TRAPEROS DEL TIEMPO

Esta mañana he escuchado en un programa de radio una anécdota muy curiosa sobre Gregorio Marañón. La relataba el filósofo y pedagogo José Antonio Marina, quien al parecer lo tuvo de vecino cuando era niño y guarda de él recuerdos imborrables; entre otros, el que me dispongo a contar.

La anécdota en cuestión tiene que ver con el tema que estaba desarrollando Marina: la necesidad de que la inteligencia se manifieste no solo en nuestros pensamientos, sino en los consecuentes actos. Esto desembocó en una serie de reflexiones sobre la procrastinación, ese mal que nos aqueja a todos en mayor o menor grado y que consiste en la posposición de las tareas a la espera de unas circunstancias idóneas que nunca terminan de llegar. ¿Y quién es la antítesis de la procrastinación? Se podrían citar unos cuantos ejemplos, pero uno eminente es el del médico, escritor, historiador y científico Gregorio Marañón, quien, a juzgar por la variedad de sus actividades y lo amplio de su producción, pareció distinguido con el privilegio de días que excedían en mucho las consabidas veinticuatro horas. Consultado en una ocasión sobre el modo en que conseguía semejante aprovechamiento, Marañón no dudó en denominarse a sí mismo “trapero del tiempo”. Curiosa expresión. Al igual que “ropavejero” o “chamarilero”, “trapero” es una palabra áspera, que posee el aroma de lo viejo y olvidado. Hace referencia a un oficio duro y humilde que, visto desde la posteridad, posee las evocadoras asociaciones de todo lo irrecuperable. Es una imagen preciosa la acuñada por Marañón: como un vendedor de utensilios gastados, harapos y baratijas, él aprovechaba cualquier resto de hora, cualquier jirón de minutos, para transmutarlo en un tiempo operativo y ponerlo al servicio de alguna de sus múltiples tareas. Esos segundos en apariencia inservibles, esos ratos perdidos entre una y otra actividad, suman a lo largo de la jornada un tesoro de valor incalculable si se le da otro uso que el de simple puente o compás de espera.

Oyendo esta anécdota, la imaginación se me disparó en seguida en dirección a un terreno familiar. Recordé a la narradora Lucia Berlin escribiendo sus intensos relatos en momentos robados al descanso tras su trabajo de limpiadora; a Alice Munro aprovechando las siestas de sus tres hijos pequeños para tejer su red de historias; al joven Murakami construyendo sus primeros mundos fabulosos de madrugada, sobre la mesa de la cocina, de vuelta de su trabajo en un local de jazz. Tantos y tantos creadores que han amortizado su escaso tiempo, que han vuelto oro los minutos que otros habríamos dedicado a descansar o a soñar con épocas más relajadas. En definitiva, a procrastinar.

A mí me gustaría pertenecer a las laboriosas filas de ese ejército de traperos temporales, pero solo lo consigo cuando se trata de escribir en este blog. Siembro palabras en él a ratos perdidos, entre correcciones y tareas domésticas, a la vuelta de la calle y antes de salir de nuevo disparada en otra dirección. Gracias a él, siento que el tiempo no se me escapa del todo, que al menos deja entre mis dedos retales y piezas de misteriosa utilidad que voy guardando amorosamente, a la espera de una época mejor, propicia a la creación tranquila y sin límites, que nunca llega.

Comentarios

  1. Buena noticia, entonces, de esta manera nadie podrá robarte nunca tu tiempo de retales...

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  2. Siempre me han llamado la atención los verbos de connotaciones negativas que usamos asociados al tiempo: robar, perder, matar... Frente a ellos, tan solo la tibia resistencia de la expresión "ganar tiempo". Es una materia para la reflexión.

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  3. Tal vez la máquina del tiempo de H. G. Wels exista, y tenga más funciones y algunos conozcan sus secretos aliados con Albert Einstein y nos congelen sin que nos demos cuenta para robarnos unas horas cada día y resulte que no son mentes tan privilegiadas porque si no no se explica esa capacidad de parir apabullantes creaciones cada año mientras a los demás nos cuestan lustros, acomplejan. También procastino que viene a significar lo mismo que lerdear sin ser consciente, y me temo que mi blog me abduce y se come la sustancia principal para dejarme la engañosa satisfacción del sucedáneo. Tendrá que ser así, ya se sabe que las musas no pueden flotar en dique seco, y tampoco les gustan las toallas tiradas por el suelo.

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  4. Me consuela creer que alguien se está construyendo una carrera prolífica con el tiempo que a mí me falta cada día, aunque sea por medio del nada honesto método de congelación + robo. Fantasearé con mi cuota de participación en cada nueva película de Woody Allen, por ejemplo. En cuanto al blog, para mí es algo semejante a la barra de ejercicios para un bailarín. No se puede estar siempre en escena interpretando un ballet con música de Stravinsky, pero hay que ejercitarse a diario para que el cuerpo no se apoltrone y pierda lo que se ha ganado con esfuerzo. Lo mismo pasa, me parece a mí, con la práctica de la escritura.

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