LECTURAS DEL PASADO VERANO (2018)

Laura Restrepo construye esta novela sobre un terrible punto de partida, el que le brinda la noticia de un crimen que ha conmocionado recientemente a la sociedad colombiana. El hecho de que una sociedad acostumbrada a la violencia se estremezca frente a un asesinato nos dice mucho sobre la brutalidad de éste y sobre el carácter especialmente conmovedor de la víctima, una niña humilde y de corta edad que murió de forma brutal a manos de un individuo perteneciente a las clases privilegiadas. Se trata de un planteamiento escabroso y que podría haber derivado con facilidad hacia el morbo y lo malsano, pero la autora da un quiebro y elige un punto de vista original, el de un amigo del asesino que, más que centrarse en el crimen, se dedica a evocar su caldo de cultivo: la relación de un grupo de colegas de buena familia, compañeros de colegio primero y de correrías más adelante. Ellos son esos “divinos” a los que alude el título: privilegiados, despóticos, frívolos, competitivos, dominantes con las mujeres. Y entre ellos, se erige la aterradora figura del Muñeco, a medias triunfador y a medias psicópata, enfermo de su propio encanto e incapaz de percibir otro interés u otra pulsión que la de su propio ego. Él es el autor del crimen inconcebible y el motivo de reflexión y zozobra del narrador, eterno testigo de los actos reprobables de un grupo de jóvenes que encarna el profundo desprecio de los poderosos hacia aquellos a los que la vida ha colocado en una situación de inferioridad.

Que nadie duerma es la traducción al castellano de Nessun dorma, título de la estremecedora aria para tenor del tercer acto de Turandot, de Giacomo Puccini. No soy una entendida en ópera, pero hay algo en las notas de esta composición que me conmueve de una forma que no puedo explicar. Lo mismo le sucede a Lucía, la protagonista de esta novela de Millás de título operístico: un día, en un momento personal especialmente bajo, oye esta aria a través de la rejilla de ventilación de su baño y se siente impelida a transformarse por completo: nueva apariencia, nueva actividad profesional y un amor irrefrenable hacia el vecino cuya casa es el foco de tan melódica intromisión. Este es el estrambótico planteamiento de Que nadie duerma, novela en la que Millás da rienda suelta a su imaginación –habitualmente bastante libre— sin ningún tipo de cortapisa ni autocrítica. La singular personalidad de su protagonista, su peculiar relación con los pájaros, su confianza irracional en que volverá a encontrarse con su amado y su loco periplo al volante de un taxi al que se van subiendo los más chocantes viajeros son un constante foco de sorpresa para el lector. Una novela que desconcierta, que va y viene con un curso diletante y cuya resolución resulta imprevisible.

En 1864, dos décadas después de que Poe creara a su genial Auguste Dupin en Los crímenes de la calle Morgue y abriera con ello camino al relato detectivesco, el novelista británico William Stephens Hayward escribió La condesa misteriosa, primera ocasión en que una mujer se enfrenta a la resolución de un caso policial. La trama es ingenua de puro sencilla, pero marca un antes y un después que yo concretaría en un momento memorable de la trama: aquel en que la protagonista, a punto de meterse en un pasadizo subterráneo para seguir a una sospechosa, se quita el pequeño miriñaque que lleva bajo la falda para tener más libertad de movimientos. Me parece un simbólico punto de partida para las investigadoras que irrumpirán en breve en el imaginario de la Inglaterra victoriana, dispuestas a arremangarse las enaguas una y otra vez para perseguir a delincuentes. Ocupan así un espacio reservado hasta entonces a sus compañeros masculinos, sin por ello desdeñar las armas propias de su tradicional rol femenino, que las hace inofensivas en apariencia y, por ello, sumamente eficaces en el arte de interrogar, o que les posibilita entrar como criadas para investigar a sus anchas en las casas de los sospechosos. Once de estas resueltas mujeres protagonizan las historias que forman la antología Detectives victorianas, realizada por Michael Sims y publicada por la editorial Siruela. Textos curiosos, difíciles de encontrar por otras vías, con el sabor del relato policial de toda la vida, pero la singularidad que les aporta la perspectiva femenina.

La acabadora es el curioso título de la primera novela de la autora italiana Michela Murgia. No desvelaré aquí su sentido, porque creo que parte de la capacidad de sugerencia de esta obra radica en adentrarse en su lectura sin ideas preconcebidas e ir avanzando a oscuras por los primeros capítulos, atisbando poco a poco la realidad a la que el título se refiere. Dicha realidad está anclada en la Cerdeña natal de la autora, en un ambiente rural de los años cincuenta traspasado por la superstición y las costumbres ancestrales. Una de dichas costumbres es la que convierte a Maria, la protagonista, en “fill’e anima” (“hija del alma”) de la anciana Bonaria: con esa denominación se hace referencia a los hijos cedidos por sus familias a una persona ajena que los mantiene y los educa, sin que por ello los niños pierdan del todo el vínculo con sus familias biológicas. Esta especie de madre suplente, Bonaria Urrai, es un personaje lleno de grandeza y misterio, capaz de otorgar un lugar en el mundo a una pobre niña que siempre se ha sentido de más, pero a la vez marcada por un enigma que envuelve sus misteriosas salidas nocturnas y cuyo significado irán descubriendo simultáneamente protagonista y lector, en un proceso que les obliga a enfrentarse a uno de los grandes problemas de la existencia humana.

«…la mayoría de los rostros que aparecían en mis fotos pertenecían a personas fallecidas; las empresas que habían fabricado los escasos objetos que aún me importaban debían de haber echado el cierre hacía mucho tiempo; y, en cuanto a la vieja llave de la que nunca me había separado, no tenía ninguna puerta que abrir desde hacía siglos». Este es el desolador testimonio de una de las dos voces que narran La intrusa, la breve, intensa y hermosísima novela del autor francés Éric Faye que ha venido a parar a mis manos a través de la recomendación de un esforzado bloguero (gracias una vez más, Rubén Castillo, por tus agudas reseñas). Partiendo de una sorprendente noticia aparecida en la prensa japonesa –un hombre que vive solo descubre que hay alguien más habitando su casa—y en apenas cien páginas, Faye crea una historia sorprendente e inolvidable. Lo que en principio parece un relato de intriga deriva pronto hacia terrenos más profundos: a partir de este encuentro de dos almas a la deriva (el propietario del piso y la intrusa), el escritor ahonda en terrenos sensibles que nos afectan a todos y elabora una conmovedora reflexión sobre la soledad y la pérdida. Se trata, sin duda, de una de las obras más bellas y emotivas que he leído en los últimos tiempos.

La más célebre velada de la historia de la literatura da pie a este arriesgado juego de espejos sobre el oficio de narrar. Me refiero, como más de uno sospechará, a la que reunió en una villa a las orillas del lago de Ginebra a Percy  y Mary Shelley, a lord Byron y al médico de este último, Polidori, en el curso de la cual se gestó la creación de Frankenstein. Partiendo de esta archiconocida anécdota, Carrère crea distintos hilos que se entrecruzan para formar la trama de esta novela compleja y enigmática: Polidori ofreciendo a Mary Shelley la historia del muerto que es traído de nuevo a la vida, dado que su mediocridad como escritor le impide narrarla él mismo; Mary peleando con esa idea formidable, que tantas resonancias de su propia vida le despierta, y sin terminar de encontrar el hilo narrativo adecuado; un personaje de la posteridad (casualmente llamado Robert Walton, como el primero de los narradores de Frankenstein) que decide reescribir la historia con una visión más moderna; una joven autora de novelas rosas que, sin pretenderlo, recrea en uno de sus libros el triángulo Mary-Byron-Shelley y que, a su vez, se ve inmersa en una inquietante trama de muertos vueltos a la vida... Narradores que cuentan y que cuentan que otros cuentan, en un mareante ―y con frecuencia rayano en el delirio― juego de muñecas rusas. Creo haberlo afirmado aquí alguna vez: Carrère no se parece a otros escritores, pero a veces ni siquiera se parece a Carrère.

Al despertarse una mañana, una mujer descubre en su jardín un haya que no estaba allí el día anterior y de cuya misteriosa aparición nadie sabe darle cuenta. Este es el original planteamiento de Que se levanten los muertos, trama policiaca de Fred Vargas protagonizada por los “tres evangelistas”. Ellos son Mathias, Marc y Lucien, jóvenes historiadores enfrentados por sus preferencias temporales (la Prehistoria, la Edad Media y la Gran Guerra, respectivamente) y unidos por las estrecheces económicas, que les llevan a vivir juntos en un decadente caserón. Con ellos viene a instalarse Vandoosler, excéntrico personaje, expolicía y padrino de Marc. Cuando una vecina desaparece sin dejar rastro, este peculiar cuarteto se erige en equipo de investigación y se adentra en una trama de mentiras, rencores y venganzas que hunde sus raíces en un pasado mucho más reciente que el que está acostumbrado a recorrer el trío de estudiosos. Cada uno de ellos pondrá sus peculiares armas al servicio de la causa común: descubrir el vínculo que une varias muertes con la inesperada decisión de un haya de venir a instalarse por su cuenta en un jardín.

Un adolescente gana en un programa televisivo el más increíble de los premios: pasar una velada con una estrella del porno. Con esto no desvelo de la trama de esta novela de Pedro Mairal nada que no esté en el mismo título: Una noche con Sabrina Love. El problema es que nuestro protagonista vive en una localidad distante de Buenos Aires y, para acceder a la capital, debe recorrer un territorio anegado por el desbordamiento de un río: preciosa imagen de lo inalcanzable de la meta hacia la que se encamina y del carácter arriesgado de ese trayecto que es un auténtico viaje de iniciación. Novela de aprendizaje en el sentido más estricto de la expresión, Una noche con Sabrina Love centra más de la mitad de su trama en el azaroso viaje del joven Daniel, en las dificultades que deberá superar para atravesar una región inundada y sin las infraestructuras básicas. Los tipos humanos con los que se cruza en su viaje (pícaros que se aprovechan de la situación, personas bienintencionadas que le brindan su ayuda, gente sin escrúpulos que le roba o maltrata, dementes que le hacen partícipe de su desequilibrio personal) son una radiografía de un país inestable y convulso. Todos ellos contribuirán a modificar la visión del mundo del protagonista, quien, como el lector sospecha desde el principio, encuentre o no al final de su viaje a la explosiva Sabrina Love, nunca volverá a ser el mismo.

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