CARLOTA Y EL SUBJUNTIVO
Hace un par de días, estaba trabajando en la
sala de profesores de mi instituto con el telón de fondo de una charla entre
dos compañeras. Por lo que entendí, hablaban de la hija de una de ellas en
términos de rendida admiración. No les hice demasiado caso (lo confieso: me
estomaga un poco el embeleso de ciertos progenitores ante cualquier logro de
sus vástagos) hasta que una palabra inesperada prendió mi atención: subjuntivo.
Alcé la cabeza de mi trabajo y escuché. Hablaban de una niña de corta edad que
manejaba con soltura el presente de subjuntivo. De verbos irregulares, para
mayor asombro. La niña en cuestión se llama Carlota y tiene tres años.
Dada mi expresión de interés, fui de
inmediato incluida en la charla. La orgullosa madre ―a medio camino, en
realidad, entre el orgullo y la sorpresa― sacó el móvil para mostrarme un vídeo. Temía,
tal vez, mi incredulidad ante una pericia idiomática tan precoz. La otra
compañera que había participado hasta ese momento en la conversación aprovechó
para escabullirse; me parece que no estaba tan interesada como yo en la
conjugación del subjuntivo. La feliz mamá me puso delante la pantalla del
móvil. Así fue como conocí a la locuaz Carlota.
Carlota tiene rizos y esa presencia arrolladora
que poseen los niños con una personalidad marcada desde muy pronto y que
parecen albergar ya en su pequeño cuerpo los rasgos que desarrollarán a lo
largo de toda su vida. En el vídeo, se la veía sentada en un sofá,
desarrollando un fluido y estructurado monólogo. Hablaba, desde luego, con una
soltura sorprendente para su corta edad. Aunque hay que tener en cuenta que
contaba con el mejor de los interlocutores: un perro lanudo que, sentado
apaciblemente sobre el cojín vecino, escuchaba atentamente sus reflexiones.
La escena me pareció deliciosa. Sonreí. La
madre de Carlota me explicó con tristeza: «Ese es Paco. Está muy viejecito ya. Y
tiene un cáncer. Nos va a durar muy poco». En el vídeo, Carlota dirigía su
discurso a su compañero canino hasta que, en un momento dado, se volvió hacia
la cámara. «¿Paco se va a ir con el abuelo, mamá?», preguntó entonces. En
el presente de la sala de profesores, su madre y yo nos quedamos mudas. Al cabo
de unos segundos, mi compañera me explicó que el abuelo paterno de la niña
había muerto el verano pasado. «Hay mucha tristeza en nuestra casa ahora
mismo», concluyó.
No le respondí nada, pero no me pareció que
fuera así. Imposible que se impusiera la tristeza en el reino de Carlota, la
dueña del subjuntivo y de las grandes claves de la vida.
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