebración, flanqueada por imágenes de personajes humildes recibiendo actos de caridad. Era, qué duda cabe, un bienintencionado intento de apelar a la solidaridad de los ricos hacia los menos afortunados. La tarjeta causó un gran escándalo en su época por presentar a niños de corta edad bebiendo vino. Nadie se indignó, al parecer, por el tono paternalista y condescendiente con el que abordaba el tema de los desfavorecidos y la injusticia social.
La
segunda historia tiene un carácter más entrañable. En 1947, una niña checa
envió a UNICEF un dibujo agradeciendo la ayuda recibida en su país por parte de
dicha organización durante la Segunda Guerra Mundial. Ese dibujo ingenuo y
colorido se convirtió en la primera de las tarjetas navideñas que desde
entonces, año tras año, UNICEF crea y pone en circulación para recaudar fondos
destinados a su labor. La joven autora tenía, qué duda cabe, una intuición
extraordinaria: estas cinco niñas que juegan en círculo podrían convertirse,
con ligeras variantes, en emblema de la unión entre habitantes de los cinco
continentes.
En definitiva, queridos
lectores, tomáoslo como queráis o como buenamente os dejen: por el lado sentimental, el familiar, el
hedonista, el bienintencionado, el irreverente, el infantil, el indignado, el gamberro. Felices Navidades
a todos, una Nochebuena más.
Comentarios
Publicar un comentario