LA MARIPOSA Y EL VOLCÁN
Pocos conceptos científicos han tenido mayor fortuna y difusión popular que el célebre “efecto mariposa”. Es, sin duda, una idea muy atractiva y que permite que los profanos en la materia, si bien incapaces de comprenderla hasta sus últimos detalles, disfrutemos al menos dejando volar nuestra imaginación. La posibilidad de que una variación mínima en unas condiciones dadas sea capaz de desencadenar efectos de magnitudes incalculables es hermosa y sugerente. No es ajeno a su éxito el nombre con el que se la conoce, derivado de la imagen de una mariposa que con su aleteo puede producir una tormenta en el otro extremo del mundo.
Casi una década antes de que el meteorólogo y matemático Edward Lorenz formulara esta teoría, Ray Bradbury había creado un relato titulado El ruido de un trueno, que desarrolla las imprevisibles consecuencias futuras de una acción insignificante. Es una historia de ciencia-ficción que parte del archiconocido recurso de los viajes en el tiempo. Un aficionado a la caza retorna a un pasado remoto para darse el gusto de matar un Tyrannosaurus rex. Todo en su viaje está medido al milímetro: la expedición debe seguir los senderos trazados y solo se puede disparar contra animales que tengan una mancha roja, señal con la que los organizadores del safari han marcado aquellos ejemplares que están condenados en cualquier caso a morir pronto. Nada debe ser alterado en ese pasado remotísimo, pues la más mínima variación puede desencadenar un proceso imparable, cuyas últimos efectos son imposibles de prever. Durante el curso del relato, nada sale conforme a los planes: el cazador se asusta y son sus compañeros los que deben acabar con el dinosaurio; en su regreso acelerado a la nave, el protagonista se sale de los caminos marcados y pisotea el terreno alrededor. Cuando la expedición regresa a su época de origen, sus miembros descubren que todo es diferente. El idioma ha variado, la ciudad tiene otro aspecto, un terrible dictador se ha convertido en presidente de la nación. Aterrado, el cazador intenta recordar qué perturbación ha producido durante su viaje en el tiempo. Al inspeccionarse las botas descubre, aplastado contra una suela, el cadáver de una mariposa.
Traigo hoy aquí dos historias relacionadas con el arte en las que también está presente la relación entre elementos alejados entre sí y aparentemente inconexos. Ambas tienen además protagonistas análogos: dos volcanes que al entrar en erupción produjeron en el otro extremo del mundo sendos efectos que cambiarían la historia de las letras, el pensamiento y la pintura.
Traigo hoy aquí dos historias relacionadas con el arte en las que también está presente la relación entre elementos alejados entre sí y aparentemente inconexos. Ambas tienen además protagonistas análogos: dos volcanes que al entrar en erupción produjeron en el otro extremo del mundo sendos efectos que cambiarían la historia de las letras, el pensamiento y la pintura.
El año 1815, el volcán indonesio de Tambora entró en erupción. El ruido de la explosión se oyó a miles de kilómetros de distancia; la capa de cenizas, llevada por los vientos, cubrió el cielo de Francia. La erupción afectó gravemente al clima mundial. Las temperaturas descendieron y el año siguiente fue conocido como el “año sin verano”. Precisamente en esos meses estivales de 1816, se produjo en una villa a las orillas del lago Leman en Suiza un encuentro entre el poeta Percy Shelley, su joven prometida Mary, el inefable escritor y aventurero lord Byron y el médico personal de este, también hombre de letras, John William Polidori. Tan singular reunión ha hecho correr ríos de tinta y ha sido motivo central de varias películas. Lo que normalmente no se cuenta es que, a causa del inesperado frío, los viajeros permanecieron recluidos en la villa más de lo previsto, y en sus largas veladas propusieron para entretenerse un juego literario que habría de tener consecuencias trascendentales: escribir un relato de terror. Alentado por este reto, Polidori creó la primera historia de vampiros de la literatura inglesa. Mary Shelley, a su vez, concibió el germen de su célebre novela Frankenstein. De aquella reunión de personajes intensos y estrafalarios, destinados todos ellos a morir pronto y a dejar tras sí una estela rutilante y fugaz, surgió uno de los grandes mitos de la literatura moderna, el de la criatura resentida contra su creador, el del monstruo dolorido que quiere ser humano y solo suscita horror y rechazo. Con la ayuda, claro está, de otro monstruo terrible, el volcán Tambora, que había rugido hasta la extenuación en el otro confín del mundo.
Para conocer El grito de Edvard Munch no es necesario entender de arte. No es necesario siquiera sentir un especial aprecio por la pintura: es de esas imágenes que forman parte de la cultura popular, como La Gioconda, como Dios y Adán juntando sus dedos en la bóveda de la Capilla Sixtina. Pero lo que no todo el mundo conoce es que el espectacular cielo rojizo que sirve de telón de fondo al cuadro y a la expresión de horror de su protagonista tiene un referente real, más allá del deseo del artista de otorgar una calidad cromática a su sentimiento de angustia. En mayo de 1883, el volcán indonesio de Krakatoa inició una serie de erupciones que culminaron con la explosión de la isla en la que se encontraba ubicado. Las cenizas volcánicas esparcidas en la atmósfera trajeron como consecuencia unos inusuales crepúsculos resplandecientes en distintas latitudes. Munch describió así uno de esos atardeceres, el que hizo surgir en su interior la necesidad de pintar su más célebre cuadro: "Me paseaba por un sendero con dos amigos. El sol se ponía. De repente, el cielo se volvió rojo sangre. Me detuve, agotado, me apoyé contra un alambrado, había sangre y lenguas de fuego encima del fiordo negro-azul y de la ciudad. Mis amigos siguieron, y me quedé ahí, temblando de miedo. Sentí un grito infinito que pasaba a través del universo".
Dos explosiones volcánicas, dos nubes de ceniza esparcidas sobre el planeta, y ahí tenemos a dos de las grandes representaciones de la angustia y el dolor del hombre moderno. Habitaban ya desde tiempo atrás, sin duda, en el cerebro de sus creadores, pero el detonante de su alumbramiento se produjo con una grieta abierta en la superficie de la tierra, a miles de kilómetros de distancia. Basta un rugido lejano para despertar a las fieras que habitan en nuestro interior. Basta, a lo mejor, con el simple aleteo de una mariposa.
Sorpresa increible el cambio en la presentación. ¡Que bonito! y cómo me han impresionado las imágenes de esta entrada. Es cierto, a veces una palabra, un gesto o un acto lo cambia todo. Tus aportaciones me enriquecen tanto ... De nuevo aquí. L.
ResponderEliminar¡Qué alegría, tenerte de vuelta! Se echan mucho de menos tus comentarios cuando no estás. Me alegra que te guste el cambio en la presentación. De vez en cuando resulta muy terapéutico transformar las cosas, darles un nuevo aspecto... aunque solo sea en este rinconcito virtual. Ojalá fuera igual de fácil en la vida.
EliminarUn beso y bienvenida.
Wow, una serie de múltiples "casualidades" que desencadenaron arte y más arte. Yo la historia de El Grito ya la sabía. ¿Por qué?, pues porque por alguna extraña razón, El Grito es mi pintura favorita. No me preguntes por qué: ni yo lo sé. Pero algo en esa criatura andrógena me hipnotiza: me perturba y maravilla al mismo tiempo.
ResponderEliminarUna entrada muy original, sin duda. ¡Abrazos!
Yo, en cambio, la historia que conozco de toda la vida es la de Byron y compañía encerrados en la Villa Diodati junto al lago. Con decirte que siendo muy jovencita salí de expedición (por aquella época visitaba con frecuencia Ginebra por motivos familiares), armada con un mapa bastante confuso y con la firme determinación de encontrar el lugar donde tan ilustre reunión se produjo... Por más que exploré las orillas del lago Leman, solo conseguí fotografiar a través de una verja una placa conmemorativa que, según me enteré después, ni siquiera está en la pared de la célebre Villa, sino en un edificio cercano. Creo que Byron se habría reído bastante de mí.
EliminarUn abrazo y hasta pronto.
Ya tenía ganas del reencuentro virtual, qué gusto volver a mirar por esta ventana, Beatriz… He pasado un estupendo rato esta tarde leyendo textos -siempre me descubren algo-, y me han entrado ganas de leer y releer. Me encanta la serena imagen de la portada y muy especialmente la fotografía de “Sobre mí”, de una calidad y estética comparables a la de esos fotógrafos que tanto admiras... Hasta muy pronto, compañera. Choni.
ResponderEliminarMe alegra mucho tenerte de vuelta. Siempre se echa de menos a lectoras como tú. Gracias por tu comentario sobre la foto que aparece en la sección titulada "Sobre mí"; como te habrás figurado, me la hizo mi padre, que es a quien debo mi gusto por la fotografía. Un beso y hasta pronto.
EliminarExcelente reseña, amo los volcanes y ver que por ellos surgieron estas ideas de arte me emocionó, felicidades, está excelente :)
ResponderEliminarGracias por hacerme llegar tu opinión. Espero que no sea la última vez que nos encontremos en este espacio.
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