LOS CUADROS DE FEBRERO (2015)

El polaco Józef Pankiewicz (1866-1940) es el pintor nocturno por excelencia. Sus cuadros captan las formas que se adivinan en la oscuridad hasta extremos tales que algunos deben ser contemplados en vivo y no admiten reproducción por medios gráficos ni digitales. Mercado de la ciudad vieja, Varsovia, de noche se mueve dentro de límites más convencionales y por eso es posible traerlo a esta sección. En un alarde técnico, Pankiewicz une a la falta de luz natural la presencia de la humedad que difumina los contornos de los edificios y cubre el suelo de una hermosa capa brillante. En ese ámbito impreciso de la plaza, tiemblan las luces de las ventanas y de las farolas y deambulan figuras de viandantes y vehículos cuya naturaleza no llegamos a captar del todo y que se nos manifiestan, por ello, llenos de misterio y sugerencias; se trata de un cuadro que posee la belleza de la indefinición. El artista consigue con su pericia realizar una eficaz conexión entre nuestros sentidos: lo que captan nuestros ojos nos hace sentir el frío de la noche varsoviana. Por lo que he podido averiguar, el posterior contacto con el fauvismo llevó a este maestro de lo nocturno a llenar su paleta de colores brillantes, en una curiosa evolución a un arte nítido y diurno. Ignoro qué proceso mental o emocional acompañó ese viaje de la noche al día, en el que Pankiewicz abandonó este estilo sugerente que juega a medias con lo que muestra al espectador y lo que le obliga a imaginar.

El título de esta obra del pintor alemán Albrecht Altdorfer (1480-1538) dice mucho del modo peculiar en que aborda el mito del caballero enfrentado al monstruo: Bosque con San Jorge matando al dragón. En efecto, el elemento vegetal cobra aquí un singular protagonismo, hasta formar un enorme entramado en cuyo interior casi se pierde de vista a los dos protagonistas de la historia. De todas las versiones que conozco de la leyenda, esta es una de las más originales. Altdorfer es un pintor exuberante, con tendencia a la prolijidad, que abarrota sus cuadros y crea caóticas composiciones que cuesta desentrañar. Sus obras transmiten la sensación de ser producto de un trabajo muy laborioso, pero también de exigir al que las contempla un esfuerzo especial para llegar a apreciarlas en toda su magnitud. No hace falta resaltar la pericia técnica que implica este bosque trazado con enorme detalle, hoja a hoja. A mí me gusta pensar que, además de ser un alarde pictórico, posee un significado más profundo: veo en él un símbolo del laberinto de la vida, en cuyo interior nos aguardan batallas como la que afronta el valiente San Jorge. En un gran acierto compositivo, el artista sitúa el único punto despejado de la escena detrás del dragón. Superado el obstáculo que este implica, el caballero ―y nosotros con él― podremos salir de la espesura, en dirección a un horizonte abierto y despejado.

En las antípodas de una visión edulcorada de la infancia, la pintora rusa María Bashkírtseva (1858-1884) nos ha dejado este expresivo retrato de una muchacha anónima bajo el título de El paraguas. Bashkírtseva es un personaje tan interesante por su breve e intensa vida, su dedicación a diferentes modalidades artísticas y su constante lucha contra las limitaciones impuestas por su condición de mujer, que se corre el riesgo de olvidar la calidad de su pintura en favor del atractivo de su biografía. Cuadros como éste ponen las cosas en su justo lugar: el contraste de colores, la composición sencilla y eficaz y la hábil captación del gesto de la modelo nos recuerdan que estamos ante una artista excepcional, a la que una muerte temprana privó probablemente de alcanzar cimas más altas. Todos los buenos retratos parecen proponernos el juego de sostener la mirada del retratado y experimentar hacia qué derivas emocionales nos sentimos arrastrados; en este caso, resulta fascinante devolver la mirada que clava en nosotros esta niña a la vez enérgica y vulnerable, a la que nos gustaría proteger pero que nos desarma con la fuerza de su enérgico rostro. No puedo evitar caer en la trampa de hacer del cuadro una prolongación de la vida de su autora: a mí esta chiquilla de vestimentas humildes que se cobija de las inclemencias bajo un paraguas maltratado por el viento me hace pensar en un alma torturada, asaltada por dificultades constantes, pero que se mantiene en pie gracias a una determinación extraordinaria.
 
Repasando los cuadros que han ocupado esta sección durante el mes de febrero, me he dado cuenta de que ha predominado en ellos un tono apagado o incluso sombrío; he visto, pues, la necesidad de terminar el mes con un destello de color. Y quién mejor para lograrlo que el pintor holandés Kees van Dongen (1877-1968), uno de los puntales de ese derroche cromático que es el Fauvismo. Las obras de este artista producen en mí un inmediato efecto de llamada; son briosas, impactantes, atractivas, pero están dotadas a la vez, por debajo de su brillo formal, de una dosis de melancolía que las dota de un encanto especial. Así sucede con esta Gitana que es, en primera instancia, un reclamo para los ojos por la mancha amarilla de la vestimenta, en vivo contraste con el azul y el rojo que enmarcan la figura. Pero este personaje que se presenta ante nosotros de forma tan llamativa tiene una actitud de timidez y precaución; no sabemos qué escena la mantiene al resguardo en su puesto de observación, llenando de tristeza sus enormes ojos. La figura femenina está trazada con delicioso candor, a brochazos, como si al artista le urgiera la necesidad de comunicar. El detalle de la mano apoyada en la barrera que la modelo no se atreve a traspasar hace que el personaje resulte especialmente vulnerable. A mí esta mujer desconocida me conmueve e intriga; desearía encontrar la razón del contraste que está en la raíz del cuadro: el que se establece entre la enérgica apariencia y el delicado interior.

Comentarios

  1. Un artículo realmente conmovedor para conocer la historia de Jòzef y que realmente me ha gustado de conocer ya que había visto sus obras un par de veces pero no conocía de esta forma tan personal como fue su vida, gracias por compartir

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    1. Es un placer compartir todo aquello que me gusta e interesa. Gracias por tus amables palabras.

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