REGALOS EQUIVOCADOS

Ya he hablado alguna vez aquí de la impresión que me producen los días siguientes a las fiestas, con toda su parafernalia de restos abandonados en los contenedores de basura y de adornos por quitar que resultan, de repente, profundamente tristes. Pero en el caso de la Navidad, ese día siguiente tiene un componente añadido del que las otras fiestas carecen.

Estoy harta de oír referencias por radio y televisión, donde incluso se entrevista brevemente a los implicados que confiesan sin rubor su participación en ese rito ya institucionalizado del día después. Estoy hablando de la abundante clientela que acude a los centros comerciales el día siguiente a Reyes con la intención de cambiar por otros los regalos que ha recibido. Es casi un acto social, perfectamente aceptado y compartido: la suegra no acertó con la talla, el cuñado tiene un gusto pésimo escogiendo ropa, los abuelos demostraron una vez más su ignorancia en el tema de los videojuegos; no hay otra solución lógica que enmendar el error yendo en persona a buscar un regalo que realmente nos vaya, se nos adapte, nos haga felices. Porque el que quiso obsequiarnos se ha equivocado de medio a medio con nosotros. Seguramente, no nos conoce lo bastante.

A mí me pone algo triste esta peregrinación de obsequiados descontentos y, sobre todo, me da materia para la reflexión. Me hace pensar en todas esas veces a lo largo de la vida en que hemos alimentado un amor o una amistad que no ha llegado a germinar porque el que los inspiraba no los ha encontrado adecuados; en que el objeto de nuestra devoción ha rechazado nuestra compañía o la ha cambiado por otra, con la misma inquebrantable decisión del que se acerca al centro comercial a buscar un pantalón de su talla. Cuántas veces a lo largo de la vida no hemos sido de la talla adecuada, de la marca preferida, del modelo idóneo. Cuántas veces más nos tocará descubrir con desencanto que esos sentimientos que nos parecen tan valiosos son para el otro un regalo equivocado.

Comentarios

  1. Diana. La vida a veces es una mierda que hay que "descambiar".

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    1. En efecto. Se me ocurre que, si hubiera tiendas que poseyeran ese mágico poder, se formarían larguísimas colas de personas con la intención de devolver o cambiar por otros su trabajo, su pareja, su familia política, su vivienda, su propia apariencia... Por cierto, anónimo (que no desconocido) lector: hace falta mucha retranca para entrar en mi blog a dejarme un comentario que contiene esa espantosa expresión de "descambiar". Se agradece tu intervención, en cualquier caso, con toda su ironía.

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  2. Y, sin embargo, hay regalos que son magníficos aciertos. Acabo de terminar uno de esos maravillosos regalos y te dedico una frase de Pessoa que recoge: "Se escrevo o que sinto é porque assim diminuo a febre de sentir". Precioso y ¡me recuerda tanto a ti! L.

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    1. Y también hay situaciones en la vida en las que la gente acepta gustosa lo que uno le ofrece: el amor, la amistad, el compañerismo. Se diría incluso que no lo cambiarían por nada.

      Qué hermosa, la frase de Pessoa. Y qué regalo el hecho de que te recuerde a mí.

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  3. Mis regalos este año no se podían descambiar, no tenían ticket, mi madre compró 3 bolsos para que mi hermana, ella y yo fuéramos iguales como familia, mi padre nos pintó un cuadro y nos dedicó mes a mes un calendario, mis perros me regalaron sus huesitos moviendo el rabito y mis amigas, sus risas jacarandosas y sus tonterías compartidas. Yo me regalé seguir viajando, con la mente y con los pies.

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  4. Es que esos son regalos que nadie en sus cabales querría cambiar por otros... Afortunada tú.

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