UN DISCURSO DE DESPEDIDA
Queridos alumnos, familias, compañeros:
Cuando nuestro director me encomendó dirigiros unas
palabras en esta ceremonia de graduación, la perspectiva no me resultó demasiado
grata, lo confieso. ¿La razón…? En realidad tenía unas cuantas: soy una persona
más bien tímida, me gusta poco hablar de mí o ser el centro de atención…, pero,
sobre todo, el problema venía del hecho de que la petición de nuestro director
me obligaba a hacer memoria. Y eso es algo que, como les suele suceder a las
personas con tendencia a la melancolía, evito siempre que puedo. Anduve por
ello un tiempo concentrada en otras cuestiones, rehuyendo el momento de
sentarme frente a la pantalla del ordenador. Porque este discurso iba a tener
un necesario carácter de despedida. Transitoria, en el caso de los que planeáis
continuar aquí vuestros estudios después del verano. Definitiva, en el caso de
los que el curso que viene estaremos estudiando o impartiendo clase en otros
centros. Un punto y seguido o un punto final, como nos gusta matizar a los
profes de Lengua. Yo me encuentro en el último de estos grupos: el del punto
final, el de la despedida definitiva. Y a mí me cuesta mucho decir adiós.
El caso es que estaba yo posponiendo el momento de ponerme
a escribir estas líneas cuando sucedió algo que me dio la clave de por dónde
debía empezar. Lo que voy a contar ocurrió en la biblioteca del instituto (cosa
nada extraña ya que, como muchos sabréis, paso en ella casi todo el tiempo que
me dejan libre las clases). Hace un par de días, durante el recreo, una antigua
alumna mía, que estaba haciendo un trabajo con unos compañeros, se volvió hacia
mí sin más preámbulos y me preguntó: «Profe, ¿por qué te vas?». Me desarmaron
su franqueza y su sinceridad. Me la quedé mirando y me encontré con que no
sabía qué responderle. Todo un edificio de razones prácticas, de datos
objetivos, construido durante años, se vino abajo silenciosamente. Y comprendí
de pronto que ahí tenía el tema para mis palabras de despedida. No la razón por
la que me voy, sino las razones por las que me he quedado hasta ahora; las
razones por las que un centro que iba a ser una simple escala en mi
acercamiento a la capital se ha convertido en mi segunda casa durante
diecisiete años. Así que este discurso pretende ser muy alegre, porque habla de
las cosas hermosas que he encontrado en Valmojado.
En Valmojado he encontrado
compañeros extraordinarios, amistosos, entregados a su tarea, entusiastas,
capaces de sacar oro de sus alumnos. No los menciono a todos, porque olvidarme
de uno solo sería imperdonable. Ellos saben muy bien lo mucho que los aprecio.
He encontrado familias implicadas, respetuosas, que me siguen recordando como
tutora de sus hijos, a pesar de que en alguna ocasión han pasado muchos años,
porque casi siempre he sido tutora de los más jóvenes del centro. He encontrado
un espacio muy especial en el que desenvolverme, esa biblioteca que ha ido
creciendo en fondos, sorteando los malos tiempos, enriqueciéndose con donativos
generosos. Y, por supuesto, a mis maravillosos lectores, esos chicos a los que
en muchos casos no he dado clase, pero con los que he creado lazos de
familiaridad y afecto a base de verlos un día y otro sentados leyendo a mi alrededor.
He encontrado un club de lectores que han formado padres, madres y profesores,
que se ha mantenido durante once años y en el que he podido explayarme hablando
de literatura como en ningún otro sitio. Creedme: nadie sabe escuchar como mis
queridos compañeros de tertulia. Y he encontrado a muchos, muchos alumnos, de
todos los tipos: estudiantes extraordinarios, medianos, vaguetes, de los que
quieren saberlo todo y de los que aseguran que nada les interesa, pero que a
veces prestan atención en el momento más inesperado, que suele coincidir con
aquel en que estamos contando alguna historia en clase. Y es que, estoy
convencida, no hay un solo ser humano al que no le guste que le cuenten
historias.
Esta historia mía en Valmojado
está a punto de terminar. Hace un par de meses, hablaba con un antiguo
compañero, que está ya jubilado, de los problemas típicos del final de
trimestre. Estaba yo muy cansada y todo se me hacía un mundo. Él me escuchó
pacientemente, con su sonrisa sabia. Cuando vio que ya me había desahogado, me
dijo: «Cuánta vida hay en ese instituto.
Qué envidia me das».
Y eso es precisamente lo que me
llevo de estos diecisiete años: mucha, mucha vida.
Gracias a todos.
(Palabras
para la ceremonia de graduación de 4º de ESO y FP
del IES Cañada Real de
Valmojado. 16/06/2017)
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