LIBROS QUE TIRÓ EL AZAR

No era esta la entrada que me disponía a escribir, pero a veces el camino que nos conduce hasta el ordenador está lleno de azares y de sugerencias, de hermosas casualidades, de señales en las que atisbamos un significado. De libros caídos al suelo por azar.

Desde hace un par de semanas tengo una nueva inquilina en casa: una gata que está en proceso de adaptación a su compañero felino, que se instaló hace dos años conmigo y que se creía hasta ahora ―me temo― el único individuo de su especie. Dicho proceso está sembrado de obstáculos y es rico en matices y variaciones; daría materia para más de una entrada en este blog. Es un complejo juego de tira y afloja, de marcar y ceder territorio, que se materializa con frecuencia en un amplio repertorio de bufidos por parte de ella y de carreras frenéticas por parte de él. Algunas veces, se persiguen de habitación en habitación hasta que ella, que es bastante más menuda, se cuela en un rincón en el cual él no puede entrar, con frecuencia debajo de un mueble. Hace unos minutos, sin embargo, ha encontrado un nuevo refugio en el estante más bajo de mi biblioteca, que es el dedicado a albergar las obras teatrales. Al saltar para colarse tras los libros ha tirado uno al suelo. He entrado en la habitación para mediar en el conflicto, lo he recogido y he visto el título: La gata sobre el tejado de zinc caliente de Tennessee Williams. La casualidad me ha hecho sonreír.

No era esta, insisto, la entrada que tenía pensado escribir. Pero mientras me dirigía hacia el ordenador me he acordado de otro libro que vino a parar a mis pies en circunstancias bien distintas y me he visto de repente catapultada a ese momento del pasado. Me estaba despidiendo de alguien a quien quería mucho y en quien mi afecto no había encontrado correspondencia. Por fortuna para mí, podía disimular la tormenta interior que me afectaba concentrándome en una labor manual: la de colocar en el maletero de mi coche una serie de cajas llenas de libros de las que el objeto de mi adoración acababa de desprenderse a mi favor. Es increíble la relevancia que puede cobrar una acción cotidiana cuando desviamos hacia ella toda la fuerza de nuestros sentimientos. Había acomodado ya las cajas, me disponía a cerrar el maletero y a acortar la despedida en la medida de lo posible, cuando de pronto uno de los libros se escapó de su puesto y vino a caer delante de mí. Era un ejemplar muy viejo y algunas hojas se salieron de la deteriorada encuadernación. Me incliné a recogerlo sintiendo que algo de aquel estropicio tenía que ver con la aflicción que me asaltaba. Entonces vi que se trataba de una edición muy antigua de Werther, la historia del joven enamorado que es el símbolo por excelencia de los amores sin esperanza. Creo que, en su momento, la casualidad me resultó reconfortante; me pareció que, desde el cielo de los literatos, las simpatías del gran Goethe estaban de mi parte. Lo que son las cosas: la misma casualidad, recordada hoy, me ha llenado de melancolía.

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