GALÁN FANTASMA

Las redes sociales son una fuente inagotable de conocimiento de tipos humanos variados y pintorescos. Como la vida, supongo, pero con el añadido inquietante del grado de ocultación e impunidad que otorgan los medios virtuales. En esa red intangible de manifestaciones públicas, relaciones más aparentes que sustanciosas y duelos de popularidad, todos podemos permitirnos el lujo de fingir que somos lo que no somos en realidad. Una gigantesca mascarada, un carnaval en el que los deseos de aparentar, la mentira y las intenciones más perversas tienen cabida. 

Entre todos los tipos humanos que he conocido a través de las escasas redes que frecuento sin demasiado empeño (el presumido, el ególatra, el destructivo, el políticamente incorrecto, el concienciado, el que rebosa amor a la humanidad, el que busca la aprobación de todos, todas y todes), me detendré hoy en uno al que, con permiso del gran Calderón de la Barca, denominaré «galán fantasma». Me he encontrado con él o con ellos ―ignoro si se trata de una sola persona que adopta identidades distintas― desde que abrí mi perfil de Facebook hace ya más de una década. Suele manifestarse por medio de un comentario que nada tiene que ver con la publicación en la que se deja. Este individuo que irrumpe en mi muro y, por ello, en mi pequeño mundo de literatura, arte y fotografía, se expresa en un castellano macarrónico, que denota un vago e inidentificable origen. Supongo que pretende ser exótico; a mí me produce unos irrefrenables deseos de contestarle corrigiendo sus defectos de redacción. Deformación profesional de maestra de letras. El mensaje que este tipo (o tipos) deja en mi muro va siempre en la misma línea: pide disculpas educadamente por abordarme, encomia la calidad de mis publicaciones y, de paso, la belleza de quien las realiza, afirma haber intentado enviarme una solicitud de amistad que, por alguna razón que no explicita, siempre falla. Me pide finalmente que nos conozcamos mejor. 

La primera vez que, sorprendida, abrí el perfil de quien en tan sorprendentes términos se dirigía a mí, me encontré con una escueta galería compuesta por varias imágenes en las que un cincuentón de buen ver posaba en diversas actitudes: a bordo de un barco, sentado a la mesa en un coqueto restaurante, acompañado por un niño o una mascota a los que envolvía en un caluroso abrazo. Este tipo con aspecto de actor que conserva la apostura de sus años mozos poseía, según constaba en su información personal, una serie de atributos que ―supongo― deberían haberlo hecho atractivo a mis ojos. Tenía nacionalidad francesa, habitaba una ciudad no muy conocida de hermoso y sonoro nombre, era profesional liberal y, en el colmo de la fortuna, viudo y disponible. Hasta aquí, mi contacto inicial con el primero de mis galanes fantasma. 

Desde aquel lejano día, mis perfiles en Facebook e Instagram han sido testigos de un desfile de personajes de similar carácter. Su condición de fantasmas consiste, en primer lugar, en su declarado carácter ilusorio: son bien parecidos, llevan ropa cara, habitan en puntos distantes del mundo. Son esforzados profesionales que lo mismo se fotografían ataviados con la bata médica, en compañía de un pequeño paciente que los mira con la gratitud de quien ha sido salvado de las garras de la muerte, que vestidos con viriles uniformes de camuflaje sobre un fondo desértico que nos habla de peligrosas misiones humanitarias. Tienen sonrisas que son el sueño de un odontólogo. Sacan pecho frente al objetivo y presumen de sienes plateadas. Son auténticos fantasmas, en el sentido completo de la palabra. 

Me pregunto quién o quiénes estarán detrás de esta red de falsos solicitantes de amistad y qué pretenden haciéndonos llegar sus mensajes a innumerables mujeres a las que indudablemente se nos toma por incautas. Como los bloqueo de forma automática, lo que podría suceder en caso de aceptar un intercambio con ellos queda en el terreno de la hipótesis. Lo que de verdad me tortura es qué imagen puedo haber dado a los célebres y omnipotentes algoritmos de Facebook para que alguien o algo piense que se me puede abordar con éxito por semejantes medios. ¿Varón de mediana edad, desahogada posición económica, buen palmito, éxito profesional, seguridad y aplomo que rozan la estulticia…? Por favor. Me quedo con el galán fantasma de Calderón.

Comentarios

  1. Me too!, tomando el aperitivo con una amiga que viene de muy lejos nos has arrancado una sonrisa.

    ResponderEliminar
  2. Está claro que somos legión las solicitadas por estos fantasmas cibernéticos. Me alegra que os haya resultado divertida mi visión sobre el tema. Gracias por hacérmelo saber.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario