MIS FOTÓGRAFOS (VI)


En este mundo nuestro presidido por lo visual, entramos en contacto con la fotografía por múltiples vías; una de ellas, y no la menos importante, es su utilización en las cubiertas de los libros. La preciosa edición en Siruela del libro de relatos de Amos Oz Entre amigos me ha dado la oportunidad de conocer al fotógrafo estadounidense de origen alemán Erich Hartmann (1922-1999). Esta imagen titulada Casa de inmigrantes. Pan y mesa aparece en la portada de la citada edición de la obra del narrador israelí. Era difícil hacer una elección mejor: Hartmann, que a lo largo de su carrera se preocupó sobre todo por explorar las actitudes del ser humano y la huella de este en su entorno, realizó en 1958 una serie de fotografías que retrataban los asentamientos judíos en Israel. Frente a su objetivo desfilaron inmigrantes de distintas nacionalidades, con sus problemas y actividades diarias, y también, como en este caso, los objetos que conformaban su pequeño mundo cotidiano. Esta imagen sobria y despojada es de extraordinaria expresividad: el autor ha elegido fijarse en los elementos esenciales de una vivienda y les ha dotado de enorme relieve. En un sutil juego de tonalidades, contemplamos todos los matices del blanco y negro, desde el muro viejo y ennegrecido hasta la blancura impoluta de platos y mantel. Como sucede siempre en las grandes naturalezas muertas de la historia del Arte, esta Casa de inmigrantes está llena de vida. A Hartmann no le hace falta retratar a sus habitantes para que el espectador saque conclusiones sobre la dureza y dignidad de la vida de estas gentes sencillas.


La obra del pintor, escultor y fotógrafo William Christenberry, nacido en 1936, es un constante viaje de retorno a los escenarios de su infancia en Alabama. Sus fotografías rehúyen la inclusión de figuras humanas y se centran en elementos naturales y arquitectónicos, pero los enclaves vacíos de su tierra natal que este artista retrata incansablemente nos remiten con gran intensidad a los hombres y mujeres que deambulan por ellos en cuanto el objetivo de Christenberry apunta en otra dirección. Esta fotografía titulada Coche y casa fue tomada cerca de Akron, Alabama, en 1978, y es la primera de una serie de imágenes en las que su autor levanta testimonio de las transformaciones, añadidos, deterioros y final abandono de un edificio. En definitiva: un retrato del paso del tiempo. En este paisaje aparentemente inanimado la presencia humana es muy fuerte y se materializa a través de la ropa tendida, el coche viejo pero aún en uso, la puerta abierta que invita a entrar en el entorno familiar. A pesar del colorido intenso y saturado, esta casa que se alza sola en medio del paisaje transmite al que la contempla una enorme sensación de tristeza. Y qué decir de cuando se contempla junto a sus compañeras de serie, esas otras fotos tomadas años después que nos presentan al vehículo sin ruedas, el tejado hundido, la vegetación tomando posesión definitiva del hogar abandonado.


Hablar del fotógrafo estadounidense Todd Hido (nacido en 1968) es hablar del mundo visto a través de filtros que lo difuminan y llenan de misterio: cristales empañados, niebla, oscuridad. Las imágenes de este artista se mueven en el estricto campo de lo cotidiano y, sin embargo, transmiten una profunda carga de misterio y poesía. Sus casas solitarias, sus paisajes rurales, sus habitaciones vacías de hotel, se nos antojan llenas de resonancias sobre cuyo significado se nos invita a elucubrar. Son muy atractivas sus fotografías realizadas a través del parabrisas mojado de un coche. A ese grupo pertenece la que encabeza estas líneas, titulada Lluvia, traspasada por un intenso aliento romántico; de hecho, es evidente su conexión con los paisajes con figuras solitarias del pintor decimonónico alemán Carpar David Friedrich: el personaje solo frente a la infinitud de la naturaleza, la línea del horizonte baja que permite que el mar y su hermano gemelo el cielo lo ocupen todo, en una representación simbólica de la eternidad. Pero lo que en Friedrich era precisión y líneas delimitadas se convierte en Hido en suavidad y contornos que se pierden gracias a ese parabrisas cubierto de gotas de lluvia que nos separa doblemente de la escena. Frente a las imágenes que nos invitan a integrarnos en el paisaje, esta imagen nos recuerda definitivamente nuestra condición de espectadores: estamos fuera de la fotografía y al otro lado del cristal. No miramos el paisaje; contemplamos a la mujer que contempla el mar. Un último detalle: qué maravillosa elección de colores, el amarillo del vestido y el pelo de la modelo, sobre el telón de fondo azul.
 

El pasado domingo visité una exposición de fotógrafos de la agencia Magnum entre los que se encontraba el para mí hasta entonces desconocido Werner Bischof (1916-1954). Este fotógrafo suizo recorrió el mundo dejando constancia de la guerra, el hambre y la pobreza, pero también de la belleza de los paisajes y las gentes situados frente a su objetivo. Su muerte en un accidente de jeep en los Andes peruanos nos privó prematuramente de un fotógrafo de técnica y sensibilidad extraordinarias. He repasado su obra en la red y me ha costado elegir una sola imagen para traerla a esta sección: este hombre tenía el don de aunar rigor y emoción, poder testimonial y capacidad para sublimar la crudeza de la vida. Me he quedado finalmente con el poder de sugerencia de esta fotografía que responde al sencillo título de Finlandia y que fue tomada en 1948.  El halo de antigüedad contribuye a aumentar el carácter casi irreal de la escena. Las figuras de los renos perdiéndose en la distancia, el perfil humano que asoma apenas entre la riada de animales, los dibujos de las cornamentas recortadas en la niebla, a juego con las ramas desnudas de los árboles: casi nos parece oír el ruido de las pisadas sobre la nieve, captar en la cara el frío cortante de esta naturaleza hermosa y despojada.

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