FEBRERO FURTIVO

A riesgo de que me consideren una rara avis (o, en su defecto, de que me encasqueten el más castizo calificativo de bicho raro), he de decir que esta primavera prematura en la que vivimos inmersos desde hace semanas no me tiene nada feliz. Es más, me encuentro algo confusa e incluso irritable; tengo la impresión de haberme saltado de golpe, merced a quién sabe qué poderosas artes, varias decenas de días del calendario. En definitiva: siento que me han robado mi mes de febrero.

Guardo recuerdos muy vívidos de febreros duros y tempestuosos. En tiempos viajé bastante en esta época del año por peculiaridades del calendario escolar de la región en la que trabajaba, de modo que mis evocaciones van asociadas a lugares variados y están, por ello, teñidas de romanticismo: la búsqueda a través del paisaje nevado de un monasterio bizantino en el Peloponeso, la Mezquita Azul desierta como consecuencia de una ola de frío polar que vació las calles de Estambul, el viento glacial que me paralizó frente a las Cariátides en la Acrópolis, las horas perdidas en el aeropuerto de Frankfurt, cerrado por la climatología adversa. Supongo que en similares condiciones recorrí las calles de mi barrio, sufrí el impacto del viento al doblar esquinas, caminé encogida dentro del abrigo más grueso de mi guardarropa. Este mes de febrero, voy vestida con ropa propia de ese periodo misterioso –y con frecuencia inexistente por estos lares― llamado entretiempo. Me cruzo con viandantes en mangas de camisa, con extranjeros venidos sin duda de regiones septentrionales que lucen un atuendo directamente veraniego. A unos y a otros se les ve relajados, sonrientes, encantados. Hace buen tiempo. Está en boca de todos.

Para no sentirme sola, tendré que buscar la comprensión de los árboles que han florecido a destiempo y que se congelarán tal vez en breve, de los animales desconcertados que no saben si hibernar, emigrar, reproducirse o languidecer. Soy, como ellos, una criatura a merced del clima y no me hallo en esta falsa primavera. Echo en falta mi febrero hosco y desabrido, padre de heladas y ventiscas, último coletazo de la crudeza invernal. Este febrero furtivo que se escapa del calendario sin dejar huella me parece un triste sucedáneo, una versión desvaída de las intemperies que es necesario atravesar para entrar con pie triunfante en la primavera.

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