LECTURAS DE ENERO (2022)

Recuerdo vagamente haber visto en casa de mis padres un ejemplar de esta novela de Concha Alós. Era una de esas ediciones de los años sesenta con una ilustración en la sobrecubierta en la que, indefectiblemente, aparecía una señora de buen ver, con independencia de cuáles fueran el tema o los protagonistas de la historia. Siempre he sentido una innata animadversión hacia ese tipo de ediciones; el resultado fue que yo, que en cuanto accedí a la literatura adulta me lo leía casi todo, nunca sentí interés por adentrarme en la obra de esta autora, que ha seguido siendo una desconocida para mí hasta hace poco. Muchos años después, la editorial La Navaja Suiza ha rescatado del olvido Los enanos y ha provocado un aluvión de reacciones en los medios y las redes sociales. No es extraño: se trata de una obra impresionante, escrita con admirables fuerza y concisión, y omitida de forma incomprensible en los programas de estudios de literatura, incluidos los universitarios. «Somos enanos rodeados de enanos, y los gigantes se esconden para reírse». Estas son las sobrecogedoras palabras con las que uno de los múltiples personajes de esta novela coral describe la realidad mezquina, fea y desagradable en la que está inmerso y de la que no puede escapar. Son también las palabras elegidas por la autora para encabezar este descarnado testimonio de la vida en una pensión de Barcelona en los años 50. Las estrecheces económicas, la pequeñez de miras, la insoportable promiscuidad en la que viven hacinados los miembros de este microcosmos son una radiografía de la triste realidad de la España de la posguerra. El lector asiste asombrado a sus idas y venidas, a sus complicidades y discusiones, a sus problemas diarios, a sus dificultades para asomar la cabeza en un ambiente que produce asfixia, no solo económica. Desde las primeras líneas, uno tiene la sensación de estar en la pensión Eloísa, de pisar sus recovecos oscuros, captar sus olores y escuchar los diálogos de sus habitantes, reflejados por la autora con increíble pericia. Un segundo hilo de la trama nos conduce a la interioridad de María, una de las inquilinas, que huye del peso de lo cotidiano escribiendo sus pensamientos, buscando en su pasado las causas que la han conducido a la frustración y a la más profunda de las soledades. La novela alterna así entre un exterior bullicioso y abarrotado y un interior lleno de silencio e introspección, dos polos opuestos solo en apariencia, unidos por la profunda tristeza de una vida carente de expectativas. 

Supongo que todos los lectores tenemos distintas categorías de escritores favoritos: los que nos acompañan desde nuestra juventud, resistiendo heroicamente a los cambios de la edad; los que leemos una y otra vez, encontrando en cada relectura significados nuevos; los que nos impactaron tanto que no es necesario volver a leerlos ―casi nos da miedo hacerlo, por si la magia se desvanece― para que estén siempre presentes; los deslumbrantes descubrimientos de última hora, sin los cuales nos parece imposible haber vivido hasta entonces... Dentro de esa clasificación, que en algún caso podría resultar casi infinita, está el grupo de los autores que nos provocan la urgencia de hacernos con sus obras apenas tenemos noticias de su publicación. En este momento de mi vida lectora, dos nombres ocupan esa categoría: Haruki Murakami y Jon Bilbao. Literalmente, no puedo esperar a leer sus libros, que se “cuelan”, hábiles y escurridizos como anguilas, entre otros que llevan meses aguardando con paciencia su oportunidad de ser leídos. Así ha llegado a mis manos lo último de Jon Bilbao, Los extraños, novela breve que parte de un planteamiento que podríamos denominar clásico: la aparición de unos desconocidos que se introducen en la vivienda de los protagonistas y trastocan por completo su existencia. Este punto de partida, que es en realidad la trasposición al mundo de la ficción del innato miedo a los extraños que habita en todo ser humano, ha dado resultados inquietantes tanto en literatura como en cine; qué no hará con él Jon Bilbao, maestro consumado en el arte de producir inquietud. La pareja protagonista de “Los extraños” es una vieja conocida de los fieles de este autor. Se trata del matrimonio formado por Jon y Katharina, cuyas vivencias servían de hilo conductor a “Basilisco”, anterior libro de Bilbao. En esta ocasión encontramos a la pareja, joven y aún sin hijos, instalada en la casa familiar de él, sobrellevando una vida que roza peligrosamente el aburrimiento y que se ve sacudida con la llegada de otra singular pareja, la que forman un primo de Jon al que este apenas conoce y su acompañante, una mujer a la que le une una relación difícil de precisar. Pero no son estos los únicos extraños que dinamitan la hasta entonces monótona convivencia de los protagonistas: la noticia de que se espera la llegada de alienígenas en la zona sirve de reclamo a grupos de creyentes en la vida extraterrestre, que se instalan en la población para presenciar el grato advenimiento. Este es el ambiente enrarecido, declaradamente inquietante –cuándo no– en el que se desarrolla esta reflexión sobre las relaciones humanas y sobre la profunda extrañeza que implica el simple acto de vivir. 

Si decidiera suicidarme, ¿dónde lo haría? ¿Qué lugar elegiría para que se desarrollaran en él los últimos instantes de mi vida? Esta es la primera ―e inquietante― duda que me ha asaltado leyendo El expreso de Tokio, novela negra del escritor japonés Seicho Matsumoto. Ha sido inevitable que me la plantee, teniendo en cuenta el arranque de la historia: un funcionario y una camarera que al parecer sostenían una relación amorosa aparecen muertos en una playa. Un primer análisis del escenario y de los cuerpos indica que se trata de un suicidio doble, pero hay algo que sorprende: es el mes de enero y las muertes han tenido lugar de noche, en un espacio frío y desolado. ¿Realmente una pareja de enamorados elegiría tan inhóspito emplazamiento para poner fin a su vida? Este es el extremo del hilo del que tirará el veterano inspector de la comisaría local Jutaro Torigai para, con una fina atención a los detalles, empezar a reconstruir una trama que no es lo que parece. Publicada a finales de los años cincuenta del siglo pasado, El expreso de Tokio pertenece a ese grupo de novelas que, aunque ambientadas en un mundo contemporáneo, reflejan una realidad anterior a las modernas tecnologías que parecen haberse zampado nuestro devenir cotidiano. Los inspectores realizan trabajosos desplazamientos y tardan por ello días en establecer conexiones o hacer descubrimientos que a nuestros modernos y cibernéticos investigadores les llevan unos segundos delante de la pantalla de un ordenador. El subinspector Mihara de la Policía Metropolitana de Tokio, que toma el relevo de Torigai en la investigación, realiza una exhaustiva reconstrucción del viaje en tren de las víctimas y los posibles asesinos el día en que sucedieron los hechos. Horarios, trasbordos y estaciones forman así una deslumbrante filigrana que finalmente revelará la verdad en esta novela sutil y demorada, construida para lectores pacientes.

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