PECADORAS ARREPENTIDAS (II)
El
pasado mes de septiembre publiqué una primera entrada sobre las
representaciones pictóricas de la figura de María Magdalena. La componían tres
visiones alejadas entre sí pero que se movían dentro de los parámetros
clásicos: Magdalenas elegantes, bellas, sufrientes, comedidas en su dolor.
Añado ahora una nueva entrega, en la que se incluyen obras de artistas más
recientes o al menos de concepciones más modernas, que nos ofrecen versiones alejadas
de los cánones tradicionales, sorprendentes e incluso rompedoras. El personaje dolorido
y abnegado de épocas anteriores se contagia de una nueva visión del papel de la
mujer.
Jules Joseph
Lefevre es un pintor academicista francés que con frecuencia encuentra motivo
de inspiración en figuras femeninas míticas e históricas. Realizó varias
versiones del personaje de María Magdalena, pero en ninguna de ellas llegó tan
lejos como aquí a la hora de resaltar su belleza y sensualidad. Esta María Magdalena en la gruta se centra en
principio en la faceta de penitente de nuestra protagonista, que se nos muestra
alejada del mundo, viviendo en contacto con la naturaleza en un acto de
expiación de su pasado; sin embargo, no creo pecar de desconfiada si pongo en duda
las piadosas intenciones de Lefevre, que con sus pinceles crea una de las
mujeres más carnales y sugestivas de la pintura del XIX. Esta María Magdalena
parece contagiada más bien de las visiones tradicionales de la diosa Venus:
yacente y desnuda, en una actitud que lo mismo puede ser de tristeza que de
desmayo amoroso, rodeada de un paisaje más exuberante que el habitual desierto,
es un hermoso canto a la juventud y al goce de los sentidos.
El
pintor finlandés Albert Edelfelt nos presenta a un personaje femenino muy joven
y atormentado, sumido en oscuros pensamientos o a merced de terribles
acontecimientos que contrastan con su fragilidad; una Ofelia tal vez,
enfrentada a los fantasmas de su propia locura. La indumentaria ―contemporánea
a su autor― y la falta de referencias espaciales derivada del hecho de tratarse
de un esbozo, terminan de redondear una visión nueva e inesperada de nuestra
pecadora arrepentida. Si buscamos información, descubriremos que se trata de un
apunte para el cuadro Cristo y María
Magdalena. Edelfelt reinterpreta el personaje tradicional y lo dota de
ternura y vulnerabilidad, de hondura y recogimiento. Esta Magdalena de mirada
ensimismada nos parece sincera en su dolor y a la vez nos conmueve por su aire
infantil y su desvalimiento.
Una sensualidad explícita y oscura se da la mano con el componente onírico en esta peculiar reinvención del mito realizada por el pintor búlgaro Goshka Datzov. El sueño de María Magdalena explota el tema de la relación entre la pecadora y Jesucristo, decantándose claramente hacia el terreno de lo erótico. Esta mujer que nos oculta el rostro y nos muestra su cuerpo semidesnudo aparece poseída por una pasión que apenas se sugería en representaciones más antiguas. Las enérgicas pinceladas que componen las figuras y su entorno parecen dominadas por idéntico arrebato. Es la única en esta galería de mujeres solitarias que está acompañada, aunque la luminosa figura masculina que la flanquea no pertenece al territorio de lo real, sino que es fruto de su imaginación y su anhelo: esta Magdalena sombría y perturbadora se mueve así en el terreno del sueño, de la prohibición, del deseo.
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