LA LENTE Y LA PLUMA
Dorothea Margarette Nutzhorn fue una niña enfermiza. Nació a finales del siglo XIX en Hoboken, ciudad perteneciente al estado de Nueva Jersey. A los siete años padeció poliomelitis, y dicha dolencia le dejó de por vida una constitución débil y malformaciones en los pies. Pero eso no le impidió desarrollar una extraordinaria y valiente labor en un terreno vedado en aquella época para las mujeres. En la década de los treinta se lanzó a las carreteras de Estados Unidos, cámara en ristre, para dejar un testimonio gráfico excepcional de la Gran Depresión. Ha pasado a la posteridad con su primer nombre y el apellido de su madre: se trata de la gran fotógrafa Dorothea Lange.
Durante los años treinta, sucesivas tormentas de polvo asolaron los estados del Medio Oeste norteamericano. Este desastre natural, combinado con los efectos de la crisis del 29, hizo que innumerables familias de campesinos que lo habían perdido todo se vieran obligadas a dejar sus arruinadas tierras y emigraran a California con la esperanza de encontrar un futuro mejor; de encontrar, al menos, un futuro. A estos hombres, mujeres y niños despojados de lo más básico, que recorrían los caminos y carreteras arrastrando sus escasas pertenencias y se alojaban en viviendas infrahumanas, los retrató incansablemente Dorothea Lange cuando, entre 1935 y 1943, trabajó como fotógrafa en las agencias estatales de ayuda a los trabajadores en paro y visitó los campos de emigrantes de California. Gracias a ella, hoy podemos poner rostro, cuerpo y expresión al drama que afectó a cuatrocientos mil campesinos anónimos, condenados al infierno diario de la incertidumbre.
En las fotografías de Dorothea Lange, vemos a los emigrantes perdidos en interminables carreteras que parecen una plasmación de su incierto periplo vital. Los vemos arrastrando maletas, empujando carretillas y cochecitos de niño en los que se amontonan los pocos bienes que han podido salvar del naufragio de su vida pasada. Viajando en vehículos cubiertos de colchones que indefectiblemente los dejan tirados en las cunetas. Aparecen rodeados por sus hijos, frente a miserables chamizos que han podido construir con lo que han ido encontrando. Pero junto con la miseria y la insoportable dureza de estas vidas, Lange sabe captar también destellos de ternura y dignidad cuando retrata, por ejemplo, a unos muchachos que posan exhibiendo orgullosos sus mejores posesiones (una bicicleta, un gatito) frente a su modesta vivienda, o a una preciosa niña que medita sentada en un banco junto a la cama, al lado de una deteriorada chimenea.
Dorothea Lange está dotada con las mejores cualidades de un fotógrafo: el dominio técnico, el sentido de la oportunidad, la fina sensibilidad y el olfato para elegir el detalle revelador, el aspecto concreto que transmitirá al espectador en toda su dimensión un enorme, inabarcable drama humano. Solo los grandes de la fotografía son capaces de crear tanta belleza a partir de realidades tan desoladoras.
Sin duda, en sus evoluciones por los campamentos de emigrantes, nuestra fotógrafa tuvo que encontrarse más de una vez con un joven escritor ocupado en retratar con palabras la misma realidad que ella inmortalizaba con su cámara. Se trata de John Steinbeck, que estaba por aquel entonces en los albores de su carrera y que había sido contratado por The San Francisco News para realizar una serie de reportajes sobre estos trabajadores nómadas. Allí, en contacto con el duro día a día de este colectivo de desheredados, creó un hermoso conjunto de testimonios vitales que eleva el género periodístico a la categoría de literatura con mayúscula, y que se publicó posteriormente bajo el título de Los vagabundos de la cosecha. En estos reportajes, el escritor pasa revista con su aguda y comprensiva mirada a los campamentos de acogida, a las condiciones de vida de los emigrantes, a su extraordinaria capacidad para organizarse en medio de la más insoportable miseria, a la crueldad e injusticia de un sistema que se aprovecha de sus carencias. Y mientras escribe estos reportajes, investigando por campamentos y carreteras, frente a las aguas insalubres y las colas de trabajadores a la busca de un jornal, se va gestando en el interior del joven Steinbeck la idea de su gran novela Las uvas de la ira, retrato de la familia Joad, que se convertirá en el compendio y emblema de estas existencias golpeadas por la pobreza y el hambre.
Inexplicablemente, Los vagabundos de la cosecha estaba inédito en España hasta que fue publicado en 2007 por la editorial Libros del Asteroide. Y esta edición que tanto se ha hecho esperar aporta al lector un valioso regalo: el texto de Steinbeck viene acompañado por fotografías de la época realizadas, entre otros, por Dorothea Lange. La fotógrafa y el escritor se dan la mano, la lente y la pluma se alían para dar un testimonio doblemente intenso de la misma realidad.
Leí "La perla" cuando era muy jovencita, y unos años más tarde ví la película "Las uvas de la ira". Tenía veintipocos años, era sábado y de madrugada, una sesión de cine en versión original. Y lo recuerdo porque una escena me impresionó muchísimo. Una mujer ya mayor se prueba frente al espejo unos pendientes que debió llevar cuando era joven y guapa. Sentí un pellizco en el estómago, porque comprendí de verdad, creo que por primera vez en mi vida, que yo también perdería mi juventud y puede que mis ilusiones, como aquella mujer, porque todo pasa muy deprisa. Los pendientes que yo también llevaba puestos no se alterarían, pero yo sí.
ResponderEliminarAhora leo tu entrada, veo estas fotos, y me siento al otro lado de aquella chica veinteañera que volvía una noche de dar un paseo a sus ilusiones y se puso a ver una peli en blanco y negro con esa sensación de tiempo infinito por delante, efecto secundario de la juventud.
Qué precioso recuerdo, Confidente fiel. Yo lo primero que leí de Steinbeck fue “De ratones y hombres”, la conmovedora historia del gigantón Lennie y su compañero y ángel guardián George, en busca de trabajo por la California de la Gran Depresión. Pero mi primer contacto con este escritor me vino muchos años antes, a través del cine, cuando una noche de sábado –lo recuerdo perfectamente- vi por televisión la película dirigida por Elia Kazan sobre su novela “Al este del edén”. Yo era entonces una niña, y ciertas partes de la historia se me escapaban, como el oficio de la misteriosa madre de los protagonistas, que no se llegaba a explicitar, sino que se plasmaba de una forma velada, como ocurría con los temas escabrosos en el cine de los años cincuenta. Qué fascinación ejerció sobre mí, con todo, aquella historia que no llegaba a comprender en sus últimos detalles. Qué sensación de estar al borde de muchas cosas que, era consciente, aún estaban fuera de mi alcance, pero que algún día podría entender del todo. Es parte del encanto de los libros y las películas: cuando los recordamos, nos vienen también imágenes del lector, del espectador que fuimos y ya no somos.
ResponderEliminarMe encantan las fotografías de Lange, la que tienes de cabecera del blog es simplemente preciosa, me encanta la época y los fotógrafos tan increíbles que hubo. Bsos
ResponderEliminarMe alegro, Carol, de que te gusten las fotografías de esta mujer increíble. A mí la de la cabecera me resulta especialmente atractiva, tal vez porque reúne dos aspectos que son muy importantes en mi vida: los libros y el deseo de abrir a mis alumnos a la lectura. Ver leer a un niño es para mí un espectáculo delicioso. Un beso para ti también.
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