LECTURAS DE ENERO (2025)

Una pareja viaja en un tren antiguo a través de un paisaje invernal. Al otro lado de la ventanilla desfilan llanuras heladas y tupidos bosques de abetos. Va cayendo la tarde. La conversación entre el hombre y la mujer deja traslucir el objetivo de su viaje: van en busca de un bebé al que han adoptado, en un país extranjero que no se precisa pero que el lector identifica de inmediato. Pero hay algo más que pesa sobre este matrimonio que se comunica con dificultad; un lastre, una pena insoslayable que pende sobre sus cabezas y enturbia lo que debería ser un viaje lleno de ilusión. Cuando la noche se ha impuesto de forma definitiva, el tren hace una parada y comprenden que han llegado a su destino. Están una estación desierta, cubierta de nieve. En la oscuridad y el silencio total, una luz inesperada los sirve de guía: la de un taxi que, sorprendentemente, permanece a la espera de viajeros en un lugar perdido al que no parece llegar nunca nadie. Este es el absorbente planteamiento de Lo que pasa de noche, del novelista estadounidense Peter Cameron. El periplo de los dos protagonistas al encuentro del hijo que necesitan para dar sentido a sus vidas se convierte a partir de ahí en una experiencia perturbadora. Elemento fundamental es el principal escenario de la historia, un hotel enorme y en decadencia, rastro de tiempos mejores. Por sus múltiples salones, a través de sus pasillos y cortinajes, bajo sus barrocas decoraciones, desfila una serie de personajes singulares que establecen contacto con los futuros padres para poner en cuestión certezas que parecían inamovibles y enfrentarlos con el más absoluto desconcierto. Peter Cameron crea con estos hilos una trama sorprendente, llena de giros que se apartan de lo esperable; los diálogos sucesivos entre el marido y los huéspedes del hotel tienen con frecuencia ese tono a medio camino entre el humor y la angustia tan propio del teatro del absurdo. Toda novela es en cierta medida un viaje: el que realizan los protagonistas como consecuencia de una búsqueda o de una huida y el que realiza el lector, que se introduce en un mundo ajeno. De la mano de Peter Cameron, experto en zambullirse en las profundidades, nos adentramos en la más absoluta oscuridad, en los paisajes invernales y los edificios decadentes que son a la vez el escenario donde se desenvuelven los protagonistas y el reflejo de su alma.

No es fácil reseñar un libro como Carnicero, la última novela de Joyce Carol Oates. Diré, en primer lugar, lo que se deduce fácilmente del título: se trata de una historia terrible, no apta para todos los paladares y que sin duda disuadirá a ciertos lectores a los que me resisto a llamar «sensibles» (me considero una persona con una sensibilidad alta y, sin embargo, me he devorado esta trama turbia e impactante, narrada sin concesiones, con una mirada implacable). Lo dejaré en que las personas especialmente impresionables ante los temas médicos y quirúrgicos pasarán sin duda un mal rato leyendo las andanzas de Silas Aloysius Weir, un personaje ambivalente, apodado por sus pacientes Carnicero Manos Rojas y, al mismo tiempo, considerado «padre de la ginopsiquiatría» por sus avances en la cura de enfermedades femeninas en la segunda mitad del siglo XIX. Los hechos relatados tienen una importante base real. Oates mezcla varias figuras históricas para crear a su protagonista, un tipo anodino abocado a una vida gris como médico de pacientes humildes, pero que llega a convertirse en director del Manicomio Estatal de Lunáticas de Trenton y adquiere relevancia curando a sus pacientes de dolencias ignoradas por la medicina de su época. El secreto que se oculta tras esa brillante trayectoria es un ala del hospital en la que Weir realiza terribles experimentos, asistido por dos mujeres que, por su condición de siervas, no pueden desvincularse ni desobedecer. Es el hijo mayor de este Carnicero quien reúne los materiales que conforman el libro, a base de testimonios de distintos personajes, pero, sobre todo, de textos extraídos de las memorias de su padre. Y esta es la gran audacia y el mayor acierto, en mi opinión, de la novela: los hechos nos llegan a través de un narrador que se vanagloria de sus actos, que se justifica o bien oculta parte de la verdad. Este narrador no fiable aporta riqueza a la historia y evita que la novela se convierta en una sucesión de horrores, en una simplista confrontación entre el más abyecto de los villanos y una pléyade de pobres mujeres víctimas de un doble yugo, el derivado de su sexo y el de su desventaja social, por su condición de enfermas mentales o de siervas. Una autora menos valiente habría creado la enésima fábula sobre las féminas subyugadas que se hermanan para hacer frente al macho opresor. Joyce Carol Oates se la juega y pone en pie una historia llena de claroscuros y ambigüedades; en el culmen de la ambivalencia se sitúa la relación entre el doctor Weir y una de sus pacientes, una jovencísima mujer albina a la que salva de una afección incapacitante, pero a la que convierte en colaboradora de sus salvajes experimentos. Oates no es una escritora cualquiera: sabe que la realidad está llena de matices y es capaz de aprisionarlos en una historia como esta, que sin duda provocará el rechazo de muchos lectores. Qué fácil habría sido proceder de una manera más complaciente; qué decisión más osada la suya. Toda mi admiración.  

Una mujer embarazada se somete a una ecografía que desvela algo terrible, una posible enfermedad renal del feto incompatible con la vida. Sobrecogida por la noticia, la mujer inicia un peregrinaje de especialista en especialista acuciada por una doble necesidad: la de contrastar el diagnóstico y la de tomar una decisión en caso de que este sea acertado. La acción tiene lugar en Rusia en 2012. La mujer no es un personaje inventado, sino la propia autora, Anna Starobinets, periodista, escritora especializada en ciencia ficción y creadora de intensos relatos cortos que le hicieron ganar en la prensa el sobrenombre de La reina del terror. En esta ocasión, la historia de terror que relata es absolutamente real y sacada de su propia experiencia. Con un estilo conciso y lleno de carga expresiva —ni una palabra de más, pero tampoco ninguna de menos—, Starobinets nos conduce a las interioridades de un sistema de salud frío e inflexible, carente de humanidad, construido de espaldas a las necesidades de las mujeres. Tienes que mirar es uno de los libros más impactantes que he leído en mi vida, durísimo y a la vez necesario. La frase que le da título, que responde a una circunstancia de la trama que no desvelaré, recoge el espíritu valiente de la autora. Es necesario poner en palabras los problemas soterrados, es necesario sacar a la luz las realidades incómodas, es necesario mirar a la verdad de frente. Y creedme: la experiencia de acompañar a Starobinets en este ejercicio de sinceridad y crudeza compensa con creces. El desenlace es absolutamente conmovedor y luminoso. En definitiva, tenemos que mirar.

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