TANTEOS MACABROS

Todas las mañanas desayuno rodeada de cifras. Es una costumbre a la que no puedo renunciar: encender la radio para saber qué ha sido de este alocado planeta durante mis horas de sueño. Como cada vez me cuesta más acceder a la lucidez al levantarme ―será cosa de la edad―, durante un rato me encuentro oyendo la voz del locutor sin escucharla realmente, como si se tratara de una letanía formulada en una lengua desconocida para mí. Luego, poco a poco ―será cosa del café―, la letanía va cobrando sentido. Entonces me doy cuenta, mañana tras mañana: el discurso que sale de la radio está plagado de números.

Ahora, en verano, una esperaría librarse de las inevitables listas de resultados futbolísticos. No es así; al parecer, nuestros equipos tienen la costumbre de pasearse en estas fechas por latitudes lejanas para participar en enfrentamientos amistosos, y siempre hay un diligente periodista dispuesto a dar cuenta de los goles conseguidos. Uno a cero, dos a uno, uno a tres: esta parte de la información tiene la ventaja de servirme para calentar motores. Si se me pierde algún dato en la bruma matutina, poco importa.

Vienen después números más serios. Evaluación de la llegada de turistas, del uso de aeropuertos, de la ocupación de los hoteles. Delitos contra Hacienda, con la exhaustiva relación de los millones defraudados. Cuantificación de las pérdidas en la exportación de alimentos causadas por la guerra en los confines de Europa. Huelgas de transporte con los porcentajes de participantes, mágicamente dispares según quién eche las cuentas. Cifras del paro y su consiguiente interpretación: hay quien se felicita, hay quien achaca la mejoría al periodo estival y sus contratos temporales. (Curiosa ambigüedad esta de los datos; tal vez quien me enseñó que las matemáticas eran una ciencia exacta se equivocaba.)

Entonces llegan las cifras de la tragedia. Al principio se diría que hemos vuelto a la sección de deportes, porque la información adquiere la apariencia de un tanteo desigual, desmesurado, propio de algún juego cuyas reglas ignoramos: 190 a 1; 514 a 20; 1.100 a 56. Las cantidades aumentan mañana tras mañana y se corre el riesgo de seguirlas con el vago asombro con el que se atendería al arrollador triunfo de un experto jugador de videojuegos sobre un contrincante poco diestro. El tanteo más reciente, que ya sin duda habrá perdido validez, es de 1.898 a 67. Nos domina el asombro: semejante desigualdad supera cuanto hubiéramos podido imaginar. Casi se nos olvida que estamos hablando de 1.898 víctimas palestinas y de 67 israelíes muertos en la franja de Gaza en el conflicto que dura ya ―cifra bíblica― cuarenta días. Entonces el locutor de la radio desglosa las cantidades con eficacia burocrática y nos habla de las horas de duración de la última tregua, de la cuantificación de los daños, del número de túneles destruidos, de víctimas civiles y bajas militares, de ancianos y niños muertos.

Pero en una maravillosa concatenación cíclica de los hechos, vuelve a sonar la sintonía que preludia la información deportiva, y una voz modulada se aplica a transmitirnos tanteos menos macabros. Es una pena que no podamos atender a lo que dice. Algo se nos ha quedado helado, además del café.

Comentarios

  1. Hola Beatriz, desde hace ya algunos meses y por consejo de un amigo, mientras desayuno, almuerzo o ceno no veo ni oigo las noticias. Es contraproducente para nuestra salud mental y corporal estar ingiriendo alimentos que nos dan la vida y oyendo al mismo tiempo las catástrofes que las agencias de informacion gustan contarnos. Eso no quiere decir que me desentienda de lo que pasa ni me importe, al contrario. Se que este mundo gobernado por los fabricantes de armas, las multinacionales y los políticos a su servicio incluido alguno al que premiaron con el Nobel de la Paz no hacen nada por detener este caos y si no lo hacen es porque no tienen valor para ello. Es una vergúenza. Y si no hay paz fuera, mi comida me la como en paz. Besos.

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    1. Probablemente tu postura es la más sensata, Marga. Pero el hábito de encender la radio nada más levantarme lo tengo tan arraigado que no creo que me vaya a abandonar. Curiosamente, casi nunca veo las noticias en la televisión, porque la violencia de las imágenes me sobrecoge. Prefiero digerir con calma las palabras que me informan sobre la marcha de las cosas más allá de las paredes de mi casa, mientras ingiero esos alimentos que (seguro que tienes razón) me sentarían mucho mejor con otro fondo sonoro. Pero no puedo evitar hacerlo: es como interesarme por el estado de un enfermo, preguntar cómo ha pasado la noche, albergando el insensato sueño de su imposible curación.

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  2. Yo me encuentro con las cifras por medio del periódico. Y me sobrecoge el cinismo de una sociedad que unicamente ve holocausto en un sector. Me hierve la indignación. L

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    1. A mí también me hierve la sangre con este asunto. Para tranquilizarme intento mirarlo desde una perspectiva más general. No hay nada nuevo en esta situación: la Historia nos enseña que las infamias y las matanzas, las crueldades y los holocaustos se reconocen o no en función de quién los padezca y quién los cause. El verdugo puede ser considerado un héroe de guerra y un exterminio convertirse en una acción justificada. O una sociedad en su conjunto puede elegir no ver lo que está sucediendo, porque la simple acción de mirar supondría una puesta en cuestión que no está dispuesta a afrontar.

      Pero está claro que mi intento de serenarme está condenado al fracaso. Las conclusiones a las que llego no son precisamente tranquilizadoras.

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