POR QUÉ ME GUSTA LA NOVELA NEGRA

Los que me conocen saben que soy una persona cívica y respetuosa de las normas, capaz de perder muchos minutos dando vueltas a la manzana para no dejar el coche mal aparcado o de acarrear todo tipo de desechos en los bolsillos hasta encontrar una papelera. Mi respeto a la vida en general –también, por supuesto, la de esos pequeños y grandes seres que comparten con nosotros el planeta- es absoluto. De niña me enseñaron que no se podía hacer daño a ninguna criatura, y lo he aplicado puntualmente: recuerdo a mi abuela invitando con amabilidad, con la ayuda de un pañuelo, a una araña de considerable tamaño a abandonar nuestro apartamento de la playa, mientras me explicaba –yo debía de andar por los ocho años- que no se le podía hacer daño porque era “una criatura de Dios”. Mi abuela, que no era una mujer en absoluto religiosa, tenía esa simpatía franciscana por los seres vivos en general, y yo la he heredado de ella. Vamos, que en mi caso es literal lo de “no haber matado una mosca”. Por qué, entonces, una persona tan inofensiva como yo disfruta de esa manera con las historias de crímenes.

No nos engañemos: en la novela negra están muy bien la trama policial, la habilidad del escritor para darnos el esquinazo a los lectores, el frecuente reflejo de problemas de actualidad o el retrato social que el autor realiza, pero no sería lo mismo si todo eso no girara en torno a un crimen. Ah, esos asesinatos sorprendentes, estrambóticos, amenazadores, singulares o en serie, meditados o fruto de la improvisación. Esas armas originales, esos informes forenses, esas pistas que sitúan en el lugar del crimen a quien menos esperamos, esos asesinos en serie que conciben lo inconcebible. Esas escenas sobrecogedoras en las que el pobre lector se asoma temblando a un despacho, un callejón o una iglesia y contempla un cadáver que aún tiene en los ojos desorbitados el reflejo del asesino que huye. Si mis detectives favoritos hubieran puesto su talento al servicio de la persecución de chantajistas o ladrones de obras de arte, me habrían interesado menos. Holmes con frecuencia lo hizo, y esas historias no se pueden comparar en emoción con las otras en que Watson y él le siguen los pasos a un delincuente que lleva las manos manchadas de sangre. En fin, que me gustan las historias de crímenes. Tal vez, precisamente, porque aprendí muy bien de niña la lección de que no se puede hacer daño a nadie. Porque en la vida real lloro con facilidad y me duele cuando alguien se pilla un dedo con un martillo. Porque medito largamente sobre la forma de invitar a los insectos a no compartir hábitat conmigo. Por todo eso, las historias de muertes violentas son un desahogo, un paréntesis gozoso. Me dejo libertad para complacerme con lo que en la vida real me aterraría. Estoy ya disfrutando solo con pensar de la mano de qué autor de novela negra se va a abrir en mi vida el próximo de esos paréntesis.

Comentarios

  1. Beatriz, me ha sorprendido tu amor por los bichos, sean del tamaño que sean. Conocía a tu compañera "gata con gola" pero nada más. Mi interés por la novela negra viene de otro lugar, porque yo con los bichos, sean del tamaño que sean, me llevo francamente mal. Ocasionalmente comparto algún rato de mi vida con Oby, el perro de mi hija y ¡pobre (él), que mal lo llevo! Mi interés, por tanto, viene de otro lugar. Cuando he leído dos o tres libros de los que me perturban, me hacen pensar o replantearme cosas, "desengraso" con una buena novela negra. Las leo con una facilidad sorprendente, son ágiles, pasan muchas cosas, y si encima los detectives son ya como de la familia, es genial. Es verdad que tienen que estar bien escritas, pero es que ahora tenemos un filón de autores. Por cierto, nos olvidamos de Camillieri y por encima de todos ellos, me recordó una amiga hace poco, del gran Sciascia. Lola

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  2. A mí me encanta la novela negra porque trivializa la muerte. Importan los motivos, el engaño, la coartada, los cómplices, los subterfugios. Pero la muerte no importa y eso es raro, liberador.

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  3. Aguda observación. Yo, que en la vida real no puedo soportar el dolor ni la muerte de bicho viviente alguno, me trago impertérrita -y regocijada- escenas de crímenes, autopsias e informes forenses detalladísimos si se encuentran en el terreno de la ficción. Perderle el respeto a nuestros mayores temores: uno de los efectos saludables de la literatura.

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  4. Hola Beatriz, te envio la dirección de un blog que tengo abierto sobre novela negra www.misqueridossabuesos.blogspot.com por si te apetece echarle un vistazo. Saludos

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  5. A mi el que más me gusta es Hennig Mankell y su inspector Wallander. O el escoces Ian Rankin con su detective Rebus. Y de casa, Lorenzo Silva o Domingo Villar.

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  6. Hola, Julio. Por supuesto que pienso pasarme por tu blog; no soy ni mucho menos una experta en el género negro (si has leído mis entradas al respecto, acudo a él porque me relaja y me libera en muchos sentidos), pero estaré encantada de leer a alguien que seguro que me aporta mucha información interesante. En cuanto a los autores que mencionas, a Mankell me lo devoro (Wallander es para mí casi un viejo amigo) y también he pasado estupendos ratos con Lorenzo Silva y Domingo Villar. A Ian Rankin no lo conozco; lo apunto en mi lista de próximas lecturas. Gracias por tus comentarios y hasta pronto.

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