ESCRIBIR A MANO
En los últimos tiempos, debido a la conjunción de
circunstancias variadas (viajes, hospitales, salas de espera, breves e
inesperados tiempos muertos en parques y cafés), he escrito bastante a mano. He
consumido así varios cuadernos de reducido tamaño de los que llevo siempre en
el bolso para tomar notas y conservar datos. Porque, en efecto, amigos lectores,
soy de esas: en mi móvil sólo apunto números de teléfono, nada de recordatorios
de citas ni direcciones. Me gusta que la presión del bolígrafo sobre el papel
remarque la importancia de lo que quiero conservar en la memoria, que el acto
físico de subrayar sea una conjura contra el olvido lanzada directamente al
cerebro.
Pero volvamos a estos últimos tiempos un tanto
azarosos, que me han llevado a escribir en hojas de reducido tamaño textos de mayor
enjundia y longitud. Si repaso las páginas de mis cuadernos más recientes, las
encuentro pobladas de párrafos en negro o azul, escritos con la letra apretada
del que teme quedarse sin papel en el momento de máxima inspiración o urgencia
expresiva. Entradas para este blog, ideas para textos literarios, reflexiones
sobre ambientes y personajes, gérmenes de futuros relatos: allí están, apretados
en tan exiguo espacio, adornados con flechas y tachones que son una sincera
muestra, sin posibilidad de disimulo, de los errores y arrepentimientos del
acto de escribir. Frente a la pulcritud artificial de los escritos de
ordenador, esas páginas muestran párrafos enteros atravesados por cruces,
asteriscos que conducen a frases introducidas a posteriori, oraciones ocultas
por gruesas líneas, palabras escritas en caracteres diminutos, en los márgenes
o entre dos líneas, colándose de rondón en lo ya escrito. Con ese juego de rectas
y diagonales y flechas y recuadros, esos cuadernos son un mapa de los
vericuetos de mi pensamiento.
Reconozco que miro con atención a las escasas
personas a las que veo escribir a mano en lugares públicos. Siempre me pregunto
por la naturaleza de sus escritos, que se me antoja, en un acto de absoluta
subjetividad, sugerente y emotiva. Ese inevitable interés fue el que me llevó
hace unos meses a hacer algo poco usual en mí: fotografiar sin ser vista a una
joven que escribía en una mesa cercana de una cafetería. Me lo he pensado mucho
antes de publicar esta imagen, pero hay algo que me resulta tan conmovedor en
ella ―el gesto de niña con el que la muchacha empuña el bolígrafo y sujeta el
cuaderno, la concentración con que se inclina sobre el papel, el detalle
encantador de las gafas abandonadas sobre la mesa―, que al final no me he
resistido a compartirla. Así no seré la única en fantasear sobre la naturaleza
del escrito: ¿Estudios, tareas pendientes, carta de amor, diario personal…? Quiero
creer que a esta desconocida habitante de una ciudad centroeuropea no le
importaría.
Ay, el papel. Seguramente tiene algo de magia el dichoso soporte porque a mí la querencia no me sale por escribir sobre él pero sí por leer en libro de papel... ¡Qué bien huelen los libros de papel!
ResponderEliminarY qué maravilloso tacto. Vuelvo al tema de la escritura: una de las cosas que más me gusta es sentir cómo se desliza mi mano por la hoja que está dejando de ser blanca. Incluso cuando esa acción me deja de recuerdo unas cuantas manchas de tinta. Señales del escritor.
EliminarComo siempre en conexión contigo. Nunca será lo mismo el latido en la mano presionando el bolo con la pínza caliente del pulgar y el índice, las palabras a golpe de sangre azul derramada sobre la hoja de cuaderno, y las cuñas introducidas a posteriori, los tachones de mayor o menor intensidad, las flechas hacia arriba o hacia abajo, las dudas, las indecisiones... suculencia para grafólogos. Un abrazo.
ResponderEliminarNunca será lo mismo, es verdad. Al menos, en la percepción del que escribe. Siempre me cabrá la duda de si el resultado varía: ¿Cómo sería, escrita a mano, una novela que he ido construyendo a golpe de teclado...? Enigma para escritores. Un abrazo.
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