LOS LECTORES DE KERTÉSZ (y II)

Durante los últimos meses, se han ido relevando unos a otros en su labor de acompañarnos y conseguir que nos veamos reflejados en ellos. Son niños y viejos, maduros y jóvenes, ricos y pobres; vivieron en épocas y continentes distintos, en el campo y en la ciudad, pero todos tienen algo en común: su extraordinario amor a la lectura. Son los hombres y mujeres leyendo a los que inmortalizó el fotógrafo húngaro André Kertész a lo largo de setenta años de amorosa observación de todos aquellos que no pueden –que no podemos- evitar que cualquier rato perdido sirva para sumergirse en una página impresa.

Anciana en la cama (Hospital de Beau, 1929). La lectura como forma de superación de una realidad adversa; la lectura como llave de la felicidad. No importan la vejez, la enfermedad, la cercanía de la muerte, la convivencia con el dolor: esta mujer incorporada en su cama de hospital y concentrada en su libro es una de las más hermosas y plácidas imágenes de lectura que he contemplado jamás. Realmente, nuestra anciana protagonista está muy lejos de las tristes circunstancias que la rodean. En el estrecho espacio de su cama, tras la frontera de esas cortinas impolutas, se abre un mundo infinito de posibilidades, de vidas por explorar, de pensamientos y experiencias con los que sentirse confortada: los que brotan del libro que sujeta entre sus manos.


Hombre leyendo mientras camina (Buenos Aires, 1962). Algunos no podemos parar de leer, y en un momento dado continuamos haciéndolo mientras desarrollamos otras actividades. Muchos libros de infancia con sus manchas delatoras del desayuno o la merienda dan constancia de ello. Este hombre avanza por la calle con los ojos fijos en las páginas que no se siente capaz de abandonar ni por un instante. La imagen se convierte así en una hermosa alegoría del libro como compañero a lo largo de la vida. Al fondo, ese muro lleno de pintadas y mensajes contundentes parece la expresión gráfica del mundo exterior, las amenazas y dificultades, el griterío, la protesta, el devenir de la Historia. Y mientras, el hombre sigue plácidamente su camino, confortado por la voz que le habla desde las letras impresas, guiado tal vez por ella sobre la dirección que ha de tomar, y, desde luego, acompañado.

Niña leyendo (Nueva York, 1962). La cinta en el pelo, la muñeca con trenzas, la mecedora, las horas mágicas pasadas con un libro entre las manos: esta imagen me habla tanto de mi niñez que me hace sentir una emoción especial. Un rincón donde esconderse de los ojos del mundo, la grata compañía de los objetos queridos, la muda amistad de los muñecos, la fantástica posibilidad de sumergirse en un libro como quien ingresa en un sueño. Y toda la vida por delante, aún por estrenar. El objetivo de Kertész escruta desde lo alto el paraíso privado de esta pequeña lectora; tal vez el fotógrafo tiene también la sensación de estarse inclinando sobre el túnel del tiempo, de estar mirando hacia atrás, hacia su propia infancia.

Mujer en la ventana (Le Havre, Francia, 1948). El paso del tiempo crea en ocasiones extrañas simetrías. En esta antigua calle de Le Havre, la acera se ha ido hundiendo con el ir y venir de los transeúntes, con el peso del agua y las nevadas, y el viejo poste de farola ha buscado compensar el desequilibrio inclinándose en sentido contrario. Esa es, claro está, la explicación racional. La otra, la que surge del vuelo de la imaginación, es que la farola, en su afán por espiar a la mujer que lee junto a la ventana, se ha ido estirando, como una jirafa, para alcanzar a ver lo que el libro guarda entre sus páginas. En medio del abandono de la calle, de la tristeza del edificio viejo y decadente, la imagen de la lectora y su coqueta cortina es, sin duda, un paraíso en el que cualquiera querría entrar.

Hombre leyendo el periódico sobre una papelera (Park Avenue, Nueva York, 1959). Los objetos que pasan de mano en mano adquieren en su deambular un encanto especial. Lo que para uno es inservible a otro puede resultarle útil: este habitante de las calles de Nueva York parece el ejemplo vivo de esta máxima de indudable veracidad. Bajo su atenta mirada, el diario rescatado de la basura se convierte en objeto de interés; la papelera, en el mejor de los atriles. Qué duda cabe de que, en caso de declinar la luz, la farola contigua vendrá en su ayuda. Y es que no hay nada como querer leer. Cuando tal necesidad apremia, cualquier lugar se convierte en el mejor de los posibles.


La clase de ciencias (Trinity School, Nueva York, 1969). Existen alumnos así: doy fe. No se quedan abstraídos en sus pensamientos, ni mirando por una ventana, ni se distraen con la conversación de los demás o se entretienen manipulando objetos. Son jóvenes que, en mitad del fragor de un cambio de clase, durante una explicación del profesor o en medio del jolgorio de sus compañeros, permanecen sumidos en una realidad paralela, la que les proporciona un libro. Es verdad que rara vez se los encuentra uno leyendo la lección que está explicando o la lectura que ha recomendado. Deberían estar practicando ortografía o repasando para un examen, pero ahí están, sentados en una postura no siempre muy ortodoxa, deliciosamente perdidos en un mar de palabras. Creo que no es necesario añadir que a alumnos así me resulta imposible reñirles.

Comentarios

  1. Beatriz cómo me gusta la fotografía que has elegido para encabezar este blog. Lo leo con un interés y curiosidad por lo que “esconde” y descubre, similar al que muestran estas atentas niñas ante sus libros… El blog, este otro libro de palabras, imágenes y reflexiones, es un verdadero “compañero”, como leo en esta sugerente entrada de Kertész. Y en mi caso, también es un “compañero de viaje”, ahora que en mi buzón podría escribir que estoy de paso, como Holly en nuestra tertulia de ayer...
    Un beso y hasta pronto,
    Choni

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    1. A mí también me encanta la imagen de Dorothea Lange que encabeza este blog. Me gusta fantasear sobre lo que sería de esas seis niñas, que con sus libros, su escuela y sus vestiditos me parecen auténticas privilegiadas para la época en que estaban viviendo, la Gran Depresión. Me pregunto si alguna de ellas llegaría a tener un oficio propio, aparte del papel de esposa y madre, que era el que se esperaba de las mujeres en aquel momento.

      Me alegro de hacerte compañía por medio de mi blog en ese viaje en que te encuentras inmersa desde hace un tiempo. Un beso y hasta dentro -espero- de muy poco.

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  2. A penas me topé con un libro que se llama Women who read are dangerous! no lo he podido comprar, pero pude un poco husmear su contenido, repleto de fotos, pinturas de mujeres leyendo. Una pintura de la virgen maría de 1333 escondiendo su libro mientras un ángel la visita. La que me llamó la atención, fue una foto de Marilyn Monroe perdida en su lectura de "Ulises"...y a mi me cuenta una historia diferente de la imagen que nos vendían en sus películas. Te dejo algo de ese mismo libro "She is young and in her own bed. Her parents allow a certain amount of bedtime reading, but all too soon her mother or father will come to turn the light out, tell her that it's time to sleep. The door will be left open when the parent leaves to to ensure the light stays off. The girl will wait until she hears her parents' voices in another room, knows they are occupied with other matters. Then she will make a cave under the blankets, open her book inside the cave.
    This girl knows the value of a good flashlight; she leaned that from Nancy Drew. She will read until she falls asleep, and neither her parents nor anyone else will ever be any the wiser." Angélica, que siempre te lee.

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    1. ¡Qué precioso texto, Angélica! Comprendo que un libro con semejante título haya atraído tu atención; a mí me pasó lo mismo hace tiempo, y alguna vez me he dedicado a hojearlo en una librería. Me encanta la idea de la pintura de la Virgen María escamoteándole a su visitante con alas la visión del libro que está leyendo... Gracias por seguir pasándote por este rinconcito del otro lado del océano.

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  3. ¡Como me identifico con las situaciones que cuentas en tus comentarios! A veces me da verdadera verguenza tener un libro en la mesa y no poder leer porque estoy rodeada de personas que quieren hablar de naderías. En algunos momentos, cuando hay un paréntesis y callan, yo cojo el libro y leo avergonzada por no ser capaz de esperar, por no querer esperar. Me pregunto qué nos lleva a la lectura con tanta pasión. Pienso que puede ser una huida pero ... no sé si quiero contstarme. Lola

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    1. Tienes razón, Lola: es un impulso irrefrenable, un auténtico vicio. Yo no puedo evitar leer cuanto se expone ante mis ojos. Hoy me he encontrado leyendo con auténtica impertinencia el mensaje escrito en la camiseta de una compañera... Si se trata de una huida, no cabe duda de que yo también estoy embarcada en ella. No sé cuál es su origen, pero sí que me lleva a lugares en los que deseo -en los que no puedo evitar- estar.

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