BUSCAR UN TÍTULO
Me encuentro ahora mismo en los momentos previos a esa aventura, a ese viaje de consecuencias imprevisibles, que es embarcarse en escribir una novela. Como viajera previsora que soy, tengo preparados el equipaje y la documentación necesaria: la trama está más que pergeñada en mi cabeza (y en mis notas), los personajes están definidos e impacientes, pugnando por venir al mundo. Solo falta atar algún cabo suelto, cerrar los últimos detalles y, sobre todo, encontrarle un título. Esto último complica un poco la situación: estoy a punto de partir de viaje, pero ignoro el nombre del país al que me dirijo.
Me resulta difícil pensar en esta historia que tengo en proyecto, sin saber cómo nombrarla. Es como ver crecer a un niño y no tener un nombre para dirigirse a él. Por experiencia sé que las ideas que nacen sin un título suelen resistirse a ser etiquetadas bajo ninguno. Suelen revolverse, escaparse, negarse a esa maravillosa concreción de las fórmulas breves y contundentes en las que se recoge la esencia de una historia. Encontrar un buen título es tarea difícil y en ocasiones angustiosa. Llevo bastante tiempo rumiando el tema, dándole vueltas, creyendo tener a cualquier hora del día un hallazgo brillante que apunto en mi agenda y luego desecho cuando al día siguiente lo vuelvo a leer. Me hago largas listas combinando elementos y luego las miro y remiro hasta que se reducen en mi cabeza a simples fórmulas sin sentido. Hasta el momento no ha habido candidato que me convenza: este es vulgar, aquel banal, el otro valdría para cualquier historia. Este es bonito pero no viene mucho al caso, ese otro es una extravagancia. Me desespero y aplazo el problema. Quiero pensar que, en algún momento de su escritura, esta historia dejará de serme esquiva y me brindará una palabra, una frase con la que nombrarla.
Para entretenerme, repaso los títulos de novela que más me gustan y me pregunto de dónde les vendría a sus autores la inspiración para encontrarlos. Pienso quizá que, a fuerza de navegar entre fórmulas geniales, se me acabará encendiendo una luz en el cerebro y encontraré una adecuada para nombrar mi anónima historia. Se me viene en primer lugar a la cabeza el gran Benedetti con su hermosa Primavera con una esquina rota, título evocador y sorprendente a partes iguales. Quién pudiera encontrar uno así. Aunque en este caso, la raíz del éxito está clara: para escribir un título semejante hay que ser un poeta. Nada más y nada menos.
Pienso luego en el creador de títulos por excelencia, Gabriel García Márquez, con su Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba y, sobre todo, el que más me gusta: El amor en los tiempos del cólera. Los títulos del gran “Gabo” son como su narrativa, exuberantes, vistosos, deslumbrantes. Parecen preludiar historias inusitadas que, sin embargo, nos creeremos religiosamente, porque nos las está contando un narrador bendecido con el don de la palabra. Son títulos únicos pero sin excentricidades gratuitas. Una vez que se ha leído la historia, comprendemos que sería imposible llamarla de otra manera. ¿Alguien se imagina bajo otro nombre Cien años de soledad? Las historias de García Márquez nacen vestidas ya, con un traje hecho a medida.
Dejo para el final el que es para mí el mejor título de novela posible. La obra en cuestión se publicó en 1979, su autor es Italo Calvino, y narra una loca historia que se multiplica, se desdobla, se ramifica, juega a cambiar de estilo y a despistar al que la lee. Su título, Si una noche de invierno un viajero. Una gigantesca broma bajo el título más sugerente posible. Es difícil captar más la atención del lector con tan poco. En esas siete palabras está recogido el germen de todas las historias: una noche oscura, un desconocido que llega, algo que va a ocurrir. Y ese “si” maravilloso que es la puerta abierta a todas las posibilidades. Titular así una novela es la mejor de las incitaciones a la curiosidad: hay que abrir el libro y leerlo inevitablemente.
Termino mi reflexión y mi proyecto de novela continúa sin título. Está en mi cabeza pero no está. Curiosa existencia esta de las cosas sin nombre. Me pregunto cuánto tiempo seguirá así, siendo un niño al que es difícil regañar cuando hace una travesura, un viaje inminente hacia un destino sin nombre.
Mi título favorito es "La insoportable levedad del ser". Es más, creo que leí esa novela por su título y en una edad demasiado temprana para asimilarla bien. Todo en la historia me sorprendió, me conmovió, me abrió los ojos a realidades demasiado duras para mi mente casi infantil. Pero nunca olvidaré esa novela, ni a sus personajes. Teresa y Karenin se hicieron para mí de carne y hueso.
ResponderEliminarEspero que encuentres tu título por gozosos vericuetos, y que disfrutes muchísimo escribiendo esta novela. Yo creo que desde el momento en que te encuentras hasta ese otro en que un lector tiene en sus manos el libro ya impreso y comienza a leer, se produce un auténtico milagro de posibilidades. Es maravilloso crear historias, darles forma, vida, y luego poder llevar a otras personas hasta ese universo.
Lo mismo que cuentas que te sucedió con la novela de Kundera me pasó a mí con "El libro negro de los cuentos" de A. S. Byatt, que era una autora a la que apenas conocía por referencias. Fue leer el título en la portada y llevármelo a casa. Descubrí así a una escritora fascinante, que no se parece a nadie, y un conjunto de relatos que están entre los más impactantes que he leído jamás.
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