LOS CUADROS DE NOVIEMBRE (2016)
El
pintor francés Jean-Louis-Ernest Meissonier (1815-1891) supo acercarse con
vigor y solemnidad a los grandes acontecimientos de la historia reciente de su
país, pero también demostró una sensibilidad especial para fijarse en seres
anónimos y elevarlos a la condición de protagonistas. Los personajes que
pueblan su pintura lo mismo son Napoleón y sus generales que unos parroquianos
que juegan a las cartas o, como en el cuadro que traigo hoy a esta sección,
unos humildes actores. Cómicos ambulantes
es el título de esta obra en la que, como suele suceder siempre que el elemento
humano es lo primordial, un fondo neutro hace que las figuras alcancen un
especial relieve. El muro y el suelo de tonos dorados son el delicado marco que
envuelve a los dos modelos, plasmados con detalle y exquisitez. Con gran
sabiduría, Meissonier elige un momento de intimidad de los personajes, a los
que sorprende en pleno reposo en el caso del hombre y en un profundo
ensimismamiento en el de la mujer. Los atributos que los identifican como
actores, las vestimentas de personajes de la Commedia dell’arte y el instrumento musical, contrastan con la
profunda impresión de melancolía que se desprende de ellos. Es una imagen muy
conmovedora: estos cómicos que hacen reír en calles y plazas, que viven
rodeados de la expectación y el griterío, aparecen plasmados en soledad, con
sus herramientas de trabajo como única posesión y el duro suelo como refugio.
Bajo
el título genérico de Retrato de mujer
se agrupan numerosas obras en las que el artista francés contemporáneo Richard
Burlet demuestra que tiene bien aprendida la lección de Klimt y de los grandes
maestros del Art Nouveau. Estos retratos femeninos a medio camino entre lo
figurativo y la abstracción, entre el realismo y lo decorativo, presentan a las
modelos inmersas en un hermoso mosaico en el que sus vestimentas se insertan
como una pieza más; un simple perfil, un rostro en escorzo, es lo que queda de
estos seres humanos que se funden con un mundo artificioso y colorido, de
exquisito diseño. Pero las modelos inquietantes e incluso malignas del gran
Klimt son sustituidas aquí por figuras de las que se desprende una indudable
melancolía. Contribuye no poco a ello la elección del color: frente a los fastuosos
dorados del maestro austriaco, Burlet se mueve con frecuencia en el territorio
delicado y evocador del azul. El resultado, retratos femeninos frágiles y
elegantes, llenos de sugerencias, como el de esta dama que emerge de un entorno
azulado pero que nos esconde su mirada y con ello la auténtica dimensión de sus
pensamientos.
Este
paisaje de líneas estilizadas y expresivas está firmado por el artista
británico John Nash (1893-1977) y responde al título El foso, Grange Farm, Kimble. No sé si
la palabra “foso” posee en inglés las mismas oscuras resonancias que en
castellano; en cualquier caso, me parece un título adecuado para esta
misteriosa visión del mundo natural, en la que los elementos vegetales parecen
animados por pulsiones humanas. A mí este paisaje me atrae por la serenidad de
su colorido verde-azulado y me inquieta por el diseño de sus formas. Las ramas
retorcidas y desnudas de hojas que se inclinan sobre el agua semejan brazos que
se tienden hacia otras semejantes, en un vano intento por encontrar un asidero,
por cambiar de orilla y mudar su posición en el mundo. La franja de agua quieta
que divide el lienzo en dos es una frontera fría e intransitable, un espejo que
contempla impertérrito los rostros vegetales que se inclinan sobre él, los esfuerzos
de las extremidades de madera que se buscan y tan solo consiguen rozarse.
Ayer se hizo de noche sin que me diera cuenta; de
repente miré por la ventana y me encontré con la oscuridad salpicada por las
luces de farolas y letreros luminosos. Fue automático: me vino a la cabeza el
hermoso claroscuro que preside el cuadro Noche
en el Louvre, del pintor polaco Alexander Gyerimski (1850-1901). Esta
imagen a la vez dinámica y silenciosa, mundana y melancólica, me atrajo
profundamente desde que la vi por primera vez. La impresión de dinamismo viene
dada sobre todo por la composición, esa vía en diagonal por la que circulan los
transeúntes. Colocados en una esquina de la calle, nos convertimos en testigos
de excepción del tránsito de viandantes que, la mayoría en solitario, siguen la
senda de luz creada por las farolas. Yo diría incluso que podemos sentir, en el
silencio de la noche, el eco de las pisadas chocando contra las inmortales
piedras. Gyerimski sentía especial interés por la plasmación de la belleza
arquitéctonica y su contraste con la vida que se desarrolla a su alrededor. La
grandiosa columnata se eleva hasta perderse en la más profunda oscuridad
mientras las figuras humanas, pequeñas por contraste, se sustituyen unas a
otras en su papel de figurantes: la noche y el arte inmutables frente al mundo
en constante cambio de las modestas criaturas humanas.
Comentarios
Publicar un comentario