FELICES LECTURAS
A mí la
Navidad me llena de sentimientos ambivalentes (es algo, por otra parte, que me
sucede con la mayor parte de las facetas de la vida). Algunos de sus
componentes me molestan o me irritan hasta grados que me da apuro confesar;
otros, sin embargo, me inspiran simpatía. Esto último me ocurre con los belenes, esos
escenarios teatrales de juguete en los que se desarrollan tantas anécdotas
simultáneamente, y me ocurre también con las tarjetas de felicitación.
Pertenezco
a ese grupo de irreductibles que hasta hace nada enviaban por correo postal tarjetas
con sus mejores deseos para estas fiestas. Rectifico: sigo haciéndolo, en algún
caso muy concreto. Pero en los últimos años he descubierto el placer de crear
una felicitación digital y hacerla llegar a toda mi agenda de contactos de
correo electrónico. En dicha felicitación aúno dos de las cosas que más me
gustan en la vida, la pintura y los libros: utilizo un cuadro como base y le
añado algún mensaje relacionado con la lectura. La de este año lleva una imagen
del pintor barroco holandés Pieter Janssens. Se trata de una plácida escena
doméstica que me sedujo a primera vista; esa mujer que lee dándonos la espalda
es para mí la pura encarnación de la felicidad más simple y cotidiana. Como
ocurre con frecuencia en los autores de su época y nacionalidad, Janssens
llena su cuadro de detalles deliciosos: el rayo de sol que cae a los pies de la
lectora, los zapatos abandonados en medio de la habitación, el espejo de la
pared que nos revela parte del lienzo sobre el que el artista está creando su
obra. Pero, aunque no lo parezca, hoy no pensaba escribir una entrada sobre
pintura.
Lo que
quería explicar aquí es la curiosa sensación que produce leer la lista de
contactos del correo electrónico y darse cuenta de que con muchas de las personas que figuran en ella
no se ha tenido relación alguna en todo el año. «¿Es posible que un año pase tan deprisa?», se pregunta uno entonces, porque
tiene la engañosa percepción de que hace poco que vio o escribió por última vez
a esas personas, de que están presentes en su vida y ocupan un lugar importante en
sus pensamientos. Con otras resulta que se han tenido contadísimos encuentros. Una
nueva desazón nos asalta: «Pero, ¿qué he estado
haciendo yo durante este año, que no he tenido tiempo de quedar con…, de
escribir a…, de acercarme a ver a…?»
La contrapartida viene luego, cuando al poco ―maravillas del
correo electrónico― la bandeja de entrada se satura de respuestas a nuestra
felicitación. Se produce una reunión, aunque sea virtual, con los presentes y
los ausentes de nuestra vida durante el año que termina. Son apenas unas
líneas, pero en ellas brilla la personalidad de cada cual. Hay quien me
recalca, irreverente y combativo, que está encantado de recibir una felicitación
que le desee buenas lecturas, en lugar de paz, amor y zarandajas semejantes.
Otros responden formales, en plural, en nombre de toda la familia. Un
afortunado me escribe desde otro continente un mensaje apresurado, enviado
desde su teléfono móvil. Algunos (lo agradezco en el alma) me preguntan para
cuándo un nuevo libro mío. Más de uno está indignado con este 2013 de nuestros
pesares: «Sin comentarios sobre el año
que acaba», escribe la más rotunda.
Hay quien añade un buen deseo de su cosecha: feliz año lleno de lecturas y
también de buena música. Un par de personas me envían en correspondencia a mi
tarjeta virtual una imagen navideña con un encantador gatito; no cabe duda de
que me conocen bien.
He disfrutado leyendo estas respuestas breves, cariñosas,
espontáneas, aceleradas, divertidas, calurosas; las releo haciéndolas pasar a
toda velocidad por mi pantalla, en una sucesión variada y llena de vida. Traen
asociadas rostros de amigos y conocidos, anécdotas e historias, situaciones
vividas y recordadas. Son, para mí, lo mejor de este año que se acaba.
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