IMÁGENES PARA EL AÑO NUEVO
Por
alguna razón relacionada con un concepto mágico de la vida del que no consigo
librarme (¿acaso lo pretendo?), en vísperas de la fecha ritual por excelencia,
el tránsito de un año al siguiente, lanzo a mi alrededor una mirada inquisitiva.
Estoy segura de que el mundo me está enviando señales con respecto al periodo
que está a punto de empezar. Las frases de los libros, las palabras de amigos y
conocidos, los titulares de prensa se me antojan oráculos cuyo significado debo
esforzarme en descifrar. También las imágenes. Esta entrada, que es la última
del año que se extingue, está compuesta por tres de ellas.
La
primera es una imagen en movimiento. Un vídeo rudimentario, captado por un
móvil, en el que se ve a un hombre mostrando lo que parece un techo de lona.
Este hombre (en la treintena, de ojos hermosos y gesto cansado) es Talab, el
padre de una de las familias gazatíes a las que ayuda una organización con la
que colaboro desde hace meses. Es frecuente que los destinatarios de dichas
ayudas suban fotografías y vídeos al grupo de Telegram al que pertenecemos
todos, familias palestinas y donantes españoles. Presenciamos así sus problemas
cotidianos, su rabia, su desesperación, sus enfermedades, pero también el
encanto de sus niños y pequeños resquicios para el esparcimiento o el humor.
Talab reina de forma especial en este último ámbito. Sonríe casi siempre, nos
enseña a sus deliciosos hijos estudiando a pesar de las pésimas condiciones en
las que viven, graba vídeos divertidísimos con las hazañas del creciente número
de gatitos a los que la familia se empeña en adoptar, en un alarde de ternura
que impresiona. La esposa aparece escasas veces, saludando a la cámara con
gesto grave. Está enferma. Desde que se vio obligada a abandonar la ciudad
de Gaza, esta familia, como tantas otras, vive en una tienda de campaña
instalada cerca de la playa. Es la tienda cuyo techo nos muestra Talab en el
vídeo del que hablaba antes. Es la mañana siguiente a una noche de lluvias
torrenciales. Con su inglés pausado, Talab nos explica que ha conseguido un
adhesivo fuerte que puede detener las filtraciones de lluvia por los pequeños
agujeros de la lona. Hasta ahora, ha cerrado más de diez agujeros. Más de diez.
Confía en que el método funcione y les proteja del agua que (él lo sabe,
nosotros también) volverá con idéntica fuerza. Termino de ver el vídeo, salgo
del grupo de Telegram, pero me persigue el recuerdo de los más de diez agujeros de la
tienda de Talab, que me parecen una expresiva plasmación de la existencia
humana: vivir consiste en cerrar agujeros que sabemos que se volverán a abrir.
Con desaliento, pienso en cuántos de estos agujeros se abrirán en nuestros techos a lo
largo de este año que aún no ha empezado. Los de Talab y su familia serán, sin
duda, más difíciles de cerrar que los míos.
La
segunda imagen es una fotografía que no mostraré debido a su dudosa definición;
está hecha con el máximo alcance del teleobjetivo de la cámara de mi móvil. Esta
imagen, que no resistiría una mínima ampliación, tiene a primera vista un
cierto carácter abstracto. El ojo tarda en descubrir que lo que en ella se
muestra es un rectángulo de vegetación marchita. Se trata de un sector de los
juncos de la ribera del río Manzanares. Están completamente secos; algunos se
mantienen en pie y otros se han convertido en ramas amarillas caídas en el
suelo, entrelazadas con hojas de árbol que el viento ha arrastrado hasta allí.
En medio de este escenario de decadencia vegetal se recorta una silueta de un
inesperado color gris azulado. Hay que forzar un poco la vista (ya he dicho que
la definición de la imagen es bastante precaria) para que dicha figura cobre sentido. Se trata de una garza de cabeza blanca y largo pico, que cubre su
cuerpo con unas alas plegadas de un delicado color azul pálido. Se diría que se
abraza a sí misma, en medio del desolado paisaje invernal. Los caminantes
apresurados que pasaban por la orilla cuando le hice la foto no le dedicaron ni
una mirada. Detenida y apoyada en la barandilla, esperando a que las hermosas
alas se desplegaran, medité sobre lo difícil que es descubrir la belleza que se
esconde tras la grisura de los días.
La
tercera imagen es un cuadro de la pintora argentina Leonor Fini. Lo descubrí
trasteando por Internet, en busca de obras de esta artista, que me encanta. El
cuadro en cuestión representa una barca en la que navegan seis personajes, tres
humanos (o tal vez no del todo) y tres animales. Los viajeros de apariencia
humana tienen ese halo misterioso de los personajes que pueblan los lienzos de
Fini: vestimentas fantásticas, edades indefinidas, peinados que flotan en el
aire de forma inexplicable. Se diría que son seres mágicos, representaciones
abstractas, almas que han cobrado corporeidad. Las tres criaturas que los
acompañan son pájaros: una paloma, un pavo, una lechuza dispuesta en el regazo
del más inquietante de los personajes, el hombre de corta estatura que nos
lanza una mirada ambigua. Como si se tratara de una imagen subacuática, la escena está envuelta en un hermoso y onírico color azul. El detalle definitivo nos lo proporciona el
título: Viaje sin amarres.
Esta barca que ha cortado su sujeción con tierra firme y se dispone a vagar a la deriva me parece la metáfora perfecta del año que empezará dentro de unas horas y que nos llevará a todos, de forma inevitable, quién sabe adónde. Os deseo una feliz travesía. Sin duda se abrirán agujeros que amenazarán con hundir la embarcación, pero nos queda el consuelo de saber que, si esforzamos la vista, descubriremos la belleza de las aves camufladas entre la vegetación de la orilla.

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