ANIVERSARIO
Hoy ha amanecido nublado tras varios días de sol resplandeciente. Me ha parecido un augurio: tenía planeado acercarme a un cementerio. No se trataba de uno de esos impulsos a medio camino entre la melancolía y lo macabro que me han llevado desde adolescente a pasearme entre tumbas en latitudes variadas, sino de una visita vinculada a una fecha, inscrita ya en mi rutina desde hace años. Iba a visitar a una persona a la que me encantaría ver en lugar y circunstancias bien distintas. Era un aniversario.
En cuanto he aparcado en el cementerio ha empezado a llover. Unas gotas aisladas, tímidas, casi reconfortantes en el ambiente templado y primaveral. He atravesado la puerta de acceso y el jardín que sirve de entrada. Es un cementerio pequeño: en seguida he enfilado un pasillo entre nichos que me ha conducido a mi destino. Apenas me he detenido, la lluvia ha arreciado. He abierto el paraguas y he escuchado el tamborileo de las gotas sobre la tela. Una nunca sabe muy bien qué pensar o decir frente a la tumba de alguien a quien se ha querido mucho. Esta mañana, el ruido de la lluvia me ha hecho el favor de suplir a las palabras.
Ha sido un chubasco mínimo. Cuando el ruido de las gotas ha cesado, me ha parecido que alguien desde arriba me estaba dando permiso para marchar. Lo he agradecido; es difícil encontrar el momento justo de dejar atrás a quien no puede seguirnos. He cerrado el paraguas, me he despedido ―mentalmente― hasta dentro de unos meses. He echado a andar junto a un muro jalonado de nichos, leyendo sin demasiada atención las consabidas frases de adiós, las fervientes promesas de recuerdo perpetuo. Hasta que la he encontrado. En cada una de mis visitas al cementerio me detengo unos instantes frente a ella. Es la lápida que cubre la sepultura de un matrimonio. Esta pareja de desconocidos está ya integrada en las rutinas de mi tristeza. En la inscripción, él aparece definido como “un hombre bueno”. A ella no se la califica directamente, sino a través de una afirmación maravillosa: “Tu fantasía nos hizo felices”. Imagino a una madre inventando historias para unos niños que dejaron de serlo hace mucho pero que jamás la olvidarán. Pienso que tengo ante mí los restos de una familia feliz y eso me conforta.
Abandono el recinto del cementerio y miro al cielo. Ha vuelto a salir el sol. De alguna manera, también lo ha hecho en mi corazón.
Tú también nos haces felices con tu fantasía. Nos ayudas a no sumirnos en la tristeza.
ResponderEliminarPues es lo más bonito que se puede decir de esta fantasía mía, que a mí no siempre me hace feliz. Muchas gracias, amiga.
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