PUERTOS DE LUTO

La explosión del puerto de Beirut del pasado martes se oyó, según dicen, en la vecina Chipre. Su eco se propagó también de forma virtual y a velocidad vertiginosa por las redes sociales: antes de conocer la noticia, pude rastrear en páginas de amigos de Facebook mensajes de solidaridad con el pueblo del Líbano que dispararon mi imaginación en el sentido más sombrío.

Poco se puede decir del espanto que se cierne una vez más sobre esta tierra castigada. Como soy mujer de detalles y me pierdo en las grandes panorámicas, elijo para resumirlo una imagen difundida en el telediario: la de una mujer sentada en un banco del puerto durante varios días consecutivos, en espera de recibir noticias de su hermano desaparecido. Frente al horror, la empecinada concentración en una esperanza cada vez más remota.

Hace dos días, otro puerto del Mediterráneo saltó a la prensa asociado a una historia terrible. Dos polizones se arrojaron al mar desde un carguero procedente de la costa occidental de África cuando este alcanzó el puerto de Valencia. El peso de sus ropas de abrigo empapadas y el tremendo remolino producido por las maniobras de atraque terminó con ellos en el fondo de las aguas, a escasa distancia de la tierra que era el objetivo de su arriesgada peripecia. Es fácil imaginárselos, entre la excitación por el cercano final de su aventura y el miedo a ser repatriados, saltando por la borda cargados con todas sus pertenencias y con sus prendas de abrigo puestas. Es este un detalle que me conmueve de forma especial: ver a los africanos que llegan a nuestras costas abrigados con independencia del mes en que emprendan su viaje, supongo que en un intento de combatir la fría noche del mar, pero también de llevar consigo alguna de sus posesiones. Esas capas de ropa que resultan tan fuera de lugar cuando desembarcan en nuestro tórrido verano me parecen el símbolo perfecto del desvalimiento que produce la intemperie, no solo física.

La tragedia del puerto de Beirut presidirá durante un tiempo nuestros telediarios. La de Valencia es posible que no se mencione más. Ambas van acompañadas de cifras estremecedoras. Las de Beirut se van actualizando y suponen una escalada de la desgracia: 158 muertos y 6.000 heridos, a día de hoy. La de Valencia es demoledora a fuerza de pequeña e inamovible: trece años, la edad de los protagonistas. No cumplirán ni uno más.

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