UN PASEO POR EL PARAÍSO
William Eugene Smith fue un fotógrafo estadounidense nacido en 1918 que durante más de cuarenta años (desde que con catorce le tomó una cámara prestada a su madre hasta su prematura muerte a los sesenta) se dedicó a captar a través de su objetivo los grandes acontecimientos y problemas sociales de su época. Con increíble valentía, fue testigo en primera línea de las batallas de la Segunda Guerra Mundial, de cuyas terribles secuelas sobre militares y población civil dejó testimonio a través de imágenes sobrecogedoras y de técnica impecable. Su arriesgada labor como corresponsal de guerra terminó cuando fue gravemente herido en la cara y la mano izquierda por fragmentos de metralla. Como consecuencia, tuvo que someterse a treinta operaciones y permaneció casi dos años en su casa de Nueva York sin hacer una sola fotografía. No estaba seguro de que pudiese nunca retomar su antiguo oficio, hasta que un día encontró un motivo para volverlo a intentar. Esta es la historia de lo que vio aquel hombre extraordinario que tan graves heridas físicas y morales había sufrido, de la imagen que lo sacó de su inactividad y su marasmo y lo convirtió en fotógrafo de nuevo.
“Un paseo por el Jardín del Paraíso” es la fotografía que supuso el retorno de W. Eugene Smith a la labor que constituía el centro de su vida. Fue tomada en 1946, y en ella se ve a dos niños, que no son otros que los hijos del fotógrafo, adentrándose tomados de la mano en el jardín de su casa. Es una imagen extraordinaria en muchos sentidos. La deliciosa actitud de curiosidad infantil, los pasitos vacilantes de la niña y la posición adelantada, llena de coraje, del hermano mayor que se lanza primero a la aventura, causan un inmediato impacto sentimental en el espectador. Y esa maravillosa cenefa oscura de la vegetación, que encuadra la escena y convierte el avance de los pequeños protagonistas en una incursión en un mundo iluminado, maravilloso, como si fueran dos héroes de cuento que se dispusieran a entrar en un reino mágico.
Existen también otros componentes al margen de lo fotográfico que otorgan a esta imagen una trascendencia especial. Está, por supuesto, el hecho de que supusiera el retorno a la fotografía de su autor, ese convaleciente que, según confesó más tarde, cuando se disponía a hacerla no estaba seguro de ser capaz siquiera de colocar el carrete en la máquina. Pero hay algo más: el contraste entre ese padre aventurero que ha regresado a casa trayendo escenas lejanas atrapadas dentro de su cámara y la salida al exterior de estos dos pequeños que parecen alejarse por primera vez del cobijo seguro de la familia para lanzarse a recorrer el camino de la vida.
El orgulloso padre fotógrafo se repuso de sus heridas y volvió a su actividad. Viajó por medio mundo, dejó imborrables reportajes sobre pueblos escondidos de España, sobre pescadores japoneses, sobre el trabajo humanitario de un medico en África ecuatorial. Denunció incansablemente los efectos nocivos de la contaminación sobre la salud de los trabajadores, retrató con respeto y comprensión a los enfermos de un hospital psiquiátrico en Haití. Vivió mucho y muy deprisa, llegó al límite de sus fuerzas y murió antes de tiempo. Curioso destino este de viajar sin tregua para un hombre que se había dado cuenta muy pronto de que el paraíso estaba en el jardín de su casa.
Bellísima lección. Siempre hay una razón para seguir. Me recordó a "las enseñanzas de Don Juan" de Carlos Castaneda..."Mira cada camino de cerca y con intención. Pruébalo tantas veces como consideres necesario. Luego hazte a ti mismo, y a ti solo, una pregunta. Es una pregunta que sólo se hace un hombre muy viejo… Te diré cual es: ¿Tiene corazón éste camino? Todos los caminos son lo mismo: no llevan a ninguna parte. Son caminos que van por el matorral. Puedo decir que en mi vida he recorrido caminos largos, largos, pero no estoy en ninguna parte. Si el camino tiene corazón es bueno; si no, de nada sirve. Ningún camino lleva a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no. Uno hace gozoso el viaje; mientras lo sigas, eres uno con él. El otro te hará maldecir tu vida. Uno te hace fuerte; el otro te debilita."
ResponderEliminarComo siempre Beatriz, me dejas un buen sabor en el alma. Por cierto, disfruté mucho el libro de Ausbel que me recomendaste. Angélica.
Tienes razón, Angélica -y también Carlos Castaneda-: Ningún camino va a ninguna parte. O, en última instancia, nos lleva a todos al mismo sitio, lo cual viene a ser lo mismo. La cuestión es elegir el que te aporta algo a ti y a los demás. Me alegro mucho de saber que mi recomendación ha sido acertada... supongo que te refieres a Auster (esas pequeñas travesuras del teclado). ¿Era "El Palacio de la Luna"? Ya me contarás.
ResponderEliminarsi!!! Auster, cuando escribía estaba leyendo algo de Ausbel. Gracias. Ya compré otro "La invención de la soledad". Lo que me dio este autor es, la impresión de que entramos al mundo a través de las palabras, cierto que podemos sentirlo, pero mucho de lo que sentimos lo estructuramos por el lenguaje...sin embargo, parece como si algo más faltara. Algo que no te puede ser dicho...pero que te queda como la sensación, no se si me estoy explicando, o ya me hice bolas yo solita. Leer a Auster, fue una aventura completamente diferente a lo que he experimentado con otros autores. Nuevamente gracias! Angélica.
ResponderEliminarAngélica: Yo también tuve la sensación, cuando leí por primera vez a Auster, de que estaba frente a un autor que me llevaba a terrenos diferentes a los que había explorado hasta entonces. Esa aventura que acabas de emprender con "El Palacio de la Luna" te puede conducir a parajes extraordinarios, a vivencias singulares como las que se experimentan leyendo "La música del azar" o "La noche del oráculo", por ejemplo. O ese inquietante viaje a un mundo en el que, como bien has dicho, el lenguaje ya no sirve del todo, que es "La trilogía de Nueva York".
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