PARA NO ESTAR MUERTO

En el prólogo a su libro de relatos El hombre ilustrado, Ray Bradbury narra una conversación mantenida por él con el camarero que le sirve habitualmente en un restaurante. Este le cuenta que todas las noches se va a bailar cuando termina su turno, y que lo hace hasta altas horas de la madrugada, a pesar de que al día siguiente le espera otra dura jornada de trabajo. Duerme muy pocas horas, pero no le importa. La razón es muy sencilla: “Dormir es estar muerto. Es como la muerte”, explica. Entonces el escritor se interesa por la edad del camarero bailarín, y este le responde que tiene veintitrés años.

A continuación, el joven quiere saber más sobre su interlocutor: le pregunta su edad y a qué se dedica por las noches. Bradbury, que resulta tener en esos momentos algunos años más que el camarero –tampoco demasiados: ha cumplido setenta y seis- le explica que él escribe de madrugada. El otro manifiesta su asombro: ¿Ponerse a escribir, a las tres de la mañana? ¿Para qué? Y Bradbury contesta: “Para no estar muerto. Lo mismo que usted”. El camarero se queda entonces pensativo y le dice finalmente: “Tiene mucha suerte. Es usted muy joven”.

Acabo de enterarme de que Ray Bradbury ha muerto hoy en su casa de Los Angeles. Sin él, esta próxima madrugada se sentirá, sin duda, huérfana de palabras y de ideas, de imágenes visionarias, de fantasía. Será una madrugada más gris y plana, privada del funcionamiento de los engranajes de este cerebro extraordinario. Bradbury se va pero nos deja a sus maravillosos hombres-libro, sus sorprendentes transposiciones de los problemas sociales al mundo del futuro, sus viajeros astrales, sus delicadas disquisiciones sobre el sentido de la vida, sus peculiares niños. Él mismo fue un niño especial: en el prefacio de Fahrenheit 451, relata cómo a los nueve años, al enterarse de los incendios que sufrió la Biblioteca de Alejandría, se echó a llorar. Ese niño distinto enamorado de la lectura y las bibliotecas se vengó con el paso de los años, de la forma más pacífica posible, de ese y otros actos de destrucción contra la letra escrita, creando el más hermoso testimonio de amor a los libros que conozco.

No cabe duda de que este autor infatigable que sacrificaba sus horas de descanso por la literatura ha logrado con creces su objetivo: para los que disfrutamos con sus libros, Bradbury no va a estar muerto jamás. Y por cierto: su amigo el camarero tenía razón. Señalan hoy los titulares de los periódicos que tenía noventa y un años. Era, sin duda, muy joven.

Comentarios

  1. Me impresionó la noticia por el momento personal en el que me encontraba. ¡Tenía tantas cosas que decir a partir de tus entradas! Te preguntabas ante el calendario qué nos traería el año. Como siempre cosas maravillosas -Claudia- y cosas tristes, ... Pero qué bien sienta recordar lo que nos dejan los que se van. Hay situaciones que sólo se soportan si nos acompañan los libros. Lola

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    1. Es curioso cómo me han llegado varios comentarios sobre la desaparición de Bradbury por vías distintas (familia, amigos, miembros del club de lectores...). La mayoría mostraban asombro por el hecho de haber accedido muy tarde a la lectura de este autor, y de haberlo conocido justo poco antes de que nos dejase. A mí la noticia me sorprendió durante la lectura de uno de sus libros, que leí por recomendación tuya: "El vino del estío". Era algo que nunca antes me había ocurrido. Precisamente había interrumpido el día anterior la lectura en un pasaje que recordarás, en el que se reflexiona sobre el sentido de la muerte a raíz del fallecimiento de la bisabuela del niño protagonista. La casualidad me sobrecogió. En cualquier caso, cuántas cosas hermosas nos ha dejado Bradbury, antes de marcharse. No cabe duda de que nos ha dejado bien acompañados.

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