OTRA VEZ MAGRITTE
Veo
a Magritte por todas partes. Tal vez sea un tipo de disfunción cerebral todavía
por clasificar (o quién sabe si ya detectada y estudiada; mis conocimientos en
ese terreno son más que limitados). O quizá sea algo que me sucede con relativa
frecuencia con los pintores que me gustan de forma especial; no en vano llevo
viendo el mundo a través de sus ojos desde que, de niña, me aficioné a la
pintura. Voy así encontrando tipos por la calle que me recuerdan a los modelos
de Caravaggio, voy rastreando en los paisajes de montaña los ecos de Friedrich,
mis paseos junto al mar tienen la huella de Sorolla. Pero cuando algo me evoca
a Magritte (al singular, inquietante, sugerente Magritte), significa que de
repente la realidad ha adquirido una consistencia distinta y se parece más a un
sueño, a una pirueta de la imaginación.
Hace
algo menos de una semana, al pasar frente al edificio del Senado, algo en él me
atrajo de forma poderosa. He de decir aquí que se trata de una construcción que
veo con frecuencia y que nunca ha suscitado en mí interés alguno. Sin embargo,
el pasado domingo a media tarde me detuve y clavé mi mirada en ella por primera
vez con auténtica atención. La razón no era otra que el reflejo en varias de
sus ventanas del cielo cuajado de nubes: daba la impresión de que tres
porciones de firmamento habían quedado atrapadas entre los muros. El efecto, a
la vez precioso y sorprendente, me trajo a la mente el recuerdo de los cuadros
de Magritte. Hice una foto con mi móvil y no volví a pensar en ella. Hasta hoy.
Esta
mañana, he descubierto que una amiga también amante de la pintura había
compartido en Facebook un cuadro de Magritte titulado El recuerdo decisivo. Nada más verlo me he acordado de mi impresión
del otro día: el muro, las nubes blancas, el cielo que parece consistente y
atrapado en un hueco dentro de la pared. La sensación de extrañamiento al
disponer de una forma determinada elementos absolutamente cotidianos. Me ha
encantado la casualidad y he decidido que bien se merecía una entrada. Tal vez
sea la primera de una serie que dé cuenta de mis encuentros con cuadros que
cobran vida: otra vez Rembrandt, otra vez Ribera, otra vez Manet.
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