CUADROS RECUPERADOS (XVIII): NIEVE


El artista galés Phil Greenwood (nacido en 1943) es un maestro a la hora de captar la naturaleza en todo su esplendor. Es autor de grabados de rico colorido, en los que el mundo vegetal se despliega como una delicada filigrana que recuerda por su primorosa factura al arte japonés. Curiosamente, en medio de su amplio repertorio de imágenes primaverales, mi atención se ve de inmediato atraída por esta melancólica Noche de nieve. Será que en los últimos tiempos predomina en mí un humor más bien sombrío. El caso es que esta imagen nocturna se impuso sin discusión para representar en esta sección a la obra ―para mí hasta ahora desconocida― de su autor. Se trata de una versión distinta de un tema que me es muy grato, el de la noche de luna llena. Frente a las visiones atormentadas de los románticos, Greenwood crea un paisaje ordenado, con una armónica distribución de los elementos que lo conforman. La fila de árboles del segundo plano está plasmada con absoluta exquisitez; el manto blanco que se extiende sobre el paisaje aleja la sombra de lo lóbrego. Esta noche iluminada por la nieve transmite serenidad y propicia la reflexión: tal vez cuando respondemos a su invitación y nos detenemos a pensar es cuando nos asalta el punto de tristeza que habita en nuestro interior. 

(Los cuadros de abril. 2016)

La vieja diligencia en invierno es el melancólico título de este cuadro del pintor alemán Adolf Gustav Schweitzer (1847-1914). No podría ser de otra manera, ya que todo en la escena que recrea parece animado por ese sentimiento: el sol que cae en el horizonte, el vehículo que se aleja y la nieve ennegrecida por los surcos de sucesivas ruedas. Este paisaje de luz tenue y suaves tonalidades prendió mi atención desde que lo vi por primera vez. No hay en él nada sorprendente o extraordinario, pero quizá su encanto radique en esa misma armonía, en la sensación que transmite de suave tristeza, en la posibilidad que ofrece a la mirada de pasearse sin sobresaltos por los elementos que se hermanan para crear la composición. En lo alto de una rama delicadamente trazada, una pareja de aves observa con nosotros el final del día de invierno, o tal vez la partida de los viajeros. Se trata de una escena que parece pertenecer al desenlace de una historia que no conocemos: la diligencia que se aleja hacia el crepúsculo es la imagen ideal para recoger la inevitable sensación de nostalgia que producen los finales.

(Los cuadros de marzo. 2016) 


Recuerdo que hace años soñé que la entrada del frío se encarnaba en un hombre que caminaba pesadamente, arrastrando a su paso un séquito de viento y hojas muertas. Me he acordado de este antiguo sueño mío al ver el cuadro del pintor británico Charles Spencelayh (1865-1958) titulado Un viajero de invierno. Este personaje solitario cuya figura se recorta en el paisaje blanco parece la perfecta plasmación del periodo invernal: su postura de recogimiento, su gesto ensimismado y sus pies hundidos en la nieve resumen la dureza y la introspección propias de esta época del año. Como no podría ser de otra forma, el pintor resuelve su obra a base de tonos oscuros en violento contraste con el manto de blancura que recubre el paisaje. Es de especial belleza el trazado de las ramas retorcidas del árbol, cuya negrura se ve interrumpida por los copos de nieve posados sobre ellas. Con su mezcla de encanto y melancolía, esta escena en la que el caminante solitario avanza abstraído en sus pensamientos parece representarnos a todos, en un viaje que va más allá del mero tránsito hacia épocas más benignas.

(Los cuadros de diciembre. 2016) 


Otra visión de la estación invernal, delicada y con su punto de melancolía. El pintor soviético Aleksandr Deineka se aleja de su habitual estilo enérgico y contundente para crear este cuadro de doble título: Niña en la ventana. Invierno. Todo en este lienzo está construido sobre un fuerte contraste entre el exterior helado y el cálido interior: las rápidas pinceladas con las que se aboceta el paisaje frente al mayor detalle con que se plasma la habitación; los colores fríos del mundo de fuera frente a la gama de ocres desplegada en torno a la protagonista humana y su mascota. A mí me parece que este cuadro destila un profundo silencio, el que se desprende de la naturaleza cubierta por la nieve, del sueño apacible del gato y de la contemplación silenciosa de la niña. Algo en la actitud pensativa de esta me lleva a pensar en reflexiones más profundas que las que suscita un simple paisaje; asocio su mirada perdida más allá del cristal con la calmada espera de lo que está por venir. Me ha parecido por ello el mejor de los cuadros para recibir el año que empezará en breve, con su carga de novedades que presentimos, un tanto sobrecogidos, desde el refugio conocido del año que estamos a punto de abandonar.

(Los cuadros de diciembre. 2014)

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