LECTURAS DE JULIO (2023)
Si tuviera que crear una lista de los libros más originales que he leído, por muy exigua que esta fuera, incluiría sin duda Homo Lubitz de Ricardo Menéndez Salmón. Se trata de mi primer contacto con la narrativa de este autor, que me ha dejado una sensación compleja, una mezcla de asombro, deslumbramiento y extrañeza. Comencemos por el deslumbramiento: manifiesto mi más rendida admiración en lo que al estilo se refiere. Menéndez Salmón posee un dominio prodigioso del lenguaje, que escora a su voluntad hacia lo poético, lo bronco, lo sarcástico; es como si hubiera dentro de él varios escritores distintos que se van dando el relevo para mantener al lector en una perpetua alerta. Pero este estilo poliédrico no es el único motivo de sorpresa. Homo Lubitz cuenta una historia de inesperados giros, que lo mismo sigue los patrones de la ficción contemporánea protagonizada por un héroe desubicado, que incurre en el terreno de lo fantástico o de la especulación científica. Experimentos aplicados a colectivos humanos, la enigmática cultura china, el viejo mito del vampiro y el personaje real del copiloto Andreas Lubitz, que se suicidó en 2015 estrellando un vuelo comercial, desfilan por estas páginas inquietantes, que transmiten un mensaje que, al menos para esta lectora, no queda claro del todo. El director de cine David Cronenberg, perverso indagador de las realidades más incómodas, se convierte también en criatura de ficción para ejercer de maestro de ceremonias de esta construcción oscura y perturbadora. En estos tiempos de tramas fabricadas en serie y discursos ramplones (supongo que cada época tiene los suyos), se agradece la audacia de este novelista imprevisible, su nula búsqueda de la complacencia, su atrevimiento para apartarse de lo establecido y lanzar un reto a la inteligencia del lector.
La editorial Duomo inauguró el pasado mes de mayo la colección Los clásicos de la novela negra de la British Library rescatando esta obra de Anthony Wynne inédita para los lectores españoles. El asesinato de Lady Gregor parte de la premisa más clásica entre las clásicas para las tramas policíacas: el misterio del cadáver que aparece en un cuarto cerrado por dentro, sin rastro del arma del crimen ni posibilidad alguna de escondite para el asesino. Pero este difícil planteamiento no supone, al parecer, suficiente reto para el hábil Anthony Wynne, capaz de hilvanar una trama en la que se encadenan asesinatos inexplicables, con un criminal que opera en terreno abierto sin que ningún testigo pueda distinguir su identidad. En este sentido, la novela está bien construida y su autor consigue salvar el monumental obstáculo inicial con soltura y sin trampa alguna. Alardes novelísticos aparte, el mayor atractivo de El asesino de Lady Gregor está en su ambientación, una casa noble en las tierras altas de Escocia, tan anclada en el pasado que resulta complicado ubicar temporalmente la historia; el único elemento de modernidad es la mención a la luz eléctrica, aún no presente en el caserón, ya que uno de sus propietarios la percibe como una amenaza a su ancestral forma de vida. Este edificio antiguo y laberíntico, rodeado de tierras pantanosas y en la proximidad de una costa inhóspita y salvaje, es el escenario donde se desenvuelve la investigación llevada a cabo por Eustace Hailey, un médico que ejerce de detective aficionado, demostrando una pericia superior a la de los inspectores enviados a resolver el caso. Las pesquisas pronto derivan en una indagación sobre la imponente personalidad de la difunta Lady Gregor, víctima del primer asesinato, una mujer terrible, feroz defensora de los valores tradicionales y de la pureza del núcleo familiar frente a los advenedizos. La dificultad para encontrar una explicación racional a lo sucedido pone en funcionamiento el mecanismo de la superstición: la creencia en unas criaturas maléficas que, según las leyendas locales, emergen del agua para atentar contra los mortales, dota a la historia de un atractivo sombrío e inquietante.
«Sucede así: ve al niño el primer día de venta de la casa, mientras limpia la cocina entre las visitas de dos clientes». De esta manera directa y despojada comienza El último día de la vida anterior, la delicada novela que supone mi primera incursión en la narrativa de Andrés Barba. Como podrá suponer el lector ―y no le adelanto nada, puesto que así queda claro desde las primeras líneas― el mencionado niño es un antiguo habitante de una casa ahora vacía, que contacta de forma inesperada con la agente inmobiliaria encargada de la venta. El último día de la vida anterior es por tanto, en primera instancia, una historia de fantasmas, narrada sin efectismos, con un estilo pulcro y sosegado. Nada de sustos ni de imaginería de lo macabro: con paciencia de miniaturista, Andrés Barba va desgranando los recovecos de la singular relación que se establece entre la protagonista, una mujer con una absoluta incapacidad para conectar con su entorno, y el niño venido de otra época. Estos personajes, así como los secundarios (el amante, la amiga y el padre de la agente inmobiliaria; los padres y el hermano del niño) carecen de nombre; se diría que son seres contemplados desde la distancia propiciada por la peculiar psicología de la protagonista. Porque esta encaja tan poco en la realidad como el niño fantasmal que se ha quedado atrapado en un presente eterno. La descripción de ese momento atemporal que une a los dos personajes desclasados es muy hermosa: los detalles cobran un relieve especial en ese mundo circular, que siempre vuelve al punto de partida, y Andrés Barba sabe plasmarlos (retomo mi imagen anterior) con el amoroso detalle de los viejos maestros de la miniatura.
La colección Rara Avis de la editorial Alba se dedica a sacar a la luz obras singulares del siglo XX (lo que la editorial denomina «clásicos no canónicos») y que se encuentran además inéditas para el lector en lengua castellana. Algunas de ellas son títulos poco difundidos de autores populares y otras, como es el caso que me ocupa, van firmadas por nombres poco reconocidos por estos lares. No es la primera vez que esta original colección me ha proporcionado una grata sorpresa. El año pasado, caí rendida ante la profundidad psicológica y la perfecta construcción de El chivo expiatorio de Daphne du Maurier. En esta ocasión, otra trama de corte policíaco ha tenido prendida mi atención durante menos tiempo del que habría deseado. Su autor es Richard Hull, un escritor poco recordado hoy en día por los aficionados a la novela negra, pero que en su momento se codeó con Agatha Christie y a quien los más sublimes amantes del género negro, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, incluyeron en su selección de mejores escritores británicos de literatura policíaca. Richard Hull, al que yo no conocía, demuestra desde las primeras líneas de Mi propio asesino estar en posesión de dos virtudes: la capacidad para construir una intriga que se sale de los moldes habituales y un humor muy inglés. La historia se basa en la unión de dos personajes contrapuestos. Alan Renwick es un tipo de la alta sociedad, un galán consentido y caprichoso, de arrebatador encanto para el sexo femenino y dotado de una desconsideración absoluta hacia todo lo que no redunde en su propio interés. El otro protagonista, que ejerce además de narrador, es Richard Sampson (primera broma del autor, que bautiza a este personaje con su nombre real, ya que firmaba sus obras con seudónimo), un abogado de vida rutinaria, físicamente insignificante y de economía modesta. Renwick menosprecia la vulgaridad de Sampson, que a su vez aborrece al otro por su insoportable arrogancia. En una jugada del destino, estos dos personajes antitéticos se ven unidos cuando el primero comete un crimen y pide al segundo que le ayude a taparlo. Es el momento de la venganza: el tipo de vida gris tiene en sus manos el destino del brillante triunfador social. Se inicia así una trama divertida y cruel, un perverso engranaje en el que encajan a la perfección la intriga, el humor negro y la agudísima descripción de caracteres. Especial mención merecen los personajes femeninos, dos de las damnificadas por los encantos del inescrupuloso galán, que compiten en sus intentos por ayudarlo en su apurada situación y a las que el escritor retrata con ironía inmisericorde. Esta rara avis de la editorial Alba depara momentos de franca diversión, una intriga que atrapa y un estilo eficaz y elegante: una agradable y sorprendente experiencia de lectura.
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