UN SUEÑO DE DIEZ AÑOS
Cuando creé este blog, pretendía que se convirtiera en un catalizador de conversaciones, reflexiones y opiniones sobre libros. Llevaba muchos años hablando sobre el mágico acto de leer con personas muy distintas y ajenas entre sí, y con frecuencia tenía la sensación de que parte de una conversación le habría interesado a alguien que no estaba presente. Opiniones, gustos, reflexiones, deseo de acceder a esta o aquella obra que no se encuentra… Cuántas cosas se pueden poder en común. Yo acabo de vivir una de las maravillas de explicitar mis deseos en este espacio al alcance de tantas almas afines. No me resisto a contarlo (mi resistencia a contar cosas, bien es verdad, es bastante escasa).
Hace ya más de tres meses mencioné en una entrada titulada Cuando los libros se hacen eco mi intención de hacerme con una novela que se me mostraba especialmente esquiva: La casa, de Manuel Mujica Láinez. Es el sino de los autores de grandes obras: sus criaturas más celebradas eclipsan a las demás. Para entendernos, se pueden encontrar ejemplares de Bomarzo debajo de las piedras, pero para hallar uno de La casa hay que hacer un encargo vía Internet a una librería de viejo de Buenos Aires, por ejemplo. Resignada ya a hacer la citada compra telemática, y viéndole incluso el lado romántico a traerme un ejemplar del otro lado del océano, lo comenté en este blog, en la entrada antes citada. El efecto fue inmediato. Al poco una lectora asidua de este espacio (y, lo que es más importante, buena amiga mía) me contó satisfecha que, tras arduas pesquisas por la red, había conseguido descargarse el texto de Mujica Láinez. Casi simultáneamente, otra lectora y amiga (del blog y mía, respectivamente) me ofreció sacarme un ejemplar de una biblioteca universitaria. Me sentí sumamente afortunada: “Mis deseos son órdenes”, pensé, contentísima. Es hermoso que, al menos en un aspecto de la vida, esto suceda alguna vez.
Ambos gestos de solidaridad entre buenas lectoras me llenaron de emoción, pero mi concepto tradicional de la lectura me llevó a elegir el libro sacado en préstamo. Es un ejemplar viejo, de tapa blanda y delicado estado de salud, publicado en 1969 por la editorial Sudamericana. Aquí os lo presento: en la imagen escaneada se pueden apreciar las arrugas de la cubierta, el borde inferior raído, los tonos desvaídos de la foto de portada. Según la información que consta en la hoja de préstamo pegada en el interior, el libro llevaba diez años sin que ninguna otra mano lo sacara de su reposo en las intrincadas estanterías de la docta institución a la que pertenece. Un sueño de una década, del que una curiosa carambola ha venido a despertarlo. Estoy a punto de terminar mi lectura, y eso que he leído y releído fragmentos, porque es una novela que, más que leerse, se saborea. Aun así, me quedan tres páginas escasas, y está claro que de hoy no pasa que llegue al final de las entrañables y melancólicas memorias de esta casa bonaerense que evoca su vida cuando se encuentra al borde de la demolición. Una casa que habla, diréis. Así es, en efecto, pero dejo una reseña más detallada de la novela para una futura entrada. Ahora lo que me apena es el próximo destino de este libro viejo al que tanto cariño le he tomado en los quince días que hemos pasado juntos. ¿Debe volver a una estantería en un oscuro almacén a dormitar otros diez años hasta que de nuevo un lector ávido lo despierte? Me resisto a ello: es una historia demasiado hermosa, y además, después de leerla, estoy más convencida que nunca de que los objetos tienen alma.
Me gustó mucho de Sunset Park la obsesión del protagonista por fotografiar objetos que habían pertenecido a personas que ya no podían disfrutarlos.
ResponderEliminarCuando yo era una niña vivía en mi pueblo una señora ya muy mayor. Era viuda y vendía en su casa chucherías, creo que para ver entrar y salir niños y no sentirse tan sola. Yo solía ir con mis hermanos pequeños, cuando alguien nos daba propina, a comprar las delicias que guardaba en bonitos frascos de cristal. Recuerdo perfectamente el olor tan agradable de aquella tiendecita improvisada en una salita de estar. Un día que fui sola me dijo que tenía que pedirme una cosa muy importante. No tenía hijos ni sobrinos y quería que yo conservase su tesoro más preciado, su librito de la primera comunión. Sentí que me hacían un honor para el que no había realizado mérito alguno. Le prometí guardarlo siempre, como oro en paño. Para mí ese encargo ha sido uno de los mejores regalos que me han hecho en mi vida. Está en mi caja de recuerdos, la que pediré a mi hija que conserve.
No cabe duda: los objetos están dotados de alma para aquellos que son capaces de captarla. Tu caja de recuerdos llena de pequeñas maravillas me ha recordado inevitablemente a la que la protagonista de "Amélie" encuentra detrás de una baldosa y se empeña en devolver a su dueño, que dista mucho ya del niño que guardaba en su interior sus tesoros pero que recupera a través de ella toda la emoción de la infancia. Uno más de los mil detalles encantadores de esa película que tanto me emocionó en su momento. Gracias por tu historia de la ancianita vendedora de dulces; es de esas cosas que vemos en el cine o leemos en las novelas y que nos hacen olvidar que la realidad es la sustancia de la que la ficción se nutre.
ResponderEliminarBea, qué maravilloso comentario has hecho sobre "Retrato de Helene Klimt".
ResponderEliminarMe alegra que te guste, mi confidente fiel (como ves, ya te he buscado seudónimo). A mí me parece que "Retrato de Helene Klimt" es un cuadro que se comenta a sí mismo. Suelo elegir para la sección del "Cuadro de la semana" obras que me da la impresión de que me hablan; en el fondo, es como si los textos me los dictaran las mismas pinturas.
ResponderEliminarNo lo podías haber descrito mejor. Es la pintura y tu comentario; tú en definitiva, en simbiosis. No sabría separar una cosa de la otra. Los cuadros me dicen muchísimo más si tu los comentas.
ResponderEliminarHoy hemos visitado con los alumnos del ciclo de Atención Sociosanitaria uno de los Centros de la Asociación APANAS y después la Biblioteca de Castilla La Mancha, en el Alcázar de Toledo.
ResponderEliminarA lo largo de la visita nos han llevado a la sala donde se encuentran libros antiguos, con más de cien años de antigüedad. Nos han contado bastantes cosas sobre los libros que tienen allí, además de anécdotas sobre algunos incunables y sobre las "sorpresas" que esconden algunos libros cuando los restauran, como otros libros más pequeños ocultos en las cubiertas y huecos secretos para esconder documentos, incluso armas. Hay una exposición sobre libros antiguos de química. Me hubiera gustado mucho poder contar con tus comentarios y hacerte un montón de preguntas. En lugar de eso el tiempo, tan elástico y traicionero, se ha agotado y hemos salido corriendo al mundo rápido y electrónico del siglo XXI.
Qué bonita visita, Confidente fiel (y cómo me gusta poder dirigirme a ti con este apelativo). Me corroe la envidia al imaginaros husmeando por esas maravillas que me cuentas. No sabía de la utilización de cubiertas para esconder otros libros más pequeños y que presupongo peligrosos o prohibidos por alguna razón política, religiosa o moral. Me parece un asunto propio de una trama de Umberto Eco. La próxima vez que planeéis una incursión semejante, tal vez podríais hacerme un huequecito en mi condición de bibliotecaria no muy profesional pero altamente entusiasta.
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