UN COCHE VIEJO
Un coche viejo es muchas cosas.
En primer lugar, una acumulación de
deficiencias, una perpetua incertidumbre: ¿Se volverá con bien del viaje
proyectado? ¿Se pasará sin problemas la ITV? ¿Compensará la inversión que se
realiza en poner parches a sus cada vez más frecuentes achaques…? A esto se
suma la carrera de obstáculos en forma de descartes y prohibiciones. Los
vehículos anteriores al año tal no podrán… Los que se alimentan de determinado
combustible deberán… En caso de episodio de alta contaminación, solo tendrán
permiso para circular aquellos que… El coche viejo pasa a convertirse entonces
en un peso en la conciencia (para los que la tienen, claro está): la parcela de
atmósfera que corresponde a cada propietario de vehículo es, en este caso,
profundamente negra. En definitiva: un coche viejo es un trasto del que es
apetecible deshacerse.
Pero no es tan simple.
Un coche viejo es la versión desvaída y
maltrecha de aquel flamante vehículo que nos ilusionó hace unos cuantos años,
cuando nosotros éramos también bastante más flamantes que ahora. Cada
abolladura es el rastro de una farola, un pilar de garaje, un bolardo o, por
qué no, de la persona que nos acompañaba en aquel trayecto nocturno, de la
ciudad en la que nos despistamos al bajarnos porque mira qué edificio tan
bonito y, de repente, plaf, la puerta del conductor incrustada contra una pieza
del mobiliario urbano.
Es todos los viajes que se han realizado con
él, las fotos en las que se coló su silueta familiar e inconfundible. Las largas
conversaciones en carreteras rectas y monótonas. La arena de aquella playa que
aún se esconde en un rincón, debajo de la alfombrilla. Los muebles y trastos
que por variadas razones no se subieron al camión de la mudanza y hubo que
trasladar hacinados en el maletero. Las prendas de vestir que desechamos después
de cientos de usos, pero que dejaron abandonado un botón. Las mascotas que
viajaron felices o aterrorizadas, camino del campo o del veterinario, algunas
de las cuales nos dejaron hace tiempo.
Es todas las personas con las que hemos
compartido a lo largo de los años la curiosa intimidad que se crea en ese
recinto móvil. Los silencios incómodos, las charlas animadas por encima del
ruido del motor. Los amigos a los que fue un placer acercar a casa para
prolongar los minutos juntos, los conocidos a los que se acercó por compromiso
y que, a veces, terminaron por convertirse en amigos. Las parejas a las que
dejamos de querer o que dejaron de querernos.
Un coche viejo es, sobre todo, las personas que
ya no están, pero a las que nos parece ver sentadas en el sitio del copiloto o
en el asiento de atrás, mirando por la ventanilla. Nunca más viajaremos con
ellas. Ya no podremos enseñarles el vehículo ―mucho más moderno y eficaz, quién
lo duda― que viene a sustituir a aquel otro que nos llevó juntos por calles y
carreteras. Su imagen querida se ha quedado incrustada en los cristales, en los
pliegues de la tapicería que pronto pertenecerán a otro dueño o dejarán de
existir por la acción inmisericorde del desguace.
La llegada de un coche nuevo, vacío de apegos y
recuerdos, está teñida inevitablemente de melancolía.
Comparto cada palabra, cada nostalgia, cada prolongación personal hacia el cobijo de ese coche que nos trajo y nos llevó, con la diferencia de que yo no conduzco y la relajación es mayor. Sí, al igual que tú también entrego el soplo de vida a los objetos, a los muebles a los coches, tienen vida que hace simbiosis con la nuestra, sería para hablar más tiempo. Un abrazo.
ResponderEliminarPor un lado, es precioso esto que nos pasa, Pili: otorgar carácter animado a los objetos, hacerlos depositarios de sentimientos y emociones que nos asaltan cuando los usamos o los tenemos presentes en nuestro entorno. Por otro lado, eso multiplica las pérdidas que sufrimos en nuestra vida. A veces me parece que sería preferible sentir menos ese tipo de cosas... Un abrazo.
EliminarEs precioso este homenaje que le has hecho a tu viejo compañero de viaje. Pero la llegada del nuevo vehículo viene acompañada de mil viajes por realizar, y quizás también, de nuevos amigos a los que "acercar" a casa.
ResponderEliminarNo es la primera vez, amiga mía, que me recuerdas que lo mejor (o al menos algo igual de bueno) puede estar por venir. Agradezco mucho esa visión esperanzada. Ya sabes que los melancólicos estamos siempre mirando hacia atrás...
EliminarAhora entiendo mejor algunas cosas, te pido disculpas por no haber sido capaz hasta ahora...
ResponderEliminarEs que para eso me sirve (entre otras cosas) la escritura, para clarificar mi relación con el mundo y con los demás... No hay nada que disculpar. Las cosas que no se entienden del otro son muchas veces desafíos que mantienen vivo el interés.
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