BICICLETAS ROTAS

Llevo más de una semana con la canción de Tom Waits Broken bicycles alojada en mi cerebro. No es algo extraño, teniendo en cuenta que se trata de una de mis canciones favoritas, pero lo cierto es que hacía tiempo que no la escuchaba. Tengo ciertos problemas con la música y las reacciones emocionales que me causa, y en consecuencia huyo de las piezas que me arrastran con demasiada fuerza hacia el terreno de la melancolía. Porque no hay canción más triste ―y pocas más hermosas― que ésta.

El último día del pasado octubre, una camioneta fue utilizada como arma homicida para arrollar a un grupo de ciclistas y viandantes que circulaban por un carril bici de Manhattan. Los primeros periodistas que acudieron al lugar de los hechos hablaban de imágenes sobrecogedoras de muertos y heridos que en un primer momento ―no sé si después se mantuvo esa medida― no fueron emitidas por televisión. Por si acaso, yo hui de mi televisor como alma que lleva el diablo. Siempre lo hago ante este tipo de noticias. En su lugar enciendo la radio y escucho la información, rezando para que mi imaginación no sea capaz de suplir el horror de las imágenes reales.

Pasaron los días y los ecos de esta tragedia se fueron apagando hasta ser finalmente engullidos por otra atrocidad: la explosión causada por una niña suicida en una población en la frontera entre Camerún y Nigeria, cortesía de Boko Haram. De todos es sabido que los atentados protagonizados por nuestros hermanos africanos son mucho menos mediáticos que los que se llevan por delante a hermanos norteamericanos y europeos; se puede, en consecuencia, encender el televisor sin miedo a que el espanto nos salpique con tanta violencia desde la pantalla. Eso hice. Estaba viendo las noticias cuando recibí una llamada y me puse a hablar con el volumen del aparato silenciado, mirando las imágenes sin demasiada atención. Con la guardia totalmente bajada. Entonces las vi. Las bicicletas rotas de los atentados de Nueva York, tiradas sobre la acera, retorcidas, sin dueño, seguramente para siempre. Busqué el mando del televisor con la mirada, pero estaba fuera de mi alcance. Interrumpí a mi interlocutor para decirle: «Las estoy viendo. Las bicis rotas». Y fue entonces cuando me acordé de Tom Waits.

Broken bicycles es una canción compuesta por Tom Waits en 1982 para la película de Francis Ford Coppola One from the heart (Corazonada en la traducción española), y de la que desde entonces se han hecho versiones muy diversas. La película para la que nació fue una apuesta extravagante, arriesgada y emotiva, que fue incomprendida en su época y que iba arropada por una maravillosa banda sonora a la altura del romanticismo de la empresa. En ella oí por primera vez las notas melancólicas de un piano y la voz aguardentosa del gran Waits hablando sobre la tristeza de las bicicletas rotas y abandonadas bajo la lluvia. Qué tendrán estos sencillos vehículos cotidianos que despiertan tan poderosas reacciones emocionales, que nos dicen tanto sobre la vida y el dolor de sus propietarios. Que son capaces de atravesar la capa de aletargamiento que se ha formado a nuestro alrededor a base de ver, en color y en alta definición, las mayores tragedias desde el salón de nuestras casas.

Dejo a continuación un enlace a un vídeo de la canción. Aviso para melancólicos: las notas iniciales se albergan en la memoria y no vuelven a salir nunca. Pero consolémonos, que al fin y al cabo, las bicicletas de Waits están hablando de la soledad y la tristeza por la pérdida del amor. Ojalá esas fueran nuestras únicas tragedias. Inevitable acordarse ahora de los versos de Miguel Hernández: «Tristes guerras/si no es amor la empresa./Tristes, tristes».

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