UN CUENTO DE HADAS

Hará dos o tres meses, cuando esta pesadilla en la que estamos instalados no se había hecho todavía real, estuve a punto de traer a la sección del cuadro de la semana de este blog una ilustración de un cuento de hadas. No soy demasiado ortodoxa a la hora de agrupar obras diversas bajo la denominación común de “cuadro”, y si finalmente no incluí esta no fue por su peculiar condición, sino porque tenía un formato apaisado que, me pareció, dificultaba que se viera bien en la franja lateral de este espacio. Ahora me alegro de no haberlo hecho, porque, dado el curso que han tomado los acontecimientos, la obra en cuestión ha cobrado un significado especial.


La ilustradora británica Angela Barrett nos da esta visión de la madre de la protagonista en su versión del clásico cuento de los hermanos Grimm Blancanieves. El personaje ha interrumpido su labor de bordado para asomarse a la ventana y contemplar la nevada, instantes antes de pincharse un dedo y desear, al ver la consiguiente herida, tener una hija que combine el blanco de la nieve, el negro del marco de ébano de la ventana y el rojo de la sangre. Poco se puede decir de la delicadeza de esta imagen que no resulte redundante. Lo que la singulariza y la hace tan adecuada para la situación actual es la curiosa composición, esa división tajante entre el mundo de dentro y el de fuera. El espectador tiene una posición de privilegio en el muro truncado, y desde ella puede a la vez acceder al interior, cálido y familiar, y a la desolación de un paisaje desierto y cubierto por la nieve. La protección del espacio cerrado frente a la amenazadora frialdad del espacio abierto.

No es la única vez que Angela Barrett se sirve de semejante recurso para ilustrar esta historia. Lo vuelve a emplear en un instante que todos recordamos, aquel en que la malvada madrastra ofrece a la inocente Blancanieves una manzana envenenada. De nuevo, el muro divisor, cortado de un tajo por la mágica acción de la artista. Y nosotros, espectadores de excepción, contemplando a la vez a la niña protegida en su reducto privado y a la enemiga que se cuela desde el exterior portando un veneno mortal.

Hogares que son cobijos, refugios familiares que nos protegen y nos confortan, mundos exteriores inabarcables y plagados de amenazas. Extraños que pueden portar la muerte hasta nuestros umbrales. Puertas que se cierran para defendernos, ventanas a las que nos asomamos para contemplar lo que nos está vedado. Los cuentos de hadas, ahora y siempre, nos hablan mucho de nosotros mismos.

Comentarios