LECTURAS DEL PASADO VERANO (II)

Siempre he deseado encontrar a un autor que me ayude a ahondar en un tema que me desazona por lo que tiene de incomprensible, de radical contradicción con lo que me parece la esencia última del ser humano: el de los atentados suicidas. ¿Qué lleva a una persona a esos límites de violencia injusta y descontrolada y, sobre todo, qué le hace saltarse la más honda pulsión de todo ser vivo, el afán de supervivencia? El escritor argelino Yasmina Khadra me ha servido de guía en ese inquietante viaje con su estremecedora novela El atentado. No revelaré aquí el planteamiento de la trama, que es uno de los más perturbadores que recuerdo haber leído. Solo diré que, de forma muy inteligente, el autor parte de posiciones que nos son familiares para ir poco a poco derivando a terrenos desconocidos, a formas de concebir la vida y la muerte que ni sospechamos. Al posible lector interesado en este libro le recomiendo que haga caso omiso de reseñas y sinopsis y entre a saco en la página 1; es posible que en breve no pueda sustraerse a esta bajada a los infiernos del odio, el resentimiento y la destrucción. Más que una buena novela (que también), El atentado supone una experiencia, una confrontación con facetas desconocidas de uno mismo, una puesta en cuestión de los sólidos principios de nuestra tranquilizadora vida de seres humanos que desconocen el imparable horror de la guerra.

Una mujer recibe la noticia de que su amante clandestino ha sufrido un accidente de coche y no podrá ponerse en contacto con ella mientras permanezca en el hospital. Este es el punto de partida de Km 123, última novela de Andrea Camilleri, que nos dejó –nos habíamos hecho la ilusión de que era inmortal, pero no– hace algo más de un año. Por supuesto, la amante no asume la temporada de distanciamiento que se le impone y comienza a buscar el medio de ponerse en contacto con el accidentado sin levantar sospechas. Comienza así un hábil y divertido juego de palabras que se entrecruzan para componer una trama de engaños, traiciones, crímenes y bruscos cambios de rumbo. El narrador se retira por completo y la historia se cuenta a base de mensajes de WhatsApp, correos electrónicos, noticias de prensa, conversaciones presenciales y telefónicas. No hay descripciones de lugar ni de personajes, ni pasaje narrativo alguno que nos informe sobre movimientos, acciones o actitudes: solo tenemos las voces de los implicados, que se transmiten por todos los medios posibles, y que van creando las piezas que encajan en un gran y sorprendente puzle. El gran Camilleri tuvo que pasárselo bien con este ingenioso divertimento. A mí me ha durado apenas una tarde. Imposible abandonarlo hasta la sorpresa –último componente del juego– que aguarda en el desenlace. Juguetón hasta el final, nuestro querido maestro.

En los últimos días de 1599, el joven alemán Christian Stern llega a Praga dispuesto a triunfar y, por una carambola del destino, consigue de inmediato cumplir su sueño de hacerse un hueco en la corte del emperador Rodolfo. Pero me atreveré a decir que los que llegamos a la ciudad en esa fecha a caballo entre dos siglos fuimos en realidad Christian Stern y yo. Es tal la viveza en la descripción de ambientes de la que hace gala Benjamin Black en esta novela, que he tenido la total impresión de haber sido trasladada a la Praga de comienzos del XVII: he transitado por sus oscuros callejones, sentido la nieve cayendo sobre mi cabeza, tiritado cuando la niebla me envolvía por las mañanas y, sobre todo, he deambulado por los pasillos y salones del fantasmagórico castillo imperial, poblado de magos, alquimistas y conspiradores, experimentando la terrible sensación de que una amenaza de origen impreciso se cernía sobre mí. Llegué a Los lobos de Praga esperando leer una novela negra, pero como es habitual en su autor, la trama de investigación sirve para ahondar en la psicología se los personajes y trazar un fresco de la sociedad en la que se desenvuelven. Esta historia de crímenes que transcurre hace cuatro siglos tiene, por tanto, un importante componente de novela histórica: el lector se empapa del ambiente, de la morfología de la ciudad, de las luchas entre facciones políticas, de las tensiones entre poderosos por ocupar los puestos de favor, del sometimiento y el miedo de los oprimidos. Y, como no podía ser de otra forma en una obra de su autor, se asoma también a los abismos interiores de los personajes, a los secretos de sus pasados, a la voracidad y el afán de sobrevivir a costa de los otros que convierte a estos lobos cortesanos en la más peligrosa de las especies.

Embarcarse en la lectura de esta novela de Joyce Carol Oates supone emprender un viaje no solo a través del tiempo, como reza el título. Lo que empieza siendo la clásica distopía que retrata unos Estados Unidos en un futuro no muy lejano y sometidos por un feroz sistema totalitario, deriva al poco hacia la evocación de la sociedad norteamericana de finales de los cincuenta por medio de la vida de una residencia universitaria para jovencitas: un mundo en pañales desde el punto de vista tecnológico, habitado por mujeres que se empiezan a despegar, pero no del todo, de su papel tradicional de madres y esposas. Entre ellas se encuentra la exiliada Adriane, una muchacha que parece extranjera, pero que en realidad ha viajado hacia atrás en el tiempo como castigo por una prematura disidencia. A través de sus ojos asombrados, contemplamos la rutina de un mundo muy cercano al nuestro y que, visto desde la perspectiva de la protagonista, nos parece extraordinariamente arcaico. Es a partir de este momento cuando se produce un viraje hacia nuevos territorios: se imponen los sentimientos ingenuos y a flor de piel de la protagonista y su mirada inexperta, y durante unas cuantas páginas creemos encontrarnos en el interior de una novela juvenil. Confieso el desconcierto que me embargó durante esta parte de la novela: ¿podía limitarse Joyce Carol Oates a describirnos las evoluciones de una jovencita necesitada de afecto…? No es así. El nuevo viraje llega cuando menos se lo espera y no seré yo quien lo desvele aquí. Solo diré que, si algún lector de este blog está interesado en comentar el desenlace de la novela, estaré encantada de compartir puntos de vista. El viaje que nos propone la autora no se cierra con la última página del libro.

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