AMBIGÜEDAD
En estos tiempos complejos y enfermos de sobreinformación, en los que estamos pendientes de debates parlamentarios, duelos en el Senado, encendidos hilos de Twitter, evoluciones de conflictos bélicos, declaraciones de líderes mundiales y enfrentamientos dialécticos en las redes, solo nos quedaba (o tal vez “sólo” nos quedaba) estar pendientes de vaivenes en los plenos de la Real Academia de la Lengua. Esta institución vetusta, que suscita con frecuencia el jocoso desdén de quienes alardean de modernidad, ha pasado a estar en el centro de la actualidad esta semana que termina gracias a la encendida polémica referente a la tilde del adverbio “sólo”. Dejo constancia aquí de mi estupor. Nunca creí que una sociedad empeñada en la sistemática simplificación de su lengua a través de la mensajería instantánea fuera a estremecerse siquiera por una tilde más o menos.
Tal
vez sea que la tilde de “sólo” posee un carisma especial. Es una tilde clásica,
pulcra y gramatical; sirve para distinguir dos categorías, para trazar la
frontera entre adjetivo y adverbio, y deja por ello en quien la pone el
agradable regusto de estar usando su lengua con propiedad. Nos ha acompañado
durante mucho tiempo, hasta que la RAE decretó su desaparición en la Ortografía
de 2010. No recuerdo que por aquel entonces tal decisión causara especial
revuelo, o tal vez es que en aquella época yo no me había asomado apenas al
proceloso mundo de las redes sociales; tan solo oí quejarse a personas de mi
entorno, tan acostumbradas a su uso, que temían no ser capaces de prescindir de
ella. De ahí que me resulte sorprendente la reciente agitación producida en las
redes por las noticias contradictorias a raíz de un pleno académico: ¿Se
recuperaba la querida tilde? ¿Se modificaba la norma de
La
cuestión quedó al fin resuelta con unas declaraciones del director de la RAE,
repentinamente popular cual actor de serie de moda. Todo había quedado en agua
de borrajas: el retorno de la añorada tilde no se había considerado en realidad
y los señores académicos ratificaban la eliminación que decretaron hace ya más
de una década, con una excepción. Y es aquí donde, curiosamente, empieza la
desazón de quien suscribe estas líneas. Se deja la opción de acentuar “sólo”
cuando, a juicio del que escribe, haya riesgo de ambigüedad. Yo, que he
contemplado toda esta polémica ortográfica con apacible escepticismo, me siento
inquieta de repente. Ya no se trata solo ―¿sólo?― de relegar la tilde a los
casos de ambigüedad, sino que esta puede ser detectada libremente por cada
cual. ¿Una ambigüedad de quita y pon, que puede serlo o no serlo según quien
elabore el mensaje? ¿Una ambigüedad tan ambigua que se puede discutir su
condición…? Creedme: ahora sí que me siento afectada por esta polémica de la
tilde. Porque sus escurridizas reglas de uso me hablan de unos tiempos
confusos, poliédricos, en los que la misma ambigüedad se ha vuelto
indetectable, en los que resulta imposible orientarse, en los que ya no queda
ni la tranquilizadora certeza de saber discernir entre lo que es y lo que no es
ambiguo. O lo que es peor: en la que cada cual, a su buen (o mal) juicio decide
dónde estriba la ambigüedad.
Quizás, ese buen presidente, ha deseado preservar a la Academia de la chabacanería al uso en otras instituciones, a saber, su utilización espuria para usos muy distintos a aquellos para los que fueron creados. En este caso, el presidente, casi pidiendo perdón por aparecer en un informativo, nos quiso transmitir que, para algunos, es mejor sacrificar un principio que convertir la Academia en otro circo.
ResponderEliminarY es una sabia posición. En estos tiempos de polémica constante, en que se entra en tromba en un debate para abandonarlo de inmediato a favor del siguiente, se agradece una muestra de esas cualidades en desuso que son la mesura y la discreción.
ResponderEliminar