LO QUE ME DA (O NO) LA GANA

Empezaré copiando literalmente las palabras de la presidenta de nuestra comunidad con las que he comenzado hoy el día: «Si voy a misa o voy a los toros, o no voy a ningún lado, o me voy a la última discoteca, lo hago porque me da la gana. Vivo así, vivo en Madrid y por eso soy libre».

Nunca pensé dirigirme a usted, señora Díaz Ayuso (que, por supuesto, no me leerá), pero llevo todo el día rumiando lo que me sugieren sus declaraciones. Ahí va:

Soy una persona que se ha pasado la vida sin hacer lo que le da la gana, al menos desde que tenía tres años y aportaba dicho exabrupto como suprema justificación de mi comportamiento cuando estallaba en una rabieta. Será que tengo una educación antigua, pero el caso es que de niña me enseñaron que, antes que esas pulsiones elementales que usted encierra en la poco refinada expresión “dar la gana”, existen cuestiones de más peso: el sentido del deber, el interés de los demás, el bien común, la prudencia. Me han “dado la gana” muchas cosas que no he podido hacer porque chocaban con estos puntos que acabo de mencionar.

También me enseñaron que la libertad es una palabra muy grande y que va asociada a insignes añadidos que la concretan sin restarle un ápice de importancia: libertad de conciencia, de expresión, de prensa, de asociación. Nunca pensé que la decisión de ir a misa, a los toros o a la discoteca tuviera que ver mínimamente con el elevado concepto de libertad (aparte de que esas preferencias personales suyas despliegan un panorama que ya deploraban los autores de la generación del 98, a los que usted, señora Díaz Ayuso, tal vez no haya leído, quizá porque no le ha dado la gana).

Pero que nadie concluya de todo lo anterior que he sido una persona perpetuamente sometida al deber, la obligación y la renuncia, porque a lo largo de mi vida he tenido muchas oportunidades de elegir. Resulta que entonces he hecho lo que me agradaba, lo que encontraba preferible o conveniente, lo que me atraía, lo que me resultaba práctico, beneficioso, tentador o divertido, o simplemente lo que me apetecía, pero no  “lo que me daba la gana”. Es una cuestión de estilo, señora Díaz Ayuso: ese “dar la gana” que a usted no se le cae de la boca me parece, aparte de infantil y simplista, de una ordinariez clamorosa.

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