ESCULTOR DE IDEAS
Uno
de mis descubrimientos de este verano es el Parador de Santo Estevo, antiguo
monasterio románico situado en las cercanías del cañón del río Sil. No voy a
cantar aquí las excelencias de su arquitectura ni de su ubicación; esas son
cualidades que difícilmente se traducen en palabras y que sólo se pueden apreciar
en vivo. Esta entrada trata sobre una sorpresa que me estaba aguardando el
pasado mes de julio en un rincón poco transitado de este imponente edificio.
En
el segundo piso de uno de los claustros del monasterio, se puede ver una
exposición permanente de la obra de Florencio Martínez Vázquez, escultor
gallego contemporáneo que adoptó el nombre artístico de Arboiro en homenaje a
su pueblo natal. Este artista parte para sus creaciones de elementos naturales
(cantos rodados, tocones de árboles) que combina con piezas de bronce, en una
curiosa amalgama de lo espontáneo y lo artificioso, lo encontrado y lo
artesanal. Sus temas son con frecuencia las labores tradicionales: afiladores,
arrieros, vendedores ambulantes y pastores son los protagonistas de estas
esculturas expresivas, en las que la rugosidad de las superficies nos remite al
material original y la eficacia de la composición, a la pericia del artista. Esculturas
que parecen emerger naturalmente de la madera para ser dominadas de inmediato
por las manos de quien, más que su creador, parece su descubridor. Puedo
imaginar a Florencio de Arboiro tendiendo a su alrededor su mirada iluminada y
viendo surgir un tropel de criaturas de los troncos de los hermosos árboles de
su tierra.
La
exposición instalada en el claustro de Santo Estevo se titula La huella de un psiquiátrico y es la
memoria de los treinta y cinco años de trabajo de su autor como maestro de
artes plásticas en el Hospital Psiquiátrico de Toán. Algunas de las piezas que
la componen pertenecen a la serie O mundo
mental y son un claro homenaje a los internos de esa institución y un
reflejo del vuelo torturado de sus mentes, al margen de los cánones de la
lucidez oficial. Representan personajes captados en actitudes variadas:
atormentados, visionarios, ensimismados; liberados de las ataduras, pero
también de la estabilidad, que proporciona la pertenencia al mundo de los
“integrados”. El autor explica así su vinculación con dichos internos: «Durante todo este tiempo han pasado infinidad de
“personajes” por el psiquiátrico: cada uno con su realidad, con su amargura,
con su fantasía y, en resumen, con su historia. Precisamente para ellos, todo
mi afecto por haberme demostrado que las enfermedades psíquicas pueden alterar
la mente dejando intacto el corazón».
La
muestra se complementa con una serie de objetos ―fotografías, prendas de
vestir, maletas e incluso una escalofriante camisa de fuerza―, manipulados y
dispuestos por el propio Arboiro. El conjunto resulta estremecedor. Existe una
perfecta adecuación entre la expresividad sin barreras de los personajes
emergidos de la madera de la mano de este artista ―enfermos mentales, pero
también trabajadores y gente del pueblo, brujas, trasgos y criaturas de
ficción, entre ellas, cómo no, nuestro excelso loco Don Quijote― y la libertad
ilimitada, perturbada y transgresora de los pacientes psiquiátricos a los que
enseñó a expresarse a través del arte, pero de los cuales, al parecer, también
aprendió cosas.
Entre
las fotografías de la institución y sus habitantes que se incluyen en la
exposición, recuerdo sobre todo la serie de retratos de pacientes, captados de
forma individual o en grupo, con cartelas en la que figuran no ya los nombres
de los retratados, sino los apodos con los que eran conocidos en el hospital.
Me impactó sobre todo la imagen de un individuo de pelo largo y mirada
visionaria al que se conocía como “delineante de ideas”. Algo parecido se
podría decir de Florencio Arboiro, con su escultura a la vez material e
intangible: un escultor de ideas.
Pues el artista está claro que fue muy útil a los «enfermos» pues mientras los psiquiatras prestarian mucha o poca atención a sus mentes, el de Arboiro se fijó más en la expresión de sus corazones...
ResponderEliminarCasi seguro que algún « inquilino» del psiquiátrico encontró en su « profe» de plástica mucho más que un buen escultor...incluso puede que se le pasara por la cabeza que, al fin y al cabo, los de « fuera» no estaban todos tan locos...
Viendo la exposición, tuve la certeza de que, en efecto, la labor de Arboiro en el psiquiátrico había sido de gran ayuda a los enfermos que aparecían en las fotografías. Como bien dices, sin duda dio un cauce a la expresión de sus corazones. Es el poder sanador del arte, tan benéfico para los que están a un lado y a otro de la línea (a veces difusa) que separa la enfermedad de la salud mental.
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