ADOPTA UNA AUTORA
Adopta una autora es un proyecto que se puso en marcha el pasado mes
de noviembre de la mano de Carla Bataller, una entusiasta bloguera enamorada de
la lectura. Yo no sé si ella misma tenía idea de la repercusión que alcanzaría
en breve. Sospecho que no.
El
título del proyecto deja poco lugar a la duda, pero aun así me detendré a dar
detalles sobre él. Se trata de una llamada a todos los que siguen, son
aficionados o aman declaradamente la obra de una determinada autora, para
que realicen un proceso de “adopción” consistente en escribir sobre ella,
reseñar y difundir sus escritos, investigar sobre su figura: compartir, en
definitiva, el entusiasmo que les ha llevado a que sea esa y no otra su “autora
adoptada”. Antes de que se me echen encima ideólogos de variado signo
criticando la pertinencia de restringir el proyecto a personajes de un
determinado sexo en detrimento del otro, diré que ayer mismo repasaba con una
amiga a las escritoras que ambas estudiamos en su momento en el colegio y el
instituto. La lista alcanzaba a duras penas la condición de plural, ya que
estaba compuesta por dos nombres: Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán. Yo,
que seguí después estudios de Filología, apenas podía añadir un puñado de
nombres más. Creo que con los dedos de una mano me bastaría para contarlos.
Adoptemos,
pues, una autora. Una autora desconocida para el gran público, una preferencia
personal que apenas se puede compartir con nadie, una amiga tal vez que se
esfuerza por abrirse camino; o si no una de las grandes, de las que han pasado
al olvido o bien ocupan en los manuales de literatura unas líneas
insignificantes en comparación con sus colegas masculinos. A mí me habría
gustado adoptar a unas cuantas (y pido perdón por la suficiencia que implica
este verbo; me da un poco de pudor la idea de “adoptar” a mujeres fabulosas que
me han enseñado tanto): Patricia Highsmith, vibrante buceadora del lado oscuro
de la existencia; Sor Juana Inés de la Cruz, con sus versos traspasados por
emociones ocultas; María de Zayas, bastión del ingenio femenino en un Siglo de
Oro dominado por hombres; Donna Tartt, con sus inquietantes recreaciones de la
adolescencia y la juventud; la provocadora y siempre sorprendente Amélie
Nothomb; Mary Shelley, potente y visionaria; la poeta Wislawa Szymborksa, de
palabra límpida y emocionante; Irène Némirovsky, sabia entre las sabias,
profunda creadora de psicologías universales; Agota Kristof, con su
inmisericorde mirada sobre la infancia, y cómo no, Emily Brontë, poderosa constructora
de mundos arrasados por la pasión. A ellas y a otras muchas me habría gustado
dedicarles el pequeño homenaje de mis palabras y mi admiración.
Pero
sólo se podía elegir a una. Lo curioso es que ni lo dudé. Ella ha estado ahí
desde siempre, presidiendo mis lecturas y mis primeros intentos de juntar
frases con una intención artística, de comunicación, de desahogo, de afán de
perdurar; en definitiva, de todo eso que llamamos Literatura. Los que me
conocen bien seguro que ya están sospechando su nombre. En breve, la primera
entrada sobre ella en este blog.
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