ESCULTURAS IMPERFECTAS
Dicen
que una escultura es perfecta cuando puede ser contemplada desde cualquier
punto de vista sin perder nada de su belleza o emoción. O dicho de otro modo:
cuando ofrece tantas visiones como perspectivas posibles, igual que un gran
libro está lleno de sugerencias e interpretaciones que cambian con cada tipo de
lector. Es algo que uno estudia en los manuales de Arte y que luego se esfuerza
en comprobar en la práctica caminando en círculo por plazas públicas y museos,
rodeando y contemplando con ojo crítico a los personajes detenidos para siempre
por obra de la piedra, la madera o el metal.
De
vez en cuando, uno se encuentra con un asombroso ejemplo de escultura perfecta.
Me recuerdo en Florencia dando vueltas, cámara en ristre, alrededor del Rapto de la Sabina de Juan de Bolonia,
decidida a inmortalizar su mejor ángulo. Pero Juan de Bolonia me lo puso
difícil: cualquier visión de esa espiral de cuerpos superpuestos es expresiva y
refleja el carácter dinámico y arrebatado de la escena. Invito al lector
interesado en la materia a hacer una búsqueda de imágenes por Internet; las
encontrará de todo jaez, algunas tomadas desde ángulos imposibles, otras desde
perspectivas más clásicas, muchas generales y unas cuantas de detalles ―manos
que aprietan la carne, pies que se alzan del suelo, extremidades en confuso
revoltijo― que, aun separados del conjunto, conservan enorme fuerza y
atractivo. Uno se vuelve loco intentando fotografiar esta escultura y al final
se rinde a la necesidad de apretar una y otra vez el disparador de la cámara. La
consecuencia, en mi caso, fue una profusión de copias en papel: estaban lejos
aún los tiempos de la fotografía digital.
En
otras ocasiones, una obra poderosísima pierde su fuelle en cuanto uno se aparta
del punto de vista más favorable para su contemplación. El ejemplo más
llamativo lo he encontrado en el Museo Arqueológico de Atenas, en la estatua de
bronce de un dios ―tal vez Zeus arrojando el rayo o Poseidón con su tridente― hallada
bajo las aguas del mar cerca del cabo Artemisio. Estaba yo detenida frente a esa
figura monumental cuando mi compañero de viaje me sacó de mi arrobo. «Date
cuenta de que no es perfecta», me
señaló. «Según desde qué ángulo la mires, pierde toda su
fuerza». Procedí a moverme alrededor de la escultura, algo
disgustada. Tenía razón. Desde determinados puntos de vista, el coloso perdía
su carácter imponente, el gesto de su brazo dejaba de ser majestuoso y su
poderosa actitud carecía de significado para el espectador. El bronce pasaba a
ser simple bronce y se rompía el hechizo de estar en presencia de un dios. Era una
escultura impresionante, potente, sobrecogedora, pero no era perfecta. Fue
entonces cuando me di cuenta de hasta qué punto no era necesaria la perfección.
Pero mi intención al empezar esta entrada no era la
de hablar de obras tan insignes; ni siquiera la de referirme a ninguna de las
que he podido contemplar alguna vez en vivo. Toda la reflexión inicial me
surgió hace unos días a través de una foto que descubrí navegando por la red. En
ella se muestra una estatua creada por el escultor decimonónico Santo Varni
para el cementerio de Staglieno, en Génova. Dicho cementerio es, dicho sea de
paso, un espléndido y monumental museo de escultura: una vez más, hago la
invitación a realizar una búsqueda de imágenes en la red y asombrarse ante las
bellezas que en él se atesoran. Esta a la que voy a referirme es una figura
pequeña y conmovedora que su autor realizó para el sepulcro de Giuseppe Paradis
de Pietro y que años después repetiría, con ligeras variantes, para la tumba de
su propia esposa. Representa a una jovencita que muestra su tristeza llevándose
las manos a la cara con una actitud un tanto teatral. Junta a ella está tumbado
un perro que apoya la cabeza sobre su pierna en un tierno gesto de fidelidad.
La escultura en sí no es gran cosa; los personajes están representados con
cierto envaramiento y con un estilo almibarado que les resta expresividad. Y
sin embargo, al contemplarla desde su ángulo posterior, uno se encuentra con
esta maravilla:
Una escultura con un punto de vista único. Imperfecta, a todas luces. Y sin embargo, qué emocionante en su imperfección. Habría pasado inadvertida para el mundo de no ser por la pericia de algún fotógrafo avezado. A mí me dio por pensar que estas esculturas con un único ángulo de contemplación son como esas personas que no nos son gratas en principio y en las que de pronto descubrimos un gesto, unas palabras o una acción que nos las acercan inesperadamente. La belleza de las cosas imperfectas, que podemos pasar por alto si no nos ejercitamos lo bastante en el arte de mirar.
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