EL INSTANTE DE LA FELICIDAD

Decía mi profesora de literatura de B.U.P. que para escribir sobre un hecho o un sentimiento hay que tener la perspectiva que proporciona una larga distancia de años. Aquella afirmación se daba de bruces con la imagen, tan querida para mi imaginación de adolescente romántica, del escritor desmelenado sobre el papel, dando salida a las emociones que le atenazan el alma en ese preciso momento. Era, además, pedirme demasiado: ¿tenía que esperar años largos como eternidades para que mis vivencias alcanzaran forma literaria? Resultaba un aplazamiento inconcebible para la joven vehemente que era yo (¿quién no lo es a esa edad?).

Pero hay quien espera más de cinco décadas para hacerlo. El escritor neoyorquino de ascendencia israelí Hillel Halkin tenía setenta y tres años cuando en 2012 publicó su primera novela, ¡Melisande! ¿Qué son los sueños?. Ya el mismo título nos transporta al territorio de la fogosidad juvenil y las emociones exaltadas. Al poco de empezar la lectura, uno ratifica esa impresión inicial al descubrir su origen: se trata de un verso de un poema de Heine que relata la historia de un trovador que emprende un azaroso viaje para conocer a una dama de la que se ha enamorado por la simple fama de su hermosura. Es, también, la razón por la que los padres de la protagonista bautizaron a su hija con ese nombre de resonancias legendarias. Esta Melisande contemporánea, a la que todos conocen como “Mellie”, es el objeto del amor del protagonista y la destinataria de la larga misiva que es en realidad la novela.

Halkin recoge en ¡Melisande! ¿Qué son los sueños? esa época de la vida en que los sentimientos son irresistibles de puro fuertes, en que parece que cada acto dejará huellas indelebles y las pérdidas son imposibles de superar. Lo hace a través de una historia de amor y amistad a tres bandas, la que une a la impetuosa Mellie, a su enamorado Hoo y al excéntrico y frágil Ricky. Entre ellos se establecen distintas combinaciones que les llevan a emparejarse y separarse, a volverse a emparejar o a unirse en una fuerte camaradería que se parece mucho al amor. Ignoro qué componente autobiográfico tiene esta historia de adolescentes que se abren a la vida, pero el autor compartió época con ellos y tenía la misma edad que su trío de amigos-amantes en los tiempos de las protestas contra la guerra de Vietnam y los últimos coletazos de la “caza de brujas”. Y en cualquier caso, vivió, qué duda cabe, esos momentos en que el cielo tiene una intensidad azul que perderá para siempre cuando uno alcanza la edad madura, ese territorio de las medias tintas.

¡Melisande! ¿Qué son los sueños? es una novela difícil de reseñar, porque posee la inaprensible virtud de la sutileza. Pocas veces se encuentra uno ante una historia de amor tan hermosa y trazada sin concesiones al sentimentalismo fácil. Señalaré tan sólo la segunda persona narrativa que convierte toda la novela en una larga conversación con la amada ausente y el maravilloso recurso de las notas escritas por Mellie que el narrador va encontrando en libros y cajones y que se intercalan con la acción. Esos banales mensajes que en su momento fueron simples puntadas en la trama cotidiana («Saca las chuletas de cordero del congelador» o «Tenía cita con el ginecólogo. Salimos a cenar, ¿vale?») adquieren un enorme valor emotivo vistas desde la distancia. Son los restos tangibles de una época en que los sentimientos alcanzaron una altura inigualable, en que era posible la dicha sin fisuras. El lector casi siente la necesidad de contener la respiración mientras es testigo de la intensa emoción que une a la pareja protagonista, por miedo a perturbar con su presencia ese instante de la felicidad que, bien lo sabe, es siempre pasajero.

Comentarios

  1. Me alegra mucho que Mari Feli alentase tanto tu capacidad para lanzarte al mundo de la escritura. Lo celebro y comenzaré a leerte.

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    1. En el tiempo que ha pasado desde la época a la que hago referencia al comienzo de esta entrada, solamente he oído el nombre de mi profesora de Literatura pronunciado por mi hermana, que tuvo también la suerte de asistir a sus clases. De ahí mi sorpresa y mi alegría al leer tu comentario, Josefa. No hago más que intentar recordar quién puedes ser: alguien que compartió conmigo, sin duda, aquellos años de los que me cuesta hacerme una idea ajustada, magnificados como están por el recuerdo y la distancia. Seas quien seas, gracias por dejar constancia de tu paso por este blog. Y también por dejar testimonio de que aquellos tiempos lejanos pertenecen al terreno de la realidad y no al de mi imaginación.

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