LOS CUADROS DE OCTUBRE (2019)
Este
verano recién terminado ha sido para mí el de los pintores holandeses. He ido a
buscarlos a su tierra y unos cuantos de ellos han venido a su vez a Madrid. Ha
sido un curioso cruce de caminos: mientras yo visitaba el Rijksmuseum de
Ámsterdam, algunos de sus ilustres habitantes estaban instalados temporalmente
en la exposición Miradas afines del Museo del Prado. Visitarla ha sido,
pues, una gozosa prolongación de mi viaje. Entre todas las maravillas que en
ella se exhibían, confieso mi absoluta rendición frente al cuadro titulado Anciana
bendiciendo la mesa de Nicolas Maes. Es difícil transmitir el intenso magnetismo
que irradia esta escena y que procede, en primer lugar, de su iluminación casi
sobrenatural. La luz no incide sobre el personaje sino que emana de él, de su
interior lleno de paz y recogimiento. La profunda meditación en que está sumida
la anciana se expande a su alrededor y parece afectar a todos los objetos que
la rodean, detenidos para la eternidad en un instante de privilegio. El único
ser al margen de la mágica detención del tiempo es el gato que, en un divertido
impulso, se cuelga del mantel. Su gesto juguetón tal vez termine en breves
segundos con la placidez de la escena que estamos contemplando. En esta
celebración del aquí y el ahora, Maes realiza un prodigioso estudio de las
texturas: alimentos, piezas de loza y objetos de madera y metal cobran una
extraordinaria relevancia, son únicos e irreemplazables gracias a la oración de
su dueña. El rostro y las manos de esta son de un realismo sobrecogedor; cada
pliegue y arruga nos habla de la firmeza frente a las contrariedades de una
larga vida. La exposición del Prado se clausuró hace casi una semana y esta
anciana estará ya tal vez de vuelta en su rincón del Rijksmuseum, bendiciendo
sus sencillos alimentos y de paso a los visitantes que se detengan frente a
ella y sepan contagiarse de su emoción.
Me
resulta difícil hablar de Picasso porque su figura tiene tantas variantes,
tantos rincones y recovecos, que me parece imposible de abarcar. Aparte de una
antipatía personal que no puedo evitar sentir, este artista de múltiples caras
me ha inspirado reacciones encontradas con su obra: perturbación, desagrado,
deslumbramiento, emoción estética. Esto último me lo producen especialmente los
cuadros que pintó en los buenos tiempos de su matrimonio con la que fue su
primera esposa, la bella, maltratada y siempre melancólica Olga Khokhlova. Una
exposición recientemente clausurada en CaixaForum de Madrid ha convertido en
foco de interés la figura de esta mujer que acató el difícil destino de vivir a
la sombra del genio. Gracias a ella he podido contemplar en vivo maravillas
como la que encabeza estas líneas: Olga pensativa. Picasso retrata a su
mujer con unas facciones que en parte reflejan sus rasgos personales y en parte
son las de todos los personajes de sus obras más clásicas. La nariz recta, el
rostro liso y perfecto, nos hacen ver a Olga como una escultura griega que ha
cobrado vida de la mano del pintor, y lo ha hecho para mostrar su lado más
vulnerable. El artista nos la presenta abstraída, con la mirada vagando por
algún punto indeterminado que nos remite más bien a su interior. Esta Olga
perdida en sus pensamientos está firmemente dibujada, como las figuras del
primer Renacimiento, y también como ellas, desprende una luz que parece salir
de su interior. Todo un mundo de resonancias clásicas late bajo una obra que es
a la vez muy moderna y llena de la impronta de su autor. Y qué decir del azul,
envolvente como lo son siempre los azules del Picasso de esta época, hermoso y
triste como la modelo a la que retrata.
El
pintor Raimundo de Madrazo viajó por primera vez a París a los diecinueve años.
Allí le esperaban las enseñanzas de grandes maestros, la participación en
exposiciones universales, una amplia vida social y el encuentro con la que
habría de ser su modelo preferida: Aline Masson. Esta jovencita, hija de los
porteros de unos marqueses conocidos de Madrazo, se convirtió en el rostro más
característico de los retratos de este artista exquisito y de factura
impecable. Las pinturas en las que aparece la risueña Aline son de
composiciones variadas: Madrazo lo mismo se centra en su rostro que la plasma
de cuerpo entero, inmersa en ambientaciones elegantes o exóticas. Lo que nunca
varía es la frescura y la naturalidad de esta muchacha que parecía nacida para
posar. Reconozco mi debilidad por la larga serie de retratos que Madrazo le
dedica, pero entre los que he tenido ocasión de contemplar en vivo, me quedo
con este, titulado Felicitación de cumpleaños. Toda una historia
sentimental se oculta tras la pose relajada de la modelo y la mirada ilusionada
que dirige al sobre, todavía sin abrir, que sin duda contiene un mensaje muy
esperado. Madrazo ha detenido para siempre el instante previo a la felicidad.
El colorido, baza fundamental en el arte de este autor, estalla en este caso
gracias al ramo de flores que se abre hacia el espectador, en fuerte contraste
con el delicado azul de la bata. Aline, normalmente coqueta y sonriente, se
muestra aquí comedida, con una suave alegría interior. Son una alegría y una
suavidad, doy fe, absolutamente contagiosas. Para el que se sienta tan atraído
como yo por la dulzura de este retrato: la exposición de Fundación Mapfre Boldini
y la pintura española a finales del siglo XIX proporciona hasta enero la
oportunidad de contemplar esta y otras maravillas afines.
Fuerte,
independiente, poderosa: así nos presenta Ignacio Zuloaga a la protagonista de
su Retrato de Adela de Quintana Moreno. El pintor de la España profunda
y sombría olvida en esta ocasión a sus modelos habituales, a sus mendigos, sus
mujerucas enlutadas y sus labriegos endurecidos a imagen y semejanza de la
tierra que les toca trabajar, para reflejar un tipo femenino más acorde con los
nuevos tiempos. Y lo hace retratando a una de las sobrinas del presidente
argentino, Roque Sáenz Peña. Siguiendo una composición clásica de este artista,
el cuadro presenta a la modelo frente a un paisaje apenas esbozado. La disposición
de la línea del horizonte a un nivel muy bajo crea una franca desproporción
entre cielo y tierra, que se resuelve a favor del primero, y sitúa al personaje
por encima de los que lo observan. Identificada así con un firmamento creado a
base de vigorosos brochazos, Adela de Quintana nos parece una mujer osada y
enérgica, nacida para grandes empresas. Su traje oscuro y sin adornos, el
brioso vuelo del ala de su sombrero y el gesto firme con que sujeta su propio
brazo confirman esa impresión inicial. Este cuadro es otro de los fantásticos
retratos femeninos que he descubierto gracias a la exposición Boldini y la
pintura española a finales del siglo XIX de la fundación Mapfre. Añadiré
que se singulariza entre todos ellos por apartarse del prototipo de la musa que
despliega su belleza al servicio del pintor y para solaz de quienes la
contemplan. Esta mujer de rostro más interesante que hermoso se sale de esos
cánones estrechos, igual que su mirada lanzada a un punto lejano nos habla de
un espíritu libre que rebasa los confines del lienzo.
hola beatriz no voy a comentar sobre este cuadro que tan bien conoces los cuadros de jean leon gerome y sobre todo el cuadro de titulo Duelo después del baile de máscaras segun tu blog vistes en el año 2011 si no mal recuerdo era el original o una replica
ResponderEliminarConocí el cuadro al que te refieres en la exposición del Museo Thyssen dedicada al pintor francés Jean-Léon Gérôme. Se trataba, por supuesto, de la pintura original, traída desde el Walters Art Museum de Baltimore. Fue una exposición impresionante, que me llevó a escribir una entrada en este blog en mayo de 2011, como bien señalas en tu comentario. Gracias por tu interés. Espero seguir leyéndote por aquí.
ResponderEliminar