OTRO MILAGRO DE LA PRIMAVERA

Corre la primavera de 1912. En uno de sus paseos por Soria, don Antonio Machado contempla una imagen que le llama la atención y a la que él sabe dotar de extraordinaria trascendencia, como sólo son capaces de hacerlo los elegidos de las musas. Se trata de un árbol seco y aparentemente destinado al hacha de un leñador, pero que, en un alarde de apego a la vida y de celebración de la naciente primavera, todavía es capaz de producir un puñado de hojas verdes. La contemplación del viejo coloso que se resiste a morir remueve algo muy profundo en el interior del poeta y da origen a una de sus composiciones más celebradas, la titulada A un olmo seco. Los tres versos finales se encuentran entre los más gloriosos de nuestras letras. Tras describir el profundo contraste entre la decadencia general del árbol y sus pequeños síntomas de renovación, el poeta evoca a su esposa enferma, la jovencísima Leonor, aquejada de tuberculosis, y dice con estremecedora concisión:

Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Este paralelismo entre el mundo natural y el universo privado del artista es de los hallazgos para mí más trascendentales que irrumpen en la literatura y en las artes plásticas de la mano del Romanticismo. Me refiero, por supuesto, al Romanticismo con mayúscula, y no a esa burda banalización, tan presente en las conversaciones cotidianas y en los medios de comunicación, empeñados en asociar el adjetivo “romántico” a fiestas de San Valentín, a campañas publicitarias de grandes almacenes y a novios y esposos que recuerdan puntual y sumisamente las fechas de los aniversarios. Los dioses supremos del Romanticismo con mayúscula –Byron, Caspar David Friedrich, Emily Brontë- se revolverían en sus tumbas si supieran que una denominación tan grande se aplica a un ámbito convencional, mediocre, carente por completo de la locura y la pasión que el término implicaba en sus orígenes. Si estuviera en mi mano, yo solicitaría la inmediata invención de un adjetivo distinto para calificar a los novios que regalan flores o conciertan citas en restaurantes con violinista. Pero me estoy alejando del tema.

Otros versos muy queridos para mí y que también vinculan el mundo vegetal al de los sentimientos los escribió la gran Rosalía de Castro en su libro Follas novas, en la parte titulada As viudas d'os vivos e as viudas d'os mortos. Recuerdo perfectamente la primera vez que los oí –que no leí-: los recitó una profesora de Literatura de la facultad; la profesora en cuestión era paisana de Rosalía, y lo hizo precisamente en su lengua gallega original. No paré hasta encontrarlos. Incluyo a continuación la versión castellana, que funciona con idéntica fuerza que el original gallego. Se trata de la escueta y sobrecogedora declaración de una mujer que ha perdido al hombre al que ama en circunstancias que no se precisan; sólo llegamos a conocer, con inigualable intensidad, el desolador propósito de la mujer de no sobreponerse a su ausencia:

No cuidaré ya los rosales
que tengo suyos, ni los palomos;
que sequen, como yo me seco,
que mueran, como yo me muero.

Toda esta reflexión sobre poetas y mundo natural viene al caso en relación con un pequeño prodigio sucedido recientemente en mi terraza. Los aficionados a las plantas me comprenderán si les hablo de la zozobra que se experimenta ante la pérdida de un ejemplar al que se ha estado dedicando cuidados durante un tiempo. Dicha zozobra es mayor si el desafortunado hecho se produce como consecuencia de un error o una negligencia. En el caso que me ocupa, la planta afectada era una parra preciosa que ya había empezado a trepar por las paredes cuando una imprudencia mía que prefiero no detallar pareció haberla echado a perder irremisiblemente. En un acto de fe, decidí podarla al máximo y conservar unas enclenques ramitas, que durante un tiempo he regado religiosamente, por si se producía, como decía el gran poeta, otro milagro de la primavera. Se ha producido. De una de las ramas en apariencia muertas han empezado a brotar unas hojitas verdes que crecen con decisión inquebrantable. Contemplarlas me produce un sentimiento de esperanza difícil de describir. Será este pequeño milagro vegetal el anticipo de una primavera que nos regenerará a todos, después del largo invierno en el que vivimos inmersos.

Comentarios

  1. Preciosa entrada Beatriz, me gustan mucho las plantas y cada primavera vuelve a sorprenderme el milagro y a emocionarme como si fuera la primera vez el brote de las yemas y las hojas.

    Por cierto ¿la profesora a la que te refieres es
    Marina Mayoral? Yo tuve la suerte de escuchar de ella esos versos.
    Un abrazo
    Guillermina

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    1. Pues sí, Guillermina, en efecto: se trata de Marina Mayoral. Es curiosa la facilidad con que recoges todos los cabos que lanzo desde este espacio. Di clase con ella creo que en segundo curso de carrera; lo que sí recuerdo con precisión es que con cierta frecuencia interrumpía sus explicaciones para recitar unos versos o un pasaje que le gustaran especialmente. Algunos me impactaron mucho y me apresté a apuntarlos en un margen de mis apuntes para buscarlos después. Fue el caso de este poema de Rosalía. Recuerdo que hubo una ocasión en que recitó unos versos de un autor del siglo XVIII que no he conseguido encontrar, ni siquiera buscando por la red. Pero esa es otra historia, que tal vez tenga su propia entrada.

      Gracias por tu apoyo constante. Un abrazo.

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  2. Recuerdo un día que nos contaste que estabas plantando flores en tu terraza. Al llegar a casa ibas a continuar. Me sorprendió y nos explicaste tu gusto por las plantas. Me alegro muchísimo de que tu parra virgen se haya rehabilitado y me ha hecho pensar: ando yo excesivamente preocupada por la situación general que estamos sufriendo en nuestro país, me acongoja ver a la gente pidiendo, me sonroja y avergüenza el nivel de corrupción que nos rodea; ¿será posible que tu parra nos augure un futuro más justo? Qué tristes los versos. L

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    1. Sí, son unos versos tristísimos, pero también es maravillosa la capacidad humana de crear belleza a partir del dolor inevitable. En cuanto a la interpretación de esta inesperada vuelta a la vida de mi parra como el augurio de un futuro más justo... aunque soy una total descreída para las cuestiones trascendentes, con frecuencia siento que el mundo nos manda señales que debemos descifrar. Quiero creer que este triunfo de la vida tiene algo que ver con el final del malestar que nos azota. Y con que de este temporal saldremos más fuertes, más sabios, conocedores de lo que realmente importa. No en vano, mi experiencia me dice que las plantas que renacen tras una situación calamitosa se vuelven indestructibles.

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  3. Beatriz, comparto tu esperanza en la primavera y sus milagros… Es verdad que nos indigna asistir a situaciones duras, incómodas, injustas, pero también nos sorprenden las muestras de humanidad y sensibilidad social que esta crisis descubre en nuestro entorno. Hace pocos días me emocionó saber que una persona cercana a mí –con su trabajo, problemas, familia que atender- dedica parte de su tiempo libre a echar una mano en esos comedores sociales que han aflorado últimamente. Me admiró su discreción y capacidad de contribuir a aligerar penas ajenas...
    Me contó que algunos padres trajeados frecuentan con sus hijos pequeños esos lugares. Allí los niños encuentran una “fiesta” de vasos y globos de colores que, seguramente, les ayuda a vivir mejor una situación tan lamentable…
    Cuento con que la “primavera” de tu parra llegue también a todas estas personas que alivian sufrimientos, que llevan con dignidad circunstancias penosas. Y prefiero que sigamos “apegados a la vida”, cuidando rosales y palomos, para que no se sequen…
    Un abrazo.
    Choni.

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    1. Tu comentario me parece tan bonito, Choni, que creo que se merecería una entrada nueva como respuesta. Me limitaré a darte la razón: son emocionantes las muestras de solidaridad, los comportamientos generosos que están aflorando en estos tiempos difíciles, como contrapartida frente a los abusos, la injusticia y el afán de rapiña de algunos. Es como si el ser humano no se cansara de dar lo mejor y lo peor de sí mismo simultáneamente. Y sí, tienes razón: lo único que nos queda a los que no tenemos gran capacidad de influencia es seguir cuidando de esos palomos y rosales que la mujer del poema de Rosalía dejaba morir y secar, en un gesto de rendición. Una flor que se abre, un niño que sonríe, un anciano que se olvida por un instante de su malestar, son tal vez lo máximo que está en nuestra mano conseguir. No dejemos que también eso nos falte.

      Gracias por darle tanta vida a este blog con tus visitas y tus palabras. Un abrazo.

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